CAPITULO 16

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Mientras Lee Sin recibía a Quetzulkan, Zoe y Lux en el Monasterio Hirana, su serenidad y calma envolvían el lugar, ofreciendo un refugio de paz en medio del tumulto del mundo exterior. Lee Sin, con su sabiduría y comprensión, escuchó atentamente mientras Quetzulkan le contaba sobre los magos y sus destinos en Demacia.

El monje asintió con seriedad, comprendiendo la importancia de proteger a aquellos que habían sido marginados y perseguidos. Con una calma tranquila, ofreció su ayuda para enseñar a los magos a ser autosuficientes en Ionia y a controlar su magia, asegurándoles un lugar seguro donde pudieran reconstruir sus vidas lejos del peligro y la opresión.

Para Quetzulkan y Zoe, regresar a Demacia después de su noble gesto de ayuda y compasión fue un momento de reflexión y gratitud. Al dejar a Lux cerca de su residencia y regresar a su posada, el aire estaba cargado de emociones encontradas, pero sobre todo, de un profundo sentido de satisfacción por haber hecho lo correcto.

Al llegar a la posada, Zoe irradiaba una energía contagiosa, una mezcla de alegría y gratitud por haber ayudado a los niños y prisioneros inocentes. Se lanzó hacia Quetzulkan con un brillo en sus ojos, abrazándolo con fuerza y llenándolo de besos y caricias.

"Gracias por haberme seguido y ayudado", susurró Zoe con voz suave, su corazón rebosante de emoción. "Eres lo mejor que me ha pasado, Quetz. No sé qué haría sin ti".

Quetzulkan se sorprendió por el apodo cariñoso que Zoe le había dado, pero luego una sonrisa cálida se extendió por su rostro. "Puedes llamarme así siempre que quieras, mi amor", respondió con ternura, acariciando su cabello con delicadeza.

La habitación se llenó con la suave luz de las velas, creando un ambiente íntimo y acogedor mientras Zoe y Quetzulkan se perdían el uno en el otro. Sus corazones latían al unísono, compartiendo un amor que trascendía las palabras y los gestos. En ese momento, no existía nada más que el amor que se profesaban el uno al otro, un lazo que los unía en cuerpo y alma.


Mientras la noche avanzaba lentamente, envolviéndolos en su manto de oscuridad, Zoe y Quetzulkan se sumergieron en un mundo de amor y complicidad, prometiéndose mutuamente estar siempre juntos, enfrentando juntos los desafíos que el destino les deparara. En ese abrazo apasionado y reconfortante, encontraron la paz y la felicidad que habían estado buscando, sabiendo que su amor era eterno y que nada ni nadie podría separarlos jamás.

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En la penumbra de la habitación, envueltos en el cálido abrazo de la noche, Quetzulkan y Zoe se perdieron el uno en el otro. Sus cuerpos se entrelazaron con una intimidad que solo el amor verdadero puede traer, cada caricia un susurro de pasión, cada beso un juramento de eternidad.

Bajo el peso reconfortante de Quetzulkan, Zoe se abandonó al torrente de emociones que la embargaban. Sus lágrimas, dulces y saladas, no eran de tristeza, sino de un amor tan profundo que desbordaba su corazón. Era la culminación de todo lo que habían compartido juntos, cada risa, cada lágrima, cada momento de complicidad, fusionados en un instante de pura conexión.

En silencio, se comunicaban a través del lenguaje universal del amor, un idioma que solo ellos entendían. No necesitaban palabras para expresar lo que sentían el uno por el otro, porque sus corazones latían al unísono, sus almas se encontraban en cada mirada, en cada suspiro.

El tiempo se detuvo mientras se entregaban el uno al otro, explorando los rincones más profundos de sus seres, descubriendo nuevas formas de amar y ser amados. En ese momento, no existía nada más que ellos dos, unidos en un lazo indisoluble de amor y pasión.

La noche se deslizó suavemente hacia el amanecer, pero su amor ardía más brillante que nunca. En los brazos del otro, encontraron la paz y la felicidad que habían estado buscando, sabiendo que juntos podían enfrentar cualquier desafío que la vida les pusiera por delante.

"El Renacer en Runaterra"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora