8. fuego: mentiras y verdades

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Vivir la vida que vive significa ser juzgado.

Siempre lo ha sabido, lo han juzgado desde que empezó, las chicas susurrando a sus espaldas, las rodilleras en los tobillos y las pelotas de volleyball en sus manos mientras susurraban que era una puta, el olor del sexo persiguiendolo como una peste.

Lo era, no oficialmente pero lo era, y sabe que ellas estaban conscientes de lo que hacía con sus novios, pero ninguna nunca lo confrontó por completo.

Es muy diferente ahora que es un adulto, las mujeres adultas tienen lenguas afiladas y en la ciudadela en la que vive las verdades se esparcen como fuego.

Fuego hirviendo sobre hierba seca, y si las verdades se esparcen como fuego, las mentiras son un incendio forestal.

Si está con el esposo de alguien, o con el novio de alguien, si está con alguien importante o con un drogadicto, todos se enteran en cuestión de días, palabras de boca en boca.

No es sorpresa cuando Sina, su mejor amiga en todo el barrio en el que vive, le cuenta lo que han estado viendo.

"Dicen que te estás garchando a un cheto" Le dice ella, sentada en la silla del comedor de su casa, Paula cortándole el pelo.

Sina era su mejor amiga desde que abandonó la escuela, ella había nacido en la ciudadela, había crecido ahí y moriría ahí, conocía los secretos y sabía cómo conseguir dinero rápido.

Paula resopla de risa, los mechones rubios cayendo en las baldosas del piso: "Tiene alta nave el uruguayo, es chetisimo"

Matías se ríe suavemente, observando como Paula le pega a Sina por reírse y moverse, Enzo se había vuelto un nombre común en su casa, y pronto había surgido un apodo.

Era el uruguayo, por obvias razones.

"¿Y tiene una buena poronga? Dicen que los uruguayos la tienen larga" Sina gesticula con las manos y Matías se ríe, en voz alta hasta que le duelen las costillas.

"Bue, larga es" Los tres se ríen en voz alta, hasta que Pau le vuelve a pegar a Sina porque se movió, el cabello rubio sobre el piso.

Matías decide guardarse el detalle que Enzo casi nunca está excitado cuando puede ver su miembro.

Sabe que no es un problema suyo, los clientes de Matías siempre estaban calientes cuando metían sus manos debajo de sus faldas, es un problema de Enzo, pero nunca le pregunta el porque.

Rescata información aquí y allá, escucha los susurros detrás de sus palmas, sus hombros temblando y su cara escondida en la curva de su cuello.

Había investigado por su cuenta, no mucho, pero lo había hecho, había aprendido un par de cosas, las respuestas al trauma, que hacer en un ataque de pánico, que le pudo haber pasado, había buscado como ayudar a alguien como Enzo.

Lo que el sentía era muy diferente a sus propias emociones, había aprendido a empujar todo hacia atrás, ignorar los moretones ocasionales y concentrarse en el presente.

No piensa en el pasado porque es aterrador, y prefiere ocultarlo con el polvo que mancha su nariz.

Pero Enzo no era así, constantemente miserable, un aura siempre constante de tristeza a su alrededor, quería ayudarlo, hacerle saber que estaba bien, que los recuerdos que se negaba a compartir estaban bien, que lo que sentía estaba bien.

Que estaba bien.

Quería ayudarlo, agradarle, lograr que lo quisiera como quería a su prometida, la mujer que defraudada cada noche, cuando se metía entre sus piernas y lo abrazaba.

wapo traketero | matienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora