Capítulo 5

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—Eso es demasiado —dijo Patrice señalando el heno

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—Eso es demasiado —dijo Patrice señalando el heno.

Terry se había escabullido segundos antes sin apenas decirle palabra alguna, algo que sabía bien que tenía que ver con aquel hombre porque era capaz de ordenar sin necesidad de abrir la boca. Era fuerte y poderoso, su cuerpo se movía al compás de una melodía como si fuera acompañado de banda sonora. Era capaz de poner a alguien de rodillas con una simple mirada.

—No lo es. Tienes dos caballos hambrientos, si te doy menos tendrás que venir en pocos días. —Alzó una ceja pícaramente—. A no ser que no sea eso lo que quieres, volver a verme.

Patrice se congeló en su sitio unos segundos.

—¿Y por qué debería querer volver a verte?

Wyatt no la miró, pero no hizo falta. Siguió atando los fardos de heno al tractor.

—Nos hemos visto ya dos veces. Creo que haces todo lo posible para cruzarte en mi camino, Pajarillo.

Eso era absurdo, pero no quiso molestarse en rebatirlo. Él podía creer lo que quisiera.

Ella se encogió de hombros.

—Si quieres creer que bebo los vientos por ti, pues tú mismo.

El carácter del vaquero cambió allí mismo. Dejó lo que estaba haciendo para acercarse a ella con un paso lento, pero imponente. La proximidad fue algo perturbador de la que quiso huir, sin embargo, una mano posada sobre la base de la espalda la retuvo.

—El día que llegue a gustarte tú y yo vamos a saberlo. Y todo el mundo lo tendrá claro.

—Un poco creído, ¿no?

Su sonrisa encendió algo que quiso apagar al instante.

—Puede que un poco.

Su sinceridad la aturdió. Se sintió extraña tan cerca de aquel hombre y, al mismo tiempo, cómoda.

Un ruido procedente de los establos hizo que ambos se apartasen y recobraran la compostura. Ella decidió mirar a su alrededor mientras recobraba el aliento que él, provocativamente, le había robado.

—Tienes que darme precio. —Señaló el tractor—. Del heno.

—No le cobro la sal a mis vecinas.

—No es sal.

Y era obvio.

Wyatt se levantó un poco el sombrero dejando que tuviera mejores vistas de su rostro.

—Como si lo fuera. Esta vez te lo regalo, tómalo como el bizcocho de bienvenida.

Parpadeó perpleja, eso que le daba no era un montón de harina y huevos, era el alimento de varias semanas de sus animales.

—No puedo aceptarlo.

—¡Oh! Pero lo vas a hacer.

Su tono de voz era como el de un rayo alcanzando tierra, fuerte y profunda. Era grave y traicionera, capaz de hipnotizarte como si de una serpiente se tratase con su siseo.

La tentacion del CowboyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora