Han pasado tres días desde esa transmisióny sigo sin noticias de Feli. Quizás ignoró mi correo. Ya no sé qué más hacer.La peor parte es que mi cara, ahora, inunda la red.
—Esto es terrible —murmuro con la vista enla pantalla, pasando video, tras video, tras video... Cada uno muestra reaccionesa mi última transmisión—. ¿Qué hice?
Hago el teléfono hacia un lado y contemploel blanco impoluto del techo, bordeado por las cintas leds que no he deseadoencender ni una vez desde que las instalé. El mundo perdió su color.
Medito un rato en qué pasará, ahora quetodos saben quién soy, pero no tengo respuesta para eso. Suspiro. Me ovillo enla cama, perdido en aquellos recuerdos que en algún momento quise borrar, peroahora son una pizca de esperanza a la cual necesito aferrarme. Entonces, miprimo toca a la puerta y le concedo el ingreso.
—Floris, oye, ¿este eres tú?
Martín voltea su celular para mostrarme otrafastuosa reacción, me oculto bajo la almohada. Él se sienta en mi silla gamer ainsistir.
—Flo, ¿eres influencer? —indaga lleno decuriosidad.
—No —respondo sin asomarme.
—Floris, no me jodas, este eres tú.
—Ya, Martín, sí, soy yo.
Libero un grito de frustración que elcolchón atrapa. Mi primo no para de reír.
—Por eso te la pasas encerrado con tucomputadora.
Me asomo desde debajo de la almohada y loveo concentrado en su celular. Quiero morir, ahora. ¡Revisa mi canal!
—¡Esto es increíble! Tienes millones deseguidores, eres famoso, primo.
—Lo sééé —respondo hastiado, sabía a qué meestaba exponiendo, lo peor es que empiezo a creer que no sirvió de nada.
—¿Cómo lograste mantener el secreto tantotiempo?
Suspiro. Me siento en el borde del colchón,cabizbajo. Le cuento cómo surgió esto, durante mi época universitaria. En aquelentonces, quería participar en los concursos de videojuegos, pero sentía muchomiedo de estar rodeado de tantas personas.
Corría el tercer año cuando Marlon abandonóel departamento que compartíamos, debido a mi torpeza, luego conocí a Feli quecursaba el primero de arquitectura. Aunque me sacaba de quicio con su fulanoentrenamiento de gaydar, rápidamente nos hicimos amigos y decidió ocupar ellugar dejado por mi excompañero de piso.
—Sugirió el disfraz de ninja, basado en lostrajes de Sub-zero y Scorpion de Mortal Kombat, su juego favorito —le digo aMartín, risueño, aunque nostálgico, recordando aquel día de compras raras.
—Conque Feli —replica mi primo y sonrío.
—Sí, de hecho, también inventó el seudónimoy, ya que nada se me ocurría, lo utilicé.
Resulta inevitable reír al recordar eltorneo. Aunque yo era un completo desconocido, Feli hasta se armó una porrapara alentarme, tenía pompones también, y ya que iba arrasando en cada partida,muchas personas se sumaron a su locura. No gané ese año, pero sí al siguiente.Todos preguntaban si tenía un canal de juegos o algo y así nació toda estalocura. Jamás imaginé que llegaría tan lejos, ni mucho menos que me atrevería amostrar el rostro en vivo.
—Oye, ¿y ahora? ¿Qué pasará con tu vidaprivada? —indaga, confundido.
—No lo sé... —Suspiro—. Ni siquiera pensé eneso y ahora tengo miedo y migraña, pero ya se me ocurrirá algo. Espero.
Martín sonríe y guarda su celular. Juntosabandonamos mi recámara y nos dirigimos a la cocina, ya que necesito un poco deagua para tragarme tanta maldita vergüenza. Él me cuenta que saldrá de viajeeste fin de semana con Ed, así que no estará presente para el momento en quemis fans aparezcan y armen un campamento en el jardín.
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¡Qué no me llamo Osvaldo!
ComédieFlorisvaldo es quizás el peor nombre sobre la faz de la tierra, aunque sea apenas la punta del iceberg en la patética vida de un perdedor o, al menos, eso piensa él. Hijo del medio, treinta años y aún vive en casa de sus padres por ansiedad social;...