N u e v e | Situaciones desesperadas

193 18 4
                                    

Capítulo nueve | Situaciones desesperadas.

En estas cuarenta y ocho horas he aprendido algo. A veces, nosotros mismos somos nuestros peores enemigos.

Sé que no lo conozco de nada. Sé que... madre mía, sé que esto es una completa locura. Odio lo que este chico persigue. Jamás pensé que estaría cerca de alguien que llevara ningún tipo de droga en el bolsillo.

Mucho menos, cerca de alguien que se drogara delante de mí.

Sin embargo aquí estoy, dejando que sostenga mi mano, con mis dedos entrelazados con los suyos, y sin dejar de valorar el estado en el que se encuentra cada dos minutos.

Y por supuesto, con el corazón golpeando mi caja torácica con fuerza cuando tengo que hacer que abra los ojos cada pocos segundos.

—Neithan, no hagas eso. Te estás quedando dormido.

Niega con la cabeza casi imperceptiblemente.

Dejo una mano sobre su hombro y lo muevo un poco, tratando de espabilarlo. Pero él cierra los ojos del todo y el miedo me avasalla cuando veo que apenas se mueve.

—Tienes que mantenerte despierto, ¿me oyes?

Esta vez ni siquiera me dedica un gesto vago como el de antes. Llevo ambas manos a su cara e intento hacer que me mire.

—Mírame, por favor —insisto y muevo su hombro con cierta desesperación—. Neithan, por lo que más quieras. Si te pasa algo te juro que te mato.

Suelto todo el aire de mis pulmones cuando consigo hacerle reaccionar.

—¿Qué haces? —pregunta tan bajo que casi no puedo oírlo.

—¿Qué hago yo? ¡Qué haces tú! ¡No respondías!

—No... grites.

La primera idea que ha venido a mi mente en cuanto lo he visto así ha sido llevarlo al hospital. Pero ¿y si lo meto en un lío? Es decir, ahora está consciente. Y nunca he visto nada así. No sé si esto es normal o si necesita ayuda.

Aunque quizás la necesita. Ahora mismo.

Madre mía. ¿Qué estoy haciendo? ¿En qué demonios estoy pensando? Su salud está por delante de los líos en los que pueda meterse por su comportamiento. Tengo que sacarlo de aquí y pedir ayuda.

—Vamos a ir al hospital. ¿Me oyes?

—No... Al hospital no.

—Me estás preocupando. Te has quedado inconsciente y... yo no sé qué hacer si vuelve a pasar, ¿entiendes eso?

—Ahora estoy despierto —murmura.

No sé en qué narices me he metido.

Casi escucho los engranajes de mi cerebro cuando pienso a toda velocidad.

—Vale... creo que... creo que lo mejor será llevarte a casa —decido, convencida—. Sí, eso. Tu familia sabrá que hacer.

Niega con la cabeza.

—¿No? ¿Por qué no?

—Yo no tengo familia.

Me quedo congelada en mi lugar, y de repente comprendo de donde viene, al menos, parte de su comportamiento.

Intento dejar todo lo que no me ayude ahora mismo a un lado. Necesito hacer algo. Lo que sea.

Entonces me viene a la mente la peor idea del mundo.

Es una completa locura y desde luego, no es legal. Pero en situaciones desesperadas deben tomarse medidas desesperadas.

Rebusco en los bolsillos de su pantalón. Él ni se inmuta, claro. Sigue igual de tranquilo que minutos atrás.

Hasta noviembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora