T r e c e | Descubierta

191 19 2
                                    

Capítulo trece | Descubierta.

—No puedo más —jadeo—. Lo haces con demasiada fuerza.

—Aguanta ahí. No te muevas.

—¡Te he dicho que me duele!

—Ya casi he terminado.

Las horas que paso en rehabilitación son las peores de mi vida.

La chica que me ayuda con mi proceso de rehabilitación será muy simpática y todo lo que quiera, pero es una auténtica experta en tortura moderna.

—Lo has hecho muy bien —me felicita y solo quiero enterrarle la cara en la pared.

—Sí, gracias —me esfuerzo por no poner los ojos en blanco.

—Sé que es doloroso, Maddy, pero esto es necesario o perderás parte de la movilidad en la mano y tendrás nuevas limitaciones que no quieres.

Me pongo de pie y recojo mi bolso.

—Lo sé —respondo—. Me lo repetís cada día.

La chica se acerca y me coloca la muñequera cuando ve que me cuesta hacerlo sola.

—¿Has estado haciendo esfuerzos? —me pregunta.

—¿Con la mano? Claro que no. No puedo aunque quiera.

—¿Y la pierna? Porque hoy la rodilla te dolía más que otros días.

No digo nada.

—Maddy —advierte.

—No puedo estar todo el día sentada. Las horas se me hacen eternas.

—O sea, que has ignorado lo que la doctora Taylor te recomendó que era reposo y nada de esfuerzos, y has hecho justo lo contrario —deduce.

—Solo he ido a dar un par de paseos. No es un delito.

—Reposo, Maddy —me recuerda—. Pierna estirada, reposo y rehabilitación. Y no lo has hecho.

Suspiro, cansada.

—Vale, no lo he hecho. He caminado unos veinte minutos algunos días esta semana. ¿Eso es lo que querías escuchar?

—Ah, pero tú lo que quieres es quedarte coja, ¿no?

—Odio estar sin hacer nada.

—Sí, ya lo he notado —aprieta la muñequera más de la cuenta—. Pero es lo que hay. Y para asegurarme de que no tengas que llevar muletas en los próximos meses, será mejor que hable con la doctora Taylor para que te recete una rodillera estabilizadora.

—¿Qué? No, ni se te ocurra. Yo ya tuve eso el primer mes y es horrible. Apenas puedo moverme si lo llevo puesto.

La chica esboza una sonrisa.

—Veo que lo has entendido —señala la salida—. Pasa un buen fin de semana. Te veo el lunes.

Ya no me cae tan bien. Y mira que si me cayó bien el chico con el que paso casi todas mis tardes, a mí me cae bien todo el mundo. Pues ella es la excepción.

Como cada día que vengo al hospital, Max y Lay me esperan fuera en el coche. Ocupo el asiento del centro detrás y conducen hasta que llegamos a casa.

—¿Qué te han dicho hoy? —me pregunta Lay cuando llegamos.

—Que voy mejorando.

Mejor no dar detalles. Esa es la clave de una buena convivencia.

—Me alegro mucho —sonríe y sé que lo hace—. ¿Os apetece que esta tarde vayamos a casa de la tía? Mamá y papá van a ir. Dice que nos ha invitado.

Hasta noviembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora