→→→ 𝐄𝐦𝐨𝐜𝐢𝐨𝐧𝐞𝐬

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ᴄᴀᴘÍᴛᴜʟᴏ ꜱɪᴇᴛᴇ

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La suave voz de la señora Weasley despertó a Harry, quien había disfrutado de un sueño reparador, el mejor después de un verano que no dudaría en calificar como el peor de todos

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La suave voz de la señora Weasley despertó a Harry, quien había disfrutado de un sueño reparador, el mejor después de un verano que no dudaría en calificar como el peor de todos. Las pesadillas que lo habían perseguido en la casa de sus tíos parecían haberse esfumado con la luz del amanecer. Buscó a tientas sus lentes en la mesita de noche, apenas distinguiendo la figura de Ron, que murmuraba protestas contra la premura de su madre. Con un gesto mecánico, Harry palpó detrás de su almohada hasta que sus dedos encontraron el objeto deseado: la carta de Elio, perfectamente doblada. Al desplegarla, una sonrisa se dibujó en su rostro; Elio tenía un don para la escritura, un estilo que rozaba la elegancia de la caligrafía de Malfoy, aunque Harry no quisiera admitir que la letra de Malfoy le interesara en lo más mínimo. Solo la había observado de pasada, eso era todo.

En ocasiones, Harry se sorprendía a sí mismo preguntándose cómo sería ver a Elio de cerca, aunque este siempre parecía mantener una barrera invisible entre ambos. Elio evitaba cualquier contacto visual en público, como si temiera que su mirada revelara más de lo debido. Por eso, cuando Elio intervino para salvarlo aquel día, Harry no pudo evitar sentir que algo extraño sucedía, como si la influencia de Voldemort hubiera trascendido la cicatriz en su frente.

Con un suspiro, Harry se vistió en silencio, imitando la quietud de Ron y los gemelos Weasley, quienes parecían demasiado somnolientos para articular palabra. Descendieron juntos a la cocina y se sentaron a desayunar avena, mientras Harry asimilaba la nueva información: para aparecerse era necesario tener una licencia. A pesar de sus años en el mundo mágico, aún le quedaba mucho por aprender. Después de un sermón de Molly dirigido a Fred y George por sus bromas con los caramelos longuilinguos, la familia Weasley finalmente se puso en marcha, listos para enfrentar el día.

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La caminata había sido un desafío para Harry, una experiencia que nunca había tenido, especialmente una tan extenuante como aquella. A medida que avanzaban, Harry inundaba al señor Weasley con preguntas sobre los trasladores, y este, con su característica amabilidad, respondía sin cesar, sin darse cuenta de que el esfuerzo de la conversación consumía toda su energía. La respiración de Harry se volvía pesada, y sus piernas amenazaban con ceder en cualquier momento. Afortunadamente, el señor Weasley eligió detenerse en un terreno más estable.

Al final del grupo, Hermione llegó jadeante, con una mano presionando su cintura, tratando de aliviar su fatiga. Harry desvió la mirada hacia su propia mano; aún sostenía la carta de Elio. No la había guardado. Por alguna razón, sentía que ese pedazo de papel le infundía fuerzas, y era cierto, porque de no ser por ella, ya estaría desplomado en algún lugar del camino. No podía permitirse flaquear, no cuando Elio podría estar esperándolo.

𝓔𝓬𝓵𝓲𝓹𝓼𝓮 𝓭𝓮 𝓞𝓻𝓺𝓾í𝓭𝓮𝓪𝓼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora