Prólogo

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—¿Estás segura?

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—¿Estás segura?

—¿De que me he perdido en medio de la nada? Sí —contestó Patrice.

Bufó antes de golpear con la frente el volante de su coche. Había aparcado aun lado de la carretera cuando se había cerciorado de que era la tercera vez que pasaba por ese mismo kilómetro.

—Mary Patrice Davis, no sé qué voy a hacer contigo.

El corazón le dio un vuelco, su madre solo usaba su nombre completo cuando estaba enfadada o decepcionada. No supo distinguir cuál era el sentimiento que trataba de transmitirle.

—¿Y si usas el GPS?

Patrice miró de soslayo aquella máquina del infierno que había provocado que estuviera conduciendo en círculos.

—Ya lo hago, pero me ha dejado en medio de ninguna parte —contestó enfadada con el cacharro que pensaba tirar en cuanto pudiera.

La conversación siguió y dejó que su madre hablara y hablara mientras ella miraba el paisaje. Un sentimiento cercano a la pena encogió su corazón. Hacía mucho tiempo que no visitaba aquellos parajes y no los reconocía.

Era sencillo, únicamente debía seguir la ruta ochenta y nueve hasta llegar a Afton, Wyoming. No obstante, su amado GPS había decidido que era mejor tomar un atajo y perderse hasta el punto de conducir en círculos.

—No te preocupes, mamá, voy a intentar llegar a la ochenta y nueve.

—¿Cómo puedes perderte si te has criado aquí?

Suspiró.

La respuesta era sencilla: había salido despavorida de aquel lugar hacía ya la friolera de diez años. Nunca había mirado hacia atrás, ni siquiera en Navidad o en Acción de Gracias.

—No recuerdo todo esto, ya deberías saberlo.

Esa fue una verdad a medias. Una parte de ella reconocía aquellos parajes áridos; había bajado la ventanilla hacía kilómetros para saborear aquel aire.

No estaba en Detroit, había vuelto a casa después de demasiado tiempo.

Cuando su aparato macabro volvió a indicarle una nueva dirección decidió que ya había tenido suficiente. Lo arrancó de encima del salpicadero y lo lanzó con todas sus fuerzas lo más lejos que pudo.

—Vale, Patrice, eso no está bien —se dijo a sí misma.

—¿Con quién hablas? —preguntó su madre con tono preocupado.

Chasqueó la lengua molesta consigo misma, había olvidado que no había colgado el teléfono.

—Nada. —Se encogió de hombros—. Me he deshecho del GPS.

No quiso escuchar lo que su progenitora tuviera que decir, se despidió a toda prisa y colgó. Ya tendrían tiempo de ponerse al día y de decir todo cuánto quisiera contarle.

La tentacion del CowboyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora