Cap. 15- Tú, princesita, me ayudarás a encerrar a Miraz

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Cerró los ojos un momento para disfrutar del agradable cosquilleo de la brisa nocturna en sus mejillas. Sin embargo, enseguida volvió a abrirlos, se aproximaba al castillo y debía estar preparado.

Apenas un par de segundos después, Edmund ya estaba sobre el techo de una de las torres telmarinas. Un rápido vistazo por los alrededores le bastó para comprobar que, bajo él, un soldado hacía su guardia. El chico intercambió una mirada cómplice con el grifo que lo había transportado hasta ahí, quien asintió, habiendo entendido el propósito del rey. A una velocidad increíble, el legendario animal agarró al soldado con sus garras, sacándolo de la torre, sin siquiera darle tiempo a gritar, momento que aprovechó Edmund para saltar y acercarse a las almenas.

Bien, estaba solo. Sacó su linterna y, según lo acordado, la encendió tres veces consecutivas. Desde su posición en la más alta torre, no tardó en ver a Susan, Peter y Caspian descender en sus respectivos grifos. Los tres se deshicieron rápidamente de un par de guardias que estaban en su camino y, a continuación, se dirigieron a uno de los balcones que según el príncipe Caspian, correspondía al estudio del doctor Cornelius.

Ya estaban dentro. El asalto había comenzado.

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Caspian contuvo una mueca de frustración.

El despacho de su profesor siempre le había parecido un reflejo de su personalidad. Así como Cornelius era metódico y reflexivo, su lugar de trabajo solía permanecer pulcro y ordenado. Sin embargo, ahora parecía que un huracán hubiese pasado por él. Los libros estaban tirados por todas partes, rotos y con hojas sueltas, los cajones de las mesas abiertos con su contenido desperdigado por el suelo, y un par de estanterías habían sido volcadas.

El príncipe trató de ignorar el desorden y clavó su mirada en los anteojos que reposaban sobre una de las mesas. Cornelius nunca los dejaría ahí apropósito, Peter estaba en lo cierto, lo habían encerrado en las mazmorras.

―Tengo que encontrarlo ―manifestó.

―No tenemos tiempo, tienes ir a por tu hermana y abrir la puerta ―contrapuso el rubio.

―De no ser por él, tú no habrías venido, y yo no estaría aquí ―insistió Caspian.

Peter permaneció un segundo en silencio, la verdad, el doctor Cornelius les había prestado una gran ayuda, y ya había corrido un riesgo innecesario cuando él escapó con Aeryn. Lo mejor sería liberarlo para que eso no volviera a suceder.

Miró a su hermana. Si Caspian iba a por el profesor, él tendría que ir a por Aeryn, debían averiguar qué le había contado la princesa a los demás telmarinos.

―Puedo ocuparme de Miraz ―afirmó ella.

Peter asintió, no le gustaba dejar a Susan sola, pero solo sería un momento, la alcanzaría antes de que tuviera que enfrentarse al rey.

―Está bien, yo me encargaré de Aeryn y me reuniré con Susan ―aceptó el chico finalmente.

―Gracias. Intentaré llegar a la puerta lo antes posible ―dijo Caspian, antes de girarse y salir del despacho a toda prisa.

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La oscuridad reinante en los corredores que conducían a las mazmorras, no logró amilanar al joven príncipe. Había pasado tantas tardes jugando en esos pasillos que, si quisiera podría recorrerlos con los ojos cerrados.

Descendió a toda prisa las empinadas escaleras que llevaban a los calabozos. Casi todas las celdas estaban vacías, algo comprensible, pues lo último que querría Miraz en esos momentos sería ganarse más enemigos. Pero cuando estaba alcanzando el final del corredor, el sonido de unos ronquidos suaves llegó a sus oídos.

Pactos de Hielo » Narnia (√)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora