1. enfermo

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Enzo se consideraba un hombre de fé. Uno encarrilado en el camino correcto.

Había tenido problemas antes con hombres, hombres atractivos, pequeños como para entrar en sus manos, con cabello castaño y ojos grandes.

Los había visto, observados de arriba a abajo, pensamientos que un hombre cómo el no debería de tener, pero estaba curado, se había curado.

Incluso estaba comprometido.

Sofía, su prometida, había tenido sus mismos problemas, chicas que se colaban en su habitación, se había desviado del camino pero desde que empezó a ir a su parroquia había cambiado.

Le gustaba pensar que se había curado gracias a él, que tal vez su presencia la había sanado de lo que no debería pensar, era algo reconfortante que pensaba cada vez que la abrazaba en las noches.

La extraña relación que tenía con su mejor amiga prefería no pensarla.

Tenía una vida perfecta con Sofía, con un buen trabajo y la fé constante en sus vidas. Iban a la iglesia cada domingo e incluso daba un par de clases de vez en cuando.

Todo estaba bien, todo era perfecto, pero alguna vez había escuchado que todo lo que sube tenía que bajar.

La caída era inevitable.

Y la estaba sufriendo, ojos errantes en los chicos que iban a su trabajo, pequeños y con cabello castaño, ojos enormes, chicos que sentía que podía dominar.

Sofía, observadora como siempre, lo miraba fijamente en la cena, como si supiera algo que el no, ojos azules escaneandolo de arriba a bajo.

La culpa se arremolinaba en su estómago, pesada como una roca, a veces miraba demás, a veces rozaba sus manos un poco más de lo necesario, a veces se permitía fantasear.

Era un pecado lo que sentía y lo que pensaba, un pecado que temía que no fuera perdonado, uno que dejaba que fluyera libremente a puerta cerrada.

Sofía era muy diferente a un hombre, piernas suaves y cabello largo, a veces deseaba poder imaginarla haciendo lo que el quería, pero no podía.

Cierra los ojos con fuerza, el cuerpo de Sofía rebotando en su pelvis, no tienen sexo seguido, pero cuando lo hacen usualmente ella es más dominante que él.

Sus manos están en su cintura estrecha , sujetandola con fuerza, y casi puede imaginar que sus gemidos agudos son los jadeos de un hombre.

Se imagina uno sin cara detrás de sus párpados, con cabello corto y color miel, se lo imagina delgado, su cuerpo delicado, el se movería sobre su pelvis, queriendo ser dominado.

"Haceme lo que quieras" Escucharía su susurro en su cabeza, sus labios cerca de su oreja, Enzo entonces le daría la vuelta.

Lo cogería con fuerza, sus piernas enlazadas detrás de su espalda, lo haría llorar de placer, golpeando todo los puntos que debería gustarle, susurraria cosas en su oído.

"¡Enzo!" Gritaría entonces, y el se correría lento y profundo dentro de él, su semen escurriendo de su agujero.

Se viene con un grito ahogado, sin avisar.

"Enzo ¿Estás bien?" Sofía está quieta, todavía sentada sobre su cintura, lo mira con sus ojos duros, escaneandolo con preocupación.

Se vino dentro, se da cuenta.

Sofía estaba en control de natalidad, al menos eso pensaba, sabía que ella de estaba cuidando, pero el pensamiento de que podría estar embarazada lo asusta.

Si formará una familia con ella, si la dejara embarazada no habría vuelta atrás, no podría seguir fantaseando en silencio, no cree que podría soportarlo.

No va a poder soportarlo.

"Me vine adentro" Susurra, su voz suena extraña fuera de su garganta, como si no fuera suya, su entrepierna húmeda por su semen.

"Si, tengo el DIU ¿Te acordas?" Ella se levanta lentamente, sus piernas temblando, se apoya en sus hombros y sus pechos quedan frente a su cara, casi rozando su nariz.

Enzo no siente absolutamente nada,.

"Si" Susurra suavemente, observando como ella se levanta y se dirige al baño, poniendose una camisa suya antes de entrar.

Por el rabillo del ojo ve como sus muslos brillan por el líquido de su orgasmo.

Tal vez ella tuvo una fantasía similar.

Tal vez Sofía tenía sus mismas fantasías, tal vez ella también quería estar con una mujer, y si eso fuera cierto Enzo no la juzgaria, porque el estaba más enfermo.

Pero sabía que no era así, que ella ya estaba curada, a diferencia de él, que tenía algo retorcido y enfermo dentro de él, algo que le pedía ir con ellos.

Ellos, los hombres. Y Enzo a veces sentía que nunca sería completamente feliz con Sofía. Que nunca la satisfaría como debería.

Estaba enfermo.

Lo suficientemente enfermo para buscar consuelo en los brazos delgados de los chicos debajo de las farolas.

Conduce lentamente, el motor de su auto ronroneando, es un barrio feo, lleno de pobreza y de violencia, muy lejos de su propia casa, dónde Sofía duerme.

No es infidelidad si solo quería un abrazo.

Los hombres lo ven, fijamente, como un grupo de hienas, se siente juzgado, expuesto, algunos intentan acercarse, sus zapatos duros contra el concreto pero acelera.

No puede hacer eso, no puede, no quiere.

Conduce más rápido, las llantas chirriando sobre la tierra, los hombres le gritan cuando da una vuelta a toda velocidad, intentando escapar lo más rápido qur puede.

Reza en voz baja, buscando dónde estaba salida pero ese tipo de barrios son laberintos son salida, llenos de personas que lo juzgan.

Se estaciona en una esquina vacía y grita dentro del auto, a todo pulmón, golpea el volante y deja que la frustración acumulada de años se libere ahí.

Odia. Enzo odia. Con fuerza y vehemencia. Enzo se odia.

¿Porque debía de ser así? ¿Porque no podía ser normal?. Enzo no era mejor que nadie, Enzo no estaba curado, estaba enfermo hasta la raíz, podrido por dentro.

Escucha un golpe a su lado, dos, tres, cuatro hasta que voltea, ríos de lágrimas manchando sus mejillas y sus nudillos blancos en el volante.

Alguien está apoyado en la puerta, ojos enormes y cabello corto, erizado por todos lados, vestido con una falda de mezclilla apretada y una camisa recortada debajo del pecho.

No es un pecado si es una mujer ¿Verdad?

Si se esforzaba, podría pensar que era una.

"Che papi ¿No querés relajarte conmigo?"  Su voz es grave, baja con un acento marcado, tiembla por el frío y Enzo siente una repentina necesidad de ayudarlo.

Por su complejo de salvador o como una forma de expiar sus pecados le abre la puerta del otro lado y deja que entre.

Pone su mano sobre su muslo, dedos delgados sobre su pantalón, todo el es delgado, fino, delicado, si envolviera sus manos en su cintura podría romper sus costillas.

"¿Cuanto cobras?" Pregunta suavemente, el susurra de su voz sobre el motor del auto, el chico a su lado saca un cigarro, prendiendolo.

No se fuma en su auto, quiere decir, pero en vez de eso toma su mano suavemente.

"5 mil la hora" Dice, sus dedos delgados alrededor del cigarro, su clavícula afilada se ve debajo de su ropa, y las cadenas plateadas descansan en la línea de su esternón.

Enzo se estaciona cerca de un lugar baldío, las farolas muy lejos, solo están iluminados por la luz de la luna, Enzo saca su billetera y estira un par de billetes.

Esta enfermo.

wapo traketero | matienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora