C a p í t u lo F i n a l .

135 11 5
                                    

Cuarenta y tres | Promesas.

—Por fin empiezo a ver alguna mejoría —me sonríe—. Ya era hora, señorita.

—No me llames señorita.

Suelto un quejido cuando Hannah mueve mi pierna un poco más.

—Para de hacer eso o creo que voy a empezar a odiarte —advierto, y no va del todo en broma.

—Va incluido en mi trabajo. No me das miedo.

Vuelve a inclinar mi pierna y veo las estrellas. Me encantaría gritarle, pero me limito a apretar los labios con fuerza.

—Menos mal que este jovencito tan responsable te ha obligado a venir, porque ya te veía con muletas.

Desvío la mirada hacia Neithan. Está a un par de pasos de mí, apoyado en la pared y conteniendo una presuntuosa sonrisa.

—Le sacas seis años, Hannah. No le llames jovencito —ruedo los ojos y ella se ríe.

—Sí, cómo sea —deja mi pierna con cuidado y siento que el dolor desaparece poco a poco—. ¿Vamos ahora con la mano?

Suspiro. Hace esa pregunta por mera cortesía, puesto que no me queda otra.

Después de unos horribles veinte minutos más de tortura, salimos del hospital.

Me sorprende el hecho de que es la primera vez que, al salir de este lugar, no veo el coche de mis hermanos. En su lugar veo el de Neithan.

—¿Te duele mucho? —me pregunta.

—Todavía un poco. Pero cada vez va mejor, ya la has oído.

—Sí, gracias a mí. Eso es lo que yo he oído.

—Sabes perfectamente que pensaba volver con o sin ti. Yo también soy una persona responsable.

—Ajá.

Es comprensible que no me crea. Yo tampoco lo haría.

Lo cierto es que me aterrorizaba la idea de volver a rehabilitación. Venir aquí me trae muchos recuerdos del accidente. Además, me siento sola en este sitio. Siempre les pedía a mis hermanos que me esperasen fuera porque no quería que me vieran así, tan... vulnerable. Pero a Neithan no siento que deba esconderle nada. Él ya conoce todas mis facetas. Desde la más optimista hasta la más débil.

El camino en coche hasta su casa es silencioso, excepto por la música de fondo que suena en los altavoces. Es la playlist que le hice. La pone siempre. Incluso ha agregado alguna canción que le ha gustado. Creo que es su favorita hasta el momento.

Cuando llegamos a su bloque de pisos subimos por el ascensor, como de costumbre. Y para mi sorpresa, el silencio en el que estamos sumidos continúa. Últimamente siempre intenta sacar tema de conversación, por lo que notarlo tan distante consigue que me dé cuenta de que ocurre algo.

—¿Vas a contarme en qué piensas tanto? —inquiero.

Como si saliera de su trance, me observa. Lo hace con cierta duda.

—Me preguntaba si sigues queriendo mudarte conmigo.

Esa respuesta no es la que me esperaba. La propuesta fue hace un par de días y no había mencionado el tema. Por supuesto, yo tampoco.

—¿Por qué no querría?

—No soy la persona más fácil del mundo. Sé que solemos pasar muchos días juntos, pero no es lo mismo que convivir.

—Me da la sensación de que lo dices por algo en concreto.

Vuelve a dudar, como si no supiera si continuar. Cuando salimos del ascensor y entramos en su casa, tiene unos segundos de margen para pensar en una respuesta.

Hasta noviembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora