Según él, los comentarios de aquella simple y barata mujer no tendrían ningún efecto, pero claro que los tuvo. Gruño enojado, y más cuando fue llamado al médico por chequeos generales. Entró con mala cara al lugar, odiaba los hospitales. En las profundidades de su ser, una aversión latente se agitaba cada vez que la silueta del horrible lugar se perfilaba. No era solo el olor estéril, ni el blanco inmaculado de las paredes lo que le provocaba repulsión, sino un cúmulo de recuerdos y emociones entrelazados con el eco de pasillos que resonaban con pasos apresurados y susurros ahogados. Los hospitales eran para él sinónimo de pérdida y desesperanza, un laberinto donde los días se desvanecían en una neblina de incertidumbre. Cada visita era un recordatorio de sonrisas que se desvanecían y de la fragilidad humana, un lugar donde el tiempo parecía detenerse y al mismo tiempo escapar entre los dedos. Lo aborrecía con todo su ser, especialmente por todas las veces que fue regañado por ciertos hábitos. Espero en el vestíbulo con un rostro de pocos amigos, pero las miradas ajenas no se despegaban de él. Muchos de los murmullos eran de lo guapo que es, sin embargo, a él no le importaba. Estaba de muy mal humor; demasiado.
Las revistas esparcidas en mesas de centro no eran más que un débil intento de normalidad, páginas llenas de mundos distantes e inalcanzables que contrastaban con la cruda realidad del presente, pero quizás lo que más odiaba era la sensación de impotencia, la cruel verdad de que, a pesar del avance de la medicina y la tecnología, había batallas que simplemente no se podían ganar. Y así, con cada visita, el hospital se convertía no solo en un recordatorio de lo que había perdido. Cada visita era una invasión a su intimidad, un desfile de preguntas y miradas que escudriñaban más allá de lo que estaba dispuesto a revelar. Su problema había tejido una red compleja alrededor de su percepción de sí mismo, una batalla constante entre el control y el caos que se libraba en silencio. Los estudios médicos eran un recordatorio punzante de su lucha interna, una confrontación con la realidad de su cuerpo que él prefería ignorar. Las balanzas no eran más que cifras acusadoras, y las agujas, intrusos fríos que le robaban más que simples muestras de sangre. Cada resultado era un veredicto, cada diagnóstico, un eco de su propia guerra interna. Su estado había distorsionado su relación con la comida, con su cuerpo, y por extensión, con el mundo. Los hospitales se convertían en campos de batalla donde se enfrentaba no solo a su reflejo en los espejos sino también a la preocupación en los ojos de quienes lo rodeaban. Era un ciclo de visitas que no prometían cura sino la perpetuación de un estado que él no sabía cómo abandonar.
— Señor, en repetidas ocasiones se le ha ofrecido ayuda al respecto — La doctora miró el documento con cierto disgusto y suspiro —. Eventualmente esto le afectará en otros aspectos de su vida, debe tomar las medidas necesarias ahora que tiene la oportunidad, antes de que se vuelva un camino sin retorno.
— ¿Y eso que importa? — Luzu desvió su mirada molesta, detesta que le digan lo mismo cada vez que viene, su pie comenzó a moverse mientras ignoraba a la mujer.
— Señor... — La opuesta volteo la hoja para que el castaño le echará un vistazo —. Mide un metro con setenta y ocho, con un peso de cincuenta y cinco.
Luzu gruñó, ahora que sabía su peso se sintió peor, ¿solo había logrado bajar cinco kilos? Que patético.
— ¿Y eso es malo? — La doctora asintió frustrada, regreso el papel a la carpeta y se quitó sus lentes por unos instantes para volver a ponerlos.
— Es malo, y mucho, está en el riesgo de desnutrición — El modelo chasqueo la lengua para removerse incómodo en la silla —. Usted tiene anorexia, y necesita ayuda cuanto antes.
— ¿Tiene idea de lo que pase para verme como estoy? No, la gente habla sobre mi cuerpo, me decían que estaba demasiado gordo o demasiado delgado en un mismo día, eso no tiene sentido — El ojo rubí se levantó de su asiento y miró a la ajena con desdén, pero sus ojos se pusieron llorosos —. Las personas con una vida perfecta son siempre delgados y altos, bien vestidos, rodeados de lo mejor. Eso era lo que yo quiero.
— ¿Aun cuando está sufriendo? — El castaño quedo mudo. Se dejó caer en su silla de golpe, tuvo ganas de llorar de repente, así que suspiro para intentar calmarse y no romper en llanto. La mujer no lo entendía, pero Luzu en realidad odiaba ser así.
Todo empezó por cosas pequeñas, principalmente cuando le dijeron que tenía que bajar de peso para seguir en el mundo de la moda, fue tanto la insistencia que llegó a un punto en que fue incapaz de salir porque tenía la sensación de que lo miran porque es horrible. La distorsión corporal dependía del momento, de lo que pasara alrededor o en su trabajo. Pero llegó un momento en que no pudo controlar nada. Tenía hambre y no podía comer, se sentía fatal con solo pensar en tener que darle una mordida a un trozo de carne. Ya no sabía qué hacer con su vida. Estaba perdido, y a pesar de ser consciente de ello, no estaba listo para cambiarlo. Los pensamientos sobre la comida eran como sombras que lo seguían a cada paso, susurros incesantes que dictaban cada movimiento, cada elección. Las calorías se convertían en enemigos a los que había que contabilizar y combatir, números que danzaban en su cabeza con una precisión injusta. La culpa lo acompañaba siempre. Se preguntaba por qué no podía simplemente "ser normal", por qué no podía disfrutar de la comida como los demás. Los alimentos no eran sabores o placeres; eran trampas para arruinar su 'vida perfecta'.
Obstáculos en su camino hacia un ideal inalcanzable que ni él mismo lograba definir completamente.
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𝗕𝗢𝗡𝗜𝗧𝗢 | Luckity
Fiksi Penggemar❝Llamamos bello a aquello que es elogiado por el periódico y que produce mucho dinero.❞ ★ Basado en el roleplay de: QSMP. ✩ ¡Se shippean a los cubitos/personajes! Si esto llega a los streamers, bye bye. ★ AU | +18 ★ Contiene temas sensibles...