10. manos sobre piel caliente

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Matías regresa a su casa después de que su cigarro se consuma entre sus dedos, sentado en el filo de la vereda, sus zapatos prestados brillando en el sol.

La nicotina entra a sus pulmones en oleadas, aunque nunca se atreve a llevarlo a sus labios, solo consumiendose en silencio hasta que quema la yema de sus dedos.

Inconscientemente obedeció a Enzo y se siente estúpido por ello.

Se siente estúpido, humillado y avergonzando, la ropa de Agustín no hace más que hacerlo sentir estúpido, como si se hubiera disfrazado para una obra de teatro.

Era estúpido porque le había creído a Enzo.

Porque pensó que era diferente, con su auto enorme y sus manos tímidas, él era diferente a los otros clientes, lo era, claramente, pero aún así era como los demás.

Cómo los que lo trataban como un objeto, como un juguete demasiado usado.

Y aunque él lo trataba como una persona, era igual que los demás clientes. Tal vez peor.

Era igual de horrible que todos, igual de falso y miserable, y el magnetismo de su tristeza constante que lo habría atraído en primer lugar se vuelve lástima rápidamente. Enzo es un hombre terrible, como todos los demás.

El no lo quería por lo que quería ofrecerle, por el sexo que podía darle o por el consuelo, el lo quería para sentir que podía manejar algo, para sentir control sobre su cuerpo, para lidiar con sus propios problemas.

Enzo amaba el poder que tenía sobre él, y Matías había permitido que lo obtuviera.

Se odia por haberle permitido obtenerlo.

Regresa a su ciudadela, donde las personas lo miran raro y se siente extraño en su propia piel, no encaja en el ambiente de Enzo, no encaja en el lugar donde ha estado toda la vida.

No encaja por su culpa, por haber intentado cambiar todo de él solo porque Enzo lo quisiera un poco.

La llave rota gira con un clic y se adentra en la casa, los zapatos de Agustín deslizándose fuera de sus pies apenas pisa las baldosas frías. No son suyos, y está seguro que no los volverá a usar nunca más.

No quiere volver a usarlos nunca.

"¿Della dejo birrias en el freezer?" Pregunta, caminando hasta la pequeña cocina del departamento, Paula solo murmura una respuesta suavemente, demasiado concentrada envolviendo el cabello de una chica en alumio.

"Si, pero no tomes todas, quiere una después del laburo" Paula le dice desde donde está, apuntandolo con su brocha llena de tinte morado, Matías se encoge de hombros y camina hasta su habitación con una birria bajo el brazo.

"¿Cómo te fue con el uru? No escuché su nave abajo" Paula pregunta, sin malicia detrás, charlando como siempre lo hace, pero él solo puede morderse la lengua y apretar la botella en sus manos.

Enzo es un idiota, es horrible persona, es peor que sus clientes y le gusta mucho.

"Que se vaya a la mierda ese pendejo"

Paula no pregunta más, y termina encerrado en su habitación, tirando toda la ropa de Agustín al suelo.

Tal vez se la devuelva luego, tal vez la conserve para oler los últimos vestigios del olor de Enzo.

Se desnuda rápidamente y se pone su ropa, la que de verdad es suya y no de nadie más, la que usa todos los días y la que huele al olor barato de los condones que usa.

Su top corto se aferra a sus costillas como una segunda piel, la falda corta rozando el pliegue de sus muslos, se siente seguro de alguna manera, su perfume irradiando en oleadas.

wapo traketero | matienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora