𝓔𝓬𝓵𝓲𝓹𝓼𝓮 𝓭𝓮 𝓞𝓻𝓺𝓾í𝓭𝓮𝓪𝓼

𝐏𝐑Ó𝐋𝐎𝐆𝐎

Morwenna Everhart no recordaba mucho de sus primeros años, solo fragmentos de una vida que se sentía como un sueño olvidado. La muerte de sus padres había sido repentina y envuelta en misterio, dejándola sola en un mundo oscuro y peligroso. A los cinco años, vagaba por las calles empedradas de un pequeño pueblo mágico, sobreviviendo como podía.

Sus días transcurrían entre las sombras, donde se sentía más segura. Aprendió a evitar a los adultos, cuyos ojos la miraban con compasión o sospecha. Pasaba las noches acurrucada en callejones estrechos, cubriéndose con mantas viejas que encontraba en los contenedores de basura. Los rumores de su linaje corrían entre susurros; se decía que la familia Everhart poseía una conexión antigua con la magia oscura y ritualística, un legado que ahora solo parecía ser una carga.

A pesar de su juventud, Morwenna sentía la magia correr por sus venas. Instintivamente, sabía cómo protegerse con pequeños hechizos que había oído murmurar a los transeúntes. Sin embargo, estas habilidades básicas no eran suficientes para asegurarle una vida cómoda. El hambre era su constante compañera, y sus ropas se habían convertido en harapos que apenas la protegían del frío.

Una noche particularmente fría, mientras el viento helado se colaba entre las grietas de los edificios, Morwenna buscaba refugio en una vieja librería abandonada. El polvo y las telarañas cubrían las estanterías, pero el lugar le ofrecía un respiro de la intemperie. Se acurrucó en una esquina, abrazando sus rodillas contra el pecho, y cerró los ojos, esperando que el sueño la llevara lejos de su miseria.

De repente, un ruido la despertó. Abrió los ojos y vio a un hombre alto y delgado de pie en la entrada. La figura estaba envuelta en una capa negra, y sus ojos rojos brillaban con una intensidad que hizo que el corazón de Morwenna se acelerara. La niña no sabía quién era, pero algo en su interior le decía que aquel hombre no era como los demás.

El hombre se acercó lentamente, sus pasos resonando en el suelo de madera. Cuando llegó a su lado, se arrodilló para estar a su altura. Morwenna podía sentir una mezcla de miedo y curiosidad. El hombre extendió una mano pálida hacia ella, y en su voz había una calma perturbadora.

—Morwenna Everhart —dijo, pronunciando su nombre con una familiaridad que la desconcertó—. He venido por ti.

La niña miró la mano extendida, sintiendo una atracción magnética hacia el hombre. Algo en su mirada prometía respuestas y un poder más allá de lo que ella podría haber imaginado. Lentamente, alargó su propia mano y la colocó en la de él.

—Ven conmigo —susurró el hombre—, y descubrirás quién eres realmente.