V e i n t i o c h o | Grietas

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Capítulo veintiocho | Grietas.

Hay conversaciones que prevalecen en tu mente durante días. A mí jamás se me olvidará nuestra conversación en la playa.

Nunca había hablado con alguien de esa forma. Nunca me habían comprendido tanto.

Él entiende cómo me siento.

—¿Madeleine?

Levanto la mirada de mi libro —que, en realidad, es suyo— para prestarle atención.

—¿Qué te pasa?

—Me pasa que no me has hablado en más de media hora.

La preocupación natural con la que lo suelta hace que las comisuras de mis labios se eleven notablemente.

—¿Y eso es malo? Pensaba que odiabas que hablara.

—Y lo odio. ¿Qué tendrá que ver?

Niego con la cabeza, divertida. Él camina hacia el sofá de la terraza y se sienta a mi lado.

—¿Qué lees?

Le enseño la portada de su libro.

Asesinato en el Orient Express. Los tengo mejores, lo sabes, ¿no?

—Este está bien. Me gusta.

Sigo centrada en lo mío, cuando noto que no me quita el ojo de encima. Suspiro y levanto la cabeza.

—¿Qué te pasa? —insisto.

—¿Has salido aquí para no estar conmigo dentro?

—¿Por qué eres tan paranoico?

—Si es que tú nunca sales aquí.

—Hace un día bonito y me ha apetecido leer aquí fuera.

—¿Por qué no me has pedido que venga contigo?

Su insistencia me provoca mucha ternura.

—Estabas con el móvil. Te pregunté si querías hacer algo y te faltó poco para mandarme a la mierda cuando te insistí.

—Porque me propusiste tonterías. Te habría dicho que sí a venir aquí a leer.

—Vale. Lo siento. ¿Contento?

Se encoge de hombros y yo vuelvo a lo mío. Él se queda observándome unos segundos más, justo antes de bajar la mirada y sacar el paquete de tabaco de su bolsillo. Se lo quito y lo dejo a un lado.

—Estoy aburrido. Déjame fumar, al menos.

—No sé a qué esperas para leer conmigo, la verdad.

—No me lo has pedido. Paso.

—Daba por hecho que querías —me encojo de hombros.

—Y quiero, pero si no me lo has pedido es porque tú no quieres —vuelve a coger la cajetilla—. Me iré a fumar allí. Sé que te molesta el humo.

También cabe destacar que desde que tuvimos aquel momento en la playa, está mostrando su parte más insegura.

—Neithan —lo llamo y se detiene—. Quiero que te quedes aquí y que leamos juntos, cómo hacemos siempre. ¿Puedes quedarte, por favor?

Duda, pero termina guardando de nuevo el tabaco y sentándose a mi lado. Doy un saltito en el sofá para quedar más cerca.

No pasan ni dos minutos cuando empieza a quejarse. Suspiro. Aquí vamos.

—¿Se puede saber por qué te mueves tanto? —me pregunta—. ¿Tienes frío?

—Llevo una de tus sudaderas, por si no me ves. Estoy abrigada.

Hasta noviembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora