𝐄𝐏Í𝐋𝐎𝐆𝐎

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Lyra se arrodilló junto al estanque, sus dedos rozando suavemente el agua mientras su mirada permanecía fija en las orquídeas azules que flotaban como si fueran guardianas de aquel espacio secreto

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Lyra se arrodilló junto al estanque, sus dedos rozando suavemente el agua mientras su mirada permanecía fija en las orquídeas azules que flotaban como si fueran guardianas de aquel espacio secreto. El resplandor de la luna parecía enredarse entre las ramas del árbol, envolviendo todo con una pálida luz mística que contrastaba con el oscuro horizonte. Su respiración, entrecortada y llena de dolor, era el único sonido que se escuchaba entre el susurro de las hojas y el eco distante de su nombre. La voz de su padre, fuerte y fría, resonaba detrás de ella, pero no se atrevió a girarse. El siseo amenazante de Nagini era suficiente para que supiera que no estaba sola. Cada palabra de Voldemort se sentía como una daga más hundida en su carne, la misma carne que ya había soportado demasiados castigos.

El recuerdo del Cruciatus aún palpitaba en su cuerpo, y aunque ya no sentía las punzadas agudas, el dolor estaba grabado en su alma. Cerró los ojos, permitiendo que su mente viajara a otro momento. Un momento donde no era Lyra, sino Elio.

La puerta de la oficina de Moody se abrió con un chirrido, revelando la figura cojeante del ex auror, su rostro endurecido por años de batalla. Prendió una pequeña lámpara, iluminando el oscuro despacho con una luz temblorosa. La luz parpadeó, creando sombras en la esquina de la habitación, pero Moody no prestó atención hasta que una voz cortó el silencio con precisión.

—Profesor Moody.

Elio emergió de las sombras, su rostro iluminado por la débil luz, mostrando una expresión que nada tenía que ver con la ingenuidad que había mostrado en las clases. Había una frialdad inquietante en su mirada, una intensidad que hizo que Moody frunciera el ceño antes de levantar su varita. Pero fue demasiado lento.

—Expelliarmus —murmuró Elio, sin esfuerzo.

La varita de Moody voló por los aires antes de aterrizar con un golpe seco en la mano de Elio. Una sonrisa torcida se dibujó en sus labios mientras daba un paso adelante, sus movimientos calculados y deliberados. Los ojos del auror se entrecerraron, como si estuviera tratando de descifrar al joven que tenía frente a él.

—Lo supe desde que mencionaste mi apellido —Elio caminaba con calma hacia él, su varita apuntando directamente al pecho de Moody.

Moody, aún sin pronunciar palabra, observaba cada paso del chico, pero antes de que pudiera reaccionar, un rayo de luz escarlata lo envolvió.

—Crucio.

El cuerpo de Moody se sacudió violentamente, su boca abierta en un grito silencioso. Elio había sido cuidadoso, aplicando un hechizo de silencio antes de torturarlo, evitando cualquier posible interrupción. Se inclinó, observando con interés cada espasmo del auror.

—Duele, ¿verdad? —murmuró Elio, sus ojos lentamente cambiando de color, volviéndose de un azul frío como el hielo—. Es el mismo dolor que sentí cuando me miraste con desprecio aquella vez, cuando pensaste que podías controlarme.

𝓔𝓬𝓵𝓲𝓹𝓼𝓮 𝓭𝓮 𝓞𝓻𝓺𝓾í𝓭𝓮𝓪𝓼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora