Mi noche de bodas

27 5 1
                                    

Cuando la puerta se cerró y mis maravillosas amigas se fueron, lo primero que hice fue mirarme la mano. Una mano delicada, con las uñas perfectamente pintadas, las manos de una chica. Y en el dedo anular de la mano izquierda, un anillo, un sencillo anillo de oro, una alianza que simbolizaba que era la esposa de un hombre. Un hombre maravilloso. Mi hombre.

No me sentía muy distinta de cómo me sentía esa mañana, al menos físicamente, pero sentía una alegría y una excitación que me hacían sonreír internamente. Era la esposa de Rubén. Su confidente, su compañera... su amiga, su amante.

¿Tanto había cambiado? Sí, lo habíamos hecho oficial ante el mundo. Ahora éramos uno, o al menos eso sentía, y no me daba la más mínima vergüenza reconocerlo. Mi pequeño cuerpo sería su templo. Viviría mi vida junto a él y nos amaríamos cada noche. En cada alegría y en cada decepción. Afrontaríamos nuestras vidas como marido y mujer.

Durante todo el día no había podido evitar pensar en mi madre. Supongo que ahora era más sensible. Cada momento maravilloso me recordaba a mis seres queridos. Suponía que, a pesar de mi transformación en mujer, ella me habría apoyado, habría sido increíblemente feliz de verme así. Una mujer casada y enamorada. No tenía ninguna certeza, pero mi alma quería creer que así era.

Salí a la terraza, mi vestido de novia se hacía ya incómodo. Era precioso, pero apenas me permitía un poco de libertad y, francamente, tenía ganas de quitármelo. O más bien, de que mi maravilloso esposo me lo quitara.

Siempre había creído que las novias están muy nerviosas ante su noche de bodas. Yo no. Yo estaba expectante, deseosa. El sexo no era ningún misterio para mí. De hecho, en mi cuerpo de mujer ya había tenido más experiencias que en mi antiguo cuerpo; esos seis meses como escort dieron para mucho. Pero sí tenía clara una cosa. Mi esposo era un tío muy guapo y debía empezar a hacerlo mío y solo mío esa noche. Una deliciosa entrega, un deseo de hacerle feliz, de que me viera guapa, apetecible. Era como cuando hacíamos el amor, pero esta vez sería distinto. No sé, quizá una mujer se siente así en su noche de bodas. Yo nunca había tenido una noche de bodas, ¿verdad? Estaba deseando dormir con él como marido y mujer. La vida, el resto de nuestra vida, me parecía una aventura fascinante.

Salí a la terraza, escuchando el delicioso claqueteo de mis zapatos. A pesar de que eran muy altos, unos 10 cm, necesarios para que no pareciera demasiado bajita a su lado en las fotos, me resultaban extrañamente cómodos. Sonreí de nuevo para mí. En las fotos seguro que se apreciaba una diferencia de edad considerable. Él tenía la misma que yo, pero mi cuerpo era el de una jovencita. Algo me decía que, al menos en esa cuestión, la lotería genética de mi enfermedad me había favorecido.

Lo encontré sentado, con la chaqueta quitada. Estaba despeinado y su camisa tenía algunos lamparones de bebida. Yo misma le había derramado una copa de champán encima durante uno de nuestros bailes. Parecía muy satisfecho, aunque cansado, pero tenía una botella de champán en la mano. Se levantó al verme y sacó de detrás de su chaqueta, doblada encima de la mesa, dos copas preciosas adornadas con detalles dorados.

Me miró como siempre, haciéndome la chica más feliz del mundo y sonrió mientras me daba las copas. Las tomé, una con cada mano.

—¿Estamos solos?

—Por fin —dije riendo—. Son adorables, pero...

—¿Pero?

—Estaba deseando quedarme a solas con mi... marido.

—Y yo también quería estar a solas con mi esposa y decirle que esta noche está preciosa.

Abrió la botella de champán y llenó las copas en mis manos. La dejó en la mesa y me cogió una. ¡Era maravilloso! Una escena romántica y encantadora. Solo me extrañaba el pequeño detalle de que yo era la novia. Pero no era desagradable, en absoluto. Deseché mis pensamientos; mi esposo me hablaba.

Hayami significa: Chica de una gran belleza, inusual y un tanto rara (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora