Capitulo 7

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           "La Diosa merece amor"

Erase una vez, en el mundo celestial. Una Deidad que amaba a los animales. Ella sentía una conexión con aquellas criaturas más fuerte que cualquier otro Deidad. Serena era su nombre, Serena prefería vivir aislada, ella no era bienvenida y eso era debído a su peculiar maldición. La Deidad era hija de la vida, pero así como la vida le dió a luz, la muerte la fecundo.

Serena no tenía amigos, y si intentaba entablar alguna relación con otros Dioses era rechazada cruelmente, crueldad que le costó uno de sus ojos estrellados. Serena, dejo el reino de los cielos para buscar a alguien que le mostrarán la misma amabilidad que ella le entregaba a otros, pero fue en vano. Ninguna otra criatura la aceptaba.

Sufrió maltratos por todas partes, los elfos, los orcos, enanos y ciclopes. Despreciaban su existencia. Algunos hasta intentaron comerla y obtener poder de su carne. Hasta los mismos demonios sintieron lastima por la pobre Serena. Que ser tan desdichado era Serena, que obtiene la pena de un demonio.

Y un día, después de escapar milagrosamente de una orda de orcos bárbaros. Se rindió. Ella estaba tan herida que no podía volar. Los orcos le habían arrancando una de sus alas cola para evitar su huida. Pero con la poca determinación que tenía logro librarse de las cadenas de hierro.

Se arrastró como pudo dejando una hilera de sangre detrás de ella. Su plumaje blanco azulado estaba horriblemente manchado y fuera de lugar. Las nubes blancas que cubren su pecho y torso en un remolino. Eran de un gris tormentoso. Su aureola nubar se desvanecía como un cúmulo en el viento. Provocando pequeñas gotas de lluvia. Serena estaba triste y sus nubes sentían su dolor físico y emocional.

Serena con las pocas fuerzas que le quedaban decidió que si iba a morir que sería en lo profundo del bosque encantado. Dónde la naturaleza era su única amiga honesta. Y así, lo logró. Perdiendo demasiada sangre en el proceso.

La laguna de cristal era más hermosa de lo que Serena recordaba. Cuando era niña adoraba ir y ser abrazada por la fantasía. El lago le daba el amor que ella anhelaba en otros. Un amor puro y calido que solo una madre puede entregar a sus hijos. Pero al igual que te mostraba tus mas hermosas mentiras fantasiosas, También podía ser un cruel espejo que te enseña la cruda y más honesta de las verdades.

El lago podía maquillar un poco lo ocurrido, pero tarde o temprano la realidad sale a la luz.

El reflejo de Serena fue de lo más aterrador de ver. Ella no podía soportar verse a si misma El lago mostró una hermosa chica, una cuya vida no fue trabajosa o repleta de montañas que se derrumbaban encima de ella. Una vida que debió ser, pero que nunca fue. Serena se ensimismo en la ilusión, se dejó llevar. Pero vio una grieta, una grieta que mostraba su realidad. La vida que es y que fue. El bello rostro de Serena se transfiguro en una masa molida a golpes, quemada y desfigurada. Su rostro hinchado e irreconocible. Rojo y púrpura adornaban su piel palida y cremosa. Luego un matiz verde y amarillo enfermizo cubría la otra mitad. Sus costillas visibles por días de inanición. Su bello cabello rubio platino cubierto de gemas tenía la apariencia de un nido de ratas, mal peinado y mal cortado. Su corte asimétrico con zonas pelonas le dieron un nuevo significado a dolor emocional.

Su nueva apariencia era prueba suficiente de lo rota que estaba. Nadie la quería. Nadie la necesitaba. Reflejaba su interior. Su corazón. Dicen que los Dioses sangran oro. Pero Serena no sangraba oro, ella tenía sangre. Pero de esa sangre brotaban frutos. Unos frutos que para desgracia no eran comestibles. Ella ni siquiera dejaba nada bueno, incluso si moría.

Iba a cerrar el ojo que a duras penas estaba abierto, para dejarse llevar y al fin poner fin a su desdichada vida. Pero un ruido la despertó de su mundo repleto de nubes blancas. Ella intento ignorar el ruido, no le importaba. Si ese ser acababa con todo por lo menos le ahorraría a Serena horas de agonía. Solo esperaba que está criatura fuera compasiva y le arrebatará la vida rápido. Ya no tenía porque luchar. Nadie necesitaba a una Deidad patética e insignificante. Ni siquiera tenía seguidores. Estaba sola.

Un pequeño botón húmedo olfateaba su mejilla. Ella podía decir que era la nariz de un can.

—¡Oh! Por todos los Dioses. — Exclamó un individuo de voz masculina y grave.  Serena solo quería morir, su mente permaneció fría pero su pecho se apretó de anticipación. ¿Le pedirá a su perro que me despedaze?. Pensó con desdén.

—Fergus ten cuidado muchacho. No la lastimes.

Serena no tenía energía, no podía moverse y mucho menos pelear. Se dejó llevar, por aquel extraño. La logró levantar sin ningún inconveniente. Haciendo alarde de su fuerza bruta. Y cuando Serena ya no tocaba la tierra encontrándose flotando en fuertes brazos. Allí fue donde finalmente perdió el conocimiento. Entregandose a la oscuridad. Talvez ahora sí podrá morir.

¿Porque no se metió al lago para morir ahogada?. Serena no lo sabe, simplemente no quería contaminar el agua con su sangre envenenada. Es lo que ella quería creer, pero algo le decía que no se metiera y permaneciera en tierra.

La cabeza de Serena daba vueltas cuando volvió en sí.

Serena se sintió cálida, se sintió cobijada, se sintió cómoda y mullida. Su cuerpo ya no dolía. Sus huesos no crujían. Abrió los ojos sin dificultad ni fatiga. Un techo de madera le dió la bienvenida. Una chimenea la calentaba. Una almohada suave le hacía sentir...amada. Con cuidado se sentó y se quitó la sábana que le cubría. Su cuerpo estaba limpio, y su cola volvió a crecer. La movió para probarla, estaba en perfecto estado.

—Que bueno que despierta Mi señora. — la voz varonil resonó en la habitación desde la puerta, era un hombre joven. Alto, con rostro ánguloso y mentón fuerte. Una capa de barba cubría su cara. Ocultaba un mentón partido. Le recordó a Serena un corazón a medias. Cabello castaño rojizo muy frondoso. Con una cola de caballo. Pero había algo que inquieto a Serena. Las heridas, los moretones. Todo habían Sido traspasados a el hombre. El hombre ingreso cojeando, tenía en sus brazos más madera para el fuego.

—No te preocupes, bella dama. Soy un enlace de Unicornio. — aquel hombre hablo viendo la interrogante en los ojos de Serena, restando importancia al asunto. Su cuerpo poseía el daño ajeno por voluntad propia y no le importaba.

—¿Porque? — fue lo único que Serena pudo decir.

Y la respuesta del individuo la dejo helada.

—¿Porque no?. — Y así fue como se vio reflejada en tormentas grises.

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