14. Hablemos

3 0 0
                                    


Me había levantado sin apenas dormir. Entre pensar en lo que diría en la reunión con los padres y lo que había pasado anoche, tenía la cabeza en cualquier cosa menos en dormir. ¿En qué momento Calleb se volvió partícipe de mis pensamientos nocturnos? ¡Qué locura!

Hoy me sentía con el ánimo horrible: tenía exámenes, las clases se están acabando, el estrés de organizar todo, pintar, llevar mi vida social y ser una buena hija me estaban pasando factura. ¿Qué es lo mejor que se puede hacer cuando uno se siente de la mierda? Vestirse bonito.

Me puse unos pantalones de tela con una camisa verde que ni recordaba tener. Mamá siempre dice que la elegancia lleva tacones, pero no es mi plan parecer elegante y terminar rodando por las escaleras, así que opté por unos zapatos bajitos.

—Señorita, la esperan abajo —escuché a Amadea fuera.

—Ya voy.

Pensando en lo que me dijo Calleb, es un poco cierto que debo dejar de depender de otros para que me lleven. A mi papá le gusta salir temprano, y por esperarme no puede hacerlo, y desde que Rebecca se compró la pequeña moto, ya Jas no necesita irse conmigo. Tendré que empezar a usar mi auto yo misma.

—Papá, me tardé un poco más, perdón.

—Ya tu padre se fue, Jess.

—Buenos días, mamá, entonces...

Me interrumpí a mí misma cuando vi al creidito levantarse del sofá.

—Buenos días, cobrizo.

—¿Qué es esa forma de hablar, Jessica?

—Perdón. Buenos días, Calleb.

—Iré por unos cupcakes que les hice a tus amigos.

Ni siquiera le presté mucha atención cuando salió casi corriendo. Calleb tenía esa sonrisa plasmada en el rostro y esa mirada que me pone... ¡No! Ninguna mirada, y no me pone de ninguna manera.

—No sabía que tenías cámaras en mi casa —le dije para romper el silencio.

—Créeme que si tuviera cámaras, no sería para vestirnos igual. Esto es pura casualidad. Me gusta cómo se te ve el verde.

—Lo mismo digo, pero ahora sí, ¿qué haces aquí?

—Alguien tenía que llevarte, ¿no?

No pude decir nada cuando mamá llegó con el recipiente, lo dejó en mis manos y nos empujó a la puerta, alegando que llegaríamos tarde.

—Tu mamá es muy... alegre —asentí.

—¿Puedo poner música? —pregunté una vez en el auto.

—Claro.

El camino fue corto y en silencio. Aunque noté que en ciertas ocasiones quería hablar, se detenía, y fue lo mejor porque a mí ni las palabras me salían. Lo único que no hacía el silencio tan incómodo era la música que había puesto.

—Espera —dijo una vez nos estacionamos y corrió hacia mi lado de la puerta para abrirla—. Gracias —susurré.

—¿Pasa algo, cobrizo? ¿Te molestó que fuera por ti? Fue una imprudencia de mi parte no avisarte y llegar así a tu casa. Abusé de la confianza. No volverá a pasar.

—No, no es eso.

—¿Entonces qué?

—¡Jessica! "Me salvó la campana".

—Jasmine, mira lo que les mandó mamá —le dije, pasándole el recipiente.

—Amo a tu mamá. Buenos días, Calleb.

Creo que te quieroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora