El día despues

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Estaba en la playa, tranquila, jugando con cubos de arena. Miré alrededor, reconociendo la familiaridad de la playa: la Playa de la Victoria, con su arena fina y una temperatura suave, aguas tranquilas y un ambiente familiar. Me sentía feliz, muy agradecida de estar pasando el rato con mi madre, quien estaba relajada bajo la enorme sombrilla que la protegía del sol, luciendo su traje de baño de una sola pieza, nunca un bikini.

-¡Hayami, cariño, ven que te tengo que poner crema!-, llamó mi madre.

-Sí, mamá-, respondí.

Pero de repente, un pensamiento se coló en mi mente... ¿Hayami? Esta escena no podía ser real. Yo nunca fui una niña, nunca estuve en la playa con mi madre, y ella nunca me llamó Hayami cuando era pequeña... Nunca. Me estremecí. Mi bañador estaba mojado, cubriendo todo mi cuerpo de manera incómoda y húmeda. Mi cabello, lleno de arena y mojado, se deslizaba por mi espalda.

Aun así, todo era genial, perfecto. La sensación de felicidad y relajación me invadía. Mi pequeño cuerpo, que no podía tener más de cinco o seis años, se sentía cómodo y embadurnado de arena, como una croqueta. Experimentaba una sensación de libertad y diversión que no recordaba haber sentido antes. Vi cómo se acercaban unas figuras...

-¡Qué guay, mamá!-, grité. -Viene Rubén y su familia.

Sentí una alegría muy grande, sabía con esa certeza que solo se tiene en los sueños, que Rubén era un compañero de juegos divertido. Aunque a veces me tiraba del pelo y me hacía rabiar, era un amigo al que podía contarle todo. ¡Y además, siempre compartía sus golosinas conmigo cuando las tenía!

La perspectiva de un día de diversión me resultaba muy excitante.

La escena cambió de repente: me miré en el espejo y mi madre estaba detrás de mí, sonriéndome encantada. Yo debía tener unos 12 años, y seguía siendo Hayami, una chica delgada como un fideo, sin apenas curvas, y me sentía muy mal por eso. Mi madre me sonreía desde detrás del espejo mientras me trenzaba el pelo con una sonrisa.

-¿Dónde pensáis ir?-, preguntó.

-No sé, mamá. Las chicas y yo vamos a ir a una hamburguesería y después a dar una vuelta.

-¿Rubén va?-, preguntó ella con una sonrisa cómplice.

Sentí cómo me ponía roja de vergüenza. -¡Mamá, eres una pesada! ¡Solo somos amigos, ¿vale?-, respondí, aunque en mi interior sabía que el chico me gustaba un montón.

-Vale, vale, Hayami, no es para ponerse así-, dijo mi madre con una sonrisa divertida, como si hubiera dado en el clavo. Yo solo me quedé mirando mi cara de niña, deseando ser más guapa, deseando poder gustarle a Rubén.

-Mamá-, dije al fin, viendo cómo la sonrisa de ella se relajaba. - Siempre haces lo mismo, siempre me dejas explotar sabiendo que al final me abriré.-

-Sí, me gusta... pero a veces es un idiota-, continué.

-¿Y eso?

-Se mete conmigo... se ríe de que no puedo alcanzarlo en clase... es mucho más rápido que yo... y me hace estallar de rabia.

-Pero luego te consuela, ¿no?-, preguntó ella.

-Mamá, no me lo hace pasar mal ni nada, solo me saca de mis casillas-, respondí.

-Cariño, yo creo que es un buen chico. ¿Por qué no le dejas que... bueno, que te hable...? Creo que a él le gustas, es que los chicos a veces... son muy brutos.

-De verdad, mamá, a veces son muy brutos.-

Era muy curioso, estaba viviendo un sueño, eso estaba claro, pero... ¿era esta mi vida? Era desde luego una vida que me resultaba desconocida, pero no me parecía una mala vida. Era como estar viendo y sintiendo una película en la que yo era la protagonista. Era una pasajera en mi propio cuerpo, viviendo todo lo que esa niña llamada Hayami debería haber vivido si hubiera nacido así.

Hayami significa: Chica de una gran belleza, inusual y un tanto rara (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora