→→→ ¿𝐂𝐮á𝐧𝐭𝐨 𝐩𝐮𝐞𝐝𝐞 𝐚𝐦𝐚𝐫 𝐓𝐡𝐞𝐝𝐨𝐫𝐞 𝐍𝐨𝐭𝐭?

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ᴄᴀᴘÍᴛᴜʟᴏ ᴠᴇɪɴᴛɪᴛʀÉꜱ

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La noche envolvía el paisaje en un manto de oscuridad sedosa, iluminada apenas por el débil fulgor de la luna que se reflejaba en las hojas mojadas

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La noche envolvía el paisaje en un manto de oscuridad sedosa, iluminada apenas por el débil fulgor de la luna que se reflejaba en las hojas mojadas. Lyra respiró profundamente, llenando sus pulmones con el fresco aroma de la tierra húmeda y el césped recién cortado bajo sus pies descalzos. Sentía el rocío resbalando entre sus dedos, una sensación que le era extrañamente reconfortante. Salir sola por la noche se había convertido en una rutina secreta, un escape del tumulto del castillo. Aquí, bajo la bóveda estrellada, podía quitarse la pesada peluca que la transformaba durante el día, dejar caer sus cabellos libres al viento nocturno y sentir una pizca de libertad.

Avanzaba con paso lento y cauteloso, dejando que la brisa fría acariciara su piel. De pronto, un crujido seco quebró el silencio de la noche. Se detuvo de golpe, el corazón palpitando frenético contra su pecho. Su mirada se dirigió hacia la fuente del ruido con una mezcla de temor y alerta. Pero al ver al imponente perro negro, dejó escapar una risita aliviada.

—Hola, grandullón —murmuró, con voz suave, invitándolo a acercarse. El perro movió su cola con entusiasmo, como reconociéndola, y se aproximó con pasos ligeros. Lyra se dejó caer sobre el húmedo césped, extendiendo sus manos hacia él. El perro, con un gesto de confianza y familiaridad, dejó caer su hocico pesado sobre sus palmas. Ella comenzó a acariciarlo con ternura, sintiendo el suave pelaje entre sus dedos, mientras le susurraba palabras cariñosas, como si conversara con un viejo amigo.

—¿Cómo has estado? —le preguntó, acariciándole detrás de las orejas, su voz llena de afecto y melancolía. Recordaba perfectamente cómo se habían conocido.

Un año atrás, había escapado del castillo en medio de la noche, sus pasos guiados por el dolor de una revelación inesperada: Harry Potter, el chico que le hacía sentir un torbellino de emociones, había confesado en una carta que sentía algo por Cho Chang. Su corazón había sufrido un latigazo al leer esas palabras; había sido demasiado tarde cuando se dio cuenta de sus propios sentimientos por él. Huía, con lágrimas derramándose por su rostro, hasta que llegó al Sauce Boxeador, buscando refugio bajo sus ramas amenazantes.

Entonces, había aparecido aquel perro negro. Había estado en la cima de una colina, mirándola con ojos penetrantes, su silueta oscura destacándose contra el cielo nocturno. Al principio, se había sentido amenazada, pero el animal se acercó lentamente, con la misma cautela que ella. Cuando finalmente se acercó lo suficiente, Lyra sollozaba sin control, su respiración entrecortada. El perro la olió con curiosidad, y luego, en un gesto inesperado de consuelo, pasó su lengua áspera por su mejilla húmeda. Ella había soltado una risa quebrada, aliviada por su inesperada compañía, y lo había acariciado con manos temblorosas.

𝓔𝓬𝓵𝓲𝓹𝓼𝓮 𝓭𝓮 𝓞𝓻𝓺𝓾í𝓭𝓮𝓪𝓼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora