CAPITULO 10

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El sol matutino se alzaba con majestuosa serenidad sobre los vastos paisajes de Ionia, bañando con su luz dorada los antiguos templos y los frondosos bosques. Quetzulkan y Zoe avanzaban por los caminos sinuosos que conducían al Placidium, acompañados por el susurro del viento y el murmullo de las hojas. El viaje desde el Monasterio Hirana había sido largo, pero no exento de maravillas y descubrimientos.

Al llegar a las puertas del Placidium, fueron recibidos por una multitud emocionada. Las calles estaban llenas de gente, sus rostros iluminados por la alegría y la admiración. Quetzulkan, un vastaya de presencia imponente y espíritu indomable, observaba con una mezcla de asombro y confusión mientras los vítores y alabanzas se alzaban a su alrededor. No comprendía del todo el motivo de tal entusiasmo, pero avanzó con determinación, guiado por la intuición y el deseo de comprender.

Zoe, la emisaria del Aspecto del Crepúsculo, danzaba a su lado, su energía desbordante contagiando a los presentes. Su cabello resplandecía con tonos cambiantes bajo la luz del sol, y sus ojos brillaban con una curiosidad infinita. Había disfrutado cada momento en el Monasterio Hirana, jugando y explorando, pero ahora estaba ansiosa por lo que vendría.

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Las puertas del Placidium se abrieron ante ellos, revelando un interior de belleza serena y armonía ancestral. Los jardines exuberantes y los templos antiguos reflejaban siglos de historia y devoción. Quetzulkan y Zoe fueron conducidos al interior, donde la atmósfera de respeto y admiración contrastaba con la confusión interna del vastaya. Allí, en el corazón del Placidium, les esperaban figuras de gran renombre: el maestro Yi, Shen y Kennen, altos mandos de la Orden Kinkou.

El maestro Yi, con su serenidad inquebrantable y su sabiduría profunda, se adelantó para recibirlos. Sus ojos, reflejo de incontables batallas y años de meditación, se posaron en Quetzulkan con una mezcla de orgullo y aprecio. "Quetzulkan, Zoe, bienvenidos al Placidium", dijo con voz firme pero cálida.

Quetzulkan asintió respetuosamente, sus pensamientos todavía entrelazados con la algarabía de la multitud afuera. "Maestro Yi, Shen, Kennen... es un honor estar aquí. Pero debo confesar que no entiendo el motivo de tal recepción. ¿Por qué la gente está tan emocionada?"

Yi intercambió una mirada significativa con Shen y Kennen antes de responder. "Quetzulkan, hay algo que debes saber. Hace algún tiempo, cuando la amenaza noxiana se cernía sobre Ionia, surgieron rumores sobre un dragón que, en un arranque de furia, defendió nuestra tierra de los invasores y atacó Noxus. Se decía que este dragón era un protector ancestral, despertado por el sufrimiento de Ionia."

Quetzulkan sintió un escalofrío recorrer su espalda mientras Yi continuaba. "Decidimos aprovechar estos rumores para inspirar esperanza y valor en nuestro pueblo. Les revelamos que tú, Quetzulkan, eras ese dragón. Les dijimos que vendrías al Placidium, y por eso la gente está tan alegre de tu llegada."

Las palabras de Yi resonaron en la mente de Quetzulkan. Comprendió que su transformación anterior, motivada por la ira y la sed de venganza, había sido reinterpretada como un acto de salvación. Sin embargo, Yi también mencionó una verdad menos alentadora. "Debes saber, Quetzulkan, que no todos comparten esta alegría. Algunos ancianos influyentes en Ionia desconfían de ti y prefirieron que estos rumores no se extendieran más allá del Placidium."

Quetzulkan asimiló esta información con una mezcla de gratitud y preocupación. Sabía que la confianza y el respeto eran logros difíciles de alcanzar y fáciles de perder. Shen, con su habitual serenidad, intervino. "Tu presencia aquí es simbólica, Quetzulkan. Eres una manifestación del poder y la protección de Ionia, pero también eres un recordatorio de las fuerzas que debemos controlar dentro de nosotros mismos."

"El Renacer en Runaterra"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora