11-Éramos pocos y llegó la gata

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Las orejitas de Mía se movieron con un pequeño espasmo, soltando un largo maullido en tanto que iba corriendo a la puerta, su cola moviéndose de lado a lado mientras él era perseguido por lo que genuinamente pensaba que era un depredador.

Izuku acababa de llegar a casa de hacer la compra; había querido aprovechar que tenía las mañanas libres de trabajo para poder hacerlo.
Traía té verde, comida para Mía y arena de recambio para su caja, la única compra real que Katsuki le dejaba hacer con su propio dinero, el rubio compraba casi siempre todo lo demás.
La gatita le recibió en la puerta con maullidos cariñosos, frotando su cabeza contra su pierna, demandando atención.

—¡Oye ven aquí!

Una voz que ya conocía bien sonó por la casa seguido de una risa.
Cammie apareció corriendo, agarrando a Mía y empezando a darle vueltas en el aire mientras Izuku les observaba con una pequeña sonrisa.
La chica iba como casi siempre que iba al piso; iba sin camiseta, en sujetador y con un pantalón bastante corto.

Él no iba a opinar sobre eso, ella estaba en el piso de su primo, y hasta cierto punto él era un intruso en aquel sitio.
Ella podía ir como le diese la gana, Midoriya no era nadie para criticarla.

Y además, se estaba acostumbrando a su presencia. Era una chica ruidosa, pero alegre.
Todo lo contrario a Katsuki.

—Se va a marear.

La chica frunció el ceño, acariciando la cabeza de la pequeña que se aferraba con fuerza a su mano, esperando al momento adecuado para salir corriendo de aquel lugar.
Aquella rubia le tenía un cariño quizás demasiado exagerado, y ciertamente era algo arisco con todos menos con Izuku y Katsuki, a los cuales veía como unos sirvientes que vivían en su casa.

—¡Es lindísima! Pienso llevármela a casa.

Y salió corriendo con la gatita a la habitación de Katsuki mientras esta maullaba y se movía de forma brusca, queriendo separarse de ella.
Izuku ordenó la compra, se marchó a su habitación y trató de acabar una comisión que según el que lo había encargado era muy muy importante.
La envió en el plazo establecido y se tumbó por fin tranquilo, viendo al techo con una pequeña sonrisa.

Era perfecto.

Aunque seguía sintiéndose mal por vivir ahí sin pagarle nada a Katsuki.
Sacudió la cabeza, queriendo quitarle importancia, agarrando su teléfono y apoyándolo contra la pared sobre el escritorio, sentándose con una libreta y abriendo un directo en Instagram.
Saludó con una mano a la gente que iba entrando para que se sintieran bienvenidos, agarrando sus colores y comenzó a pintar con una enorme sonrisa.

—¡Gracias por entrar! No tenéis idea de lo feliz que me hace poder enseñar mis dibujos, sé que siempre lo digo, pero estoy muy agradecido, de verdad.

Hablaba con ellos mientras pintaba, respondiendo a algunas preguntas mientras ordenaba sus materiales y acababa comisiones.
Era entretenido, le gustaba.
Hasta cierto punto, el tener una comunidad de personas que te apoyaban y les gustaba tu trabajo era algo bastante lindo.

A la hora de ir a su trabajo se levantó de su asiento, sonriendo, enseñando el uniforme de trabajo.
Se despidió de Cammie, de Katsuki, y se marchó como hacía siempre. Estaba empezando a acostumbrarse a eso y le encantaba.

Su trabajo le gustaba también.
¡Era muy lindo trabajar en una pastelería!

...casi siempre.

Estaba cansado, agotado, reventado.
Había sido un buen día en la pastelería, lo que significaba estar muy ocupado y tener que llamar a Shoto para que le fuese a ayudar.

Con Dos De Azúcar, Por favor | BkdkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora