Capítulo 27

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La habitación de Wyatt estaba en el ático y casi había contado una a una las escaleras de aquella gigantesca casa

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La habitación de Wyatt estaba en el ático y casi había contado una a una las escaleras de aquella gigantesca casa. Nadie salió de las muchas habitaciones que había y eso la tranquilizaba.

No quería que su encuentro fuera un secreto, pero no necesitaba ver a nadie en aquellos momentos.

La puerta era negra y eso la sorprendió ya que el resto eran de color caoba. Se quedó ensimismada en los caballos grabados sobre la superficie de madera. Era como si corrieran por un río y levantasen el agua con sus cascos.

—Es una obra de arte.

—La talló mi padre —contestó pasando la mano sobre ellos.

Acarició al primero entreteniéndose en ese gesto.

—Este es Wild, era su niño mimado.

El mismo que había propiciado su muerte. El aliento se le atascó en la garganta como si acabaran de robar el oxígeno de la estancia.

—Hoy me acerqué a él.

Esas cinco palabras atrajeron la atención del vaquero, vio preocupación en su rostro, uno tan visceral que encendió su corazón.

—El animal sacó la cabeza para saludar y no me pude resistir a tocarlo. Sora reaccionó gritando para que me alejara de él. —Hizo una pausa amarga—. Nunca hubiera imaginado que era un animal peligroso.

Wyatt no había levantado la mano de la pieza tallada, sus dedos seguían recorriendo a Wild.

—No lo es, pero todos lo ven como un monstruo. Ese animal no hubiera hecho daño jamás a mi padre.

Recordó que Vega le había explicado que no lo habían sacrificado porque Wyatt se había negado en rotundo. Ahora entendía el porqué, él seguía creyendo en la inocencia del pobre caballo.

—Se adoraban —susurró antes de cambiar de tercio la conversación—. Ahora vamos a dejar eso a un lado.

Abrió y la habitación del vaquero entró en su campo de visión.

Patrice se quedó asombrada por aquella estancia. Nunca se hubiera imaginado un espacio tan grande y con tantas ventanas.

La mano al final de su espalda la instó a entrar con un leve empujón. Obedeció lentamente, el sonido de la puerta cerrándose provocó que los cabellos de la nuca se le erizasen.

Las paredes de los extremos eran dos gigantescos ventanales por los que podía ver la belleza de sus tierras. Era algo sobrecogedor. Por suerte, estaban tapadas con unas cortinas gruesas y habían bajado las persianas.

En medio de la estancia se erigía una cama de muy gran tamaño y sábanas blancas. Llamó su atención que era con dosel, con una suave cortina beige se anudaba a los postes con unos broches metálicos.

El suelo de madera crujió cuando avanzó un par de pasos.

No reparó en el gran armario que tenía a su derecha, pero sí en la mesa que había tocando uno de los grandes ventanales. Era un lugar de ensueño donde ponerse a leer o a trabajar con la vista de fondo.

La tentacion del CowboyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora