XI. El Matriarcado

125 12 10
                                    

ɪꜱ ɪᴛ ʙᴇᴛᴛᴇʀ ᴛᴏ ꜱᴘᴇᴀᴋ ᴏʀ ᴛᴏ ᴅɪᴇ?

"ᴄᴜᴀɴᴅᴏ ɴᴏ ᴇꜱᴛᴀꜱ,ʟᴀ ꜱᴏʟᴇᴅᴀᴅ ᴍᴇ ᴀᴄᴏɴꜱᴇᴊᴀ ᴍᴀʟ

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

"ᴄᴜᴀɴᴅᴏ ɴᴏ ᴇꜱᴛᴀꜱ,
ʟᴀ ꜱᴏʟᴇᴅᴀᴅ ᴍᴇ ᴀᴄᴏɴꜱᴇᴊᴀ ᴍᴀʟ.
ᴄᴜᴀɴᴅᴏ ɴᴏ ᴇꜱᴛᴀꜱ,
ɴᴏ ꜱᴇ ᴀʙʀᴇ ᴇʟ ᴘᴀʀᴀᴄᴀɪᴅᴀꜱ ʏ ꜱᴀʟᴛᴏ ɪɢᴜᴀʟ"

{ﮩ٨ـﮩﮩ٨ـ♡ﮩ٨ـﮩﮩ٨ـ}








































































Eran demasiado cosas sucediendo a la vez. Intentaba sobrellevarlo de la mejor manera que podía, y vaya que se iba a dar mérito, pues lo hacía tan bien que se sorprendía a ella misma.

Luego de todo lo sucedido y de casi explotar contra Berlín, — siendo contenida duramente por Nairobi y Denver — ahora el mismo se encontraba sentado en la punta de la mesa y los demás estaban en sus respectivos lugares. El hombre manejaba la situación como si fuera una simple reunión de trabajo. Aquello le hacía molestar aún más a Sídney.

— Tokio perdió la cabeza. No aguantó. Y no es fácil. Pero no he tenido más remedio que entregarla — Decía el hombre, como si se tratara de un discurso motivacional.

Sídney se mantenía cabizbaja intentando no prestar tanta atención a las palabras de Berlín. Nunca podía tomarse las cosas en serio si se trataba de él, pues siempre portaba esa actitud tan propia y fingida que pronto dejó de creerle todo.

— Daos las manos. Por favor — El pedido dejó descolocados a todos — Estamos aquí jugándonos la vida. No hace falta tanto valor para darse las manos. Cuando se produce una herida, las plaquetas se unen para cerrarla. Si no lo hacen, el cuerpo, finalmente, muere. Se ha producido una herida y tenemos que unirnos.

En el mientras de su parloteo, todos se habían tomado de las manos como había pedido, menos Río y Sídney, que diría que por primera vez estaban del mismo lado.

Para Sídney era inimaginable como con el pasar del tiempo encerrados allí, la estupidez de Berlín cada vez le sorprendía más. Era extrañamente irritante. Era inteligente y a la vez un imbécil.

— ¿Pero qué coño hablas de plaquetas? — Preguntó Río enojado. No pudo  juzgarlo.

— Río — Advirtió Berlín.

— ¿Qué te crees, un predicador? ¿El líder de una secta? ¿Vais a viajar todos de la manita al espacio con él?

Lo interrumpió de nuevo — Río, es preciso que te tranquilices. Ahora.

— No. No me tranquilizo, has mandado a Tokio a la cárcel. No tengas los santos cojones de pedirme que me tranquilice. Le has jodido la vida — Hizo el frente, mostrando por primera vez en su vida un poco de valor.

𝐒𝐩𝐞𝐚𝐤 𝐨𝐫 𝐝𝐢𝐞  | 𝑳𝒂 𝑪𝒂𝒔𝒂 𝒅𝒆 𝑷𝒂𝒑𝒆𝒍 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora