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Era temprano por la mañana y, a pesar de que el día aparentaba ser tranquilo, Izuku sentía una presión en el pecho. Aún acostado, sus ojos estaban cansados, aunque se suponía que había descansado. Sus pensamientos giraban en torno a una sola cosa: Bakugou y Kirishima, la pareja de novios que era tan adorable que él sentía una mezcla de envidia y rechazo. Intentaba negar ese sentimiento, pero el coraje lo invadía.

Cada vez que veía al pelirrojo, se daba cuenta de que todo lo que él deseaba, Kirishima lo tenía: era guapo, atlético y tenía un novio espectacular. Desde pequeño le enseñaron a no tener envidia, pero su inseguridad era más fuerte y su resistencia para superarla lo empeoraba aún más. Quería ser como él. Cada vez que se miraba en el espejo, se imaginaba siendo Kirishima, pero luego volvía a su propia realidad, donde se sentía incómodo con su apariencia, y lo inundaba la imagen del vestidor que no podía sacarse de la cabeza. No podía evitar pensar que debía hacer algo de inmediato; su ropa parecía cada vez más ajustada y su mente estaba cada vez más fatigada.

—¡Izuku! —La voz de su madre lo sacó de su trance como una botella de agua fría. Se levantó y, a pesar de su falta de energía, se dirigió a la cocina. Ahí estaba su madre, colocando con cuidado la comida en la mesa: sopa y té, cuyos aromas inundaron su nariz. Al verlo, su madre lo saludó dulcemente invitándolo a sentarse.

—Quisiera bajar de peso —comentó Izuku.

—Claro, Izuku. Te apoyaré en lo que necesites —respondió ella con una sonrisa, como siempre lo hacía. Izuku se sentía agradecido con su madre; cada vez que tenía un problema, Inko parecía ser un refugio para él. Con una cálida sonrisa y un abrazo, parecía que todo podría solucionarse. Con ella, nunca se sentía solo.

—Gracias —respondió Izuku, sintiéndose aliviado por lo que lo atormentaba. Estaba ansioso por comenzar a cambiar.

Después de desayunar y despedirse de su madre, tomó sus cosas y se dirigió a la escuela. Al salir por la puerta, sintió que el tiempo se detenía, con la misma presión en el pecho que había sentido al despertar. Cada paso se sentía pesado. Parecía que nunca llegaría, aunque no sabía si eso sería bueno.

A medida que se acercaba a la escuela, la sensación de vacío se intensificaba. Sabía que debía reunir todas sus fuerzas para enfrentar otro día en ese lugar que parecía ser una trampa y él, una presa a punto de ser cazada.

Finalmente llegó a la puerta de la escuela y tomó un momento para reunir el coraje suficiente para entrar. Cerró los ojos y respiró profundamente, tratando de encontrar algo de calma en medio del caos de su mente.

Mientras se preparaba para cruzar el umbral de la escuela, una pregunta surgió en su mente: ¿podría encontrar la aceptación y el amor que tanto anhelaba, incluso de alguien como Bakugou? La duda se apoderó de él mientras se adentraba en el edificio, pero Izuku sabía que no podía permitir que ese pensamiento lo consumiera. Aunque la esperanza era frágil, era todo lo que tenía para aferrarse en medio de la oscuridad de sus propias dudas y temores.

Se sentía aislado en su propio mundo, como si estuviera en otra dimensión. Al entrar en el salón, sus ojos buscaron automáticamente a Bakugou y Kirishima. Los encontró en su lugar habitual, hablando y riendo juntos. Sintió una punzada en el corazón, como si le clavaran una daga. Sus piernas temblaron y estuvieron a punto de fallar, pero logró sostenerse en un pupitre cercano. Su cuerpo parecía moverse por inercia, como si fuera un autómata. Sentía que perdía el control sobre sí mismo y su mente estaba plagada de pensamientos negativos que lo arrastraban cada vez más hacia abajo.

—¿Estás bien, Midoriya? —preguntó una voz a su lado, sacándolo de su mente. Era Iida, quien lo miraba con confusión y un poco de preocupación.

—Sí, estoy bien, Iida. Gracias por preguntar —respondió Izuku, aunque su voz sonaba más débil de lo que hubiera deseado.

Iida siempre había sido alguien estricto y reservado, pero también era genuinamente amable y dispuesto a ayudar. Izuku apreciaba eso, aunque no estaba seguro de poder aceptar la ayuda.

—Lo haré, gracias —respondió Izuku, intentando sonar más convencido.

En la hora del almuerzo, Izuku jugueteaba con su comida, cabizbajo y sin mucha hambre. El ambiente a su alrededor parecía ajeno a su lucha interna, y aunque sabía que debía comer, la ansiedad le cerraba el apetito. Observó a sus compañeros, todos inmersos en sus propias conversaciones y preocupaciones.

—La dieta keto es una estupidez —comentó una chica sentada cerca de él, atrayendo su atención.

—Yo no hago dietas, aunque he oído que el ayuno intermitente es bueno —respondió otra compañera.

—No seas tonta, eso es prácticamente desnutrirse. Vas a parecer una anoréxica —replicó la primera con tono arrogante.

—¿Ser como Uraraka? Vamos, ni que quisiera comer servilletas —ambas rieron, pero Izuku se sintió helado. Uraraka, una chica amigable y alegre que solía ser su amiga, ahora parecía más solitaria y deprimida. Se habían distanciado por diversas circunstancias, y él no había podido apoyarla. Izuku sintió una mezcla de tristeza y preocupación al escuchar esas palabras. Uraraka había cambiado mucho.

El camino de regreso a casa fue más largo que la ida. No podía dejar de dar vueltas a sus problemas, que parecían acumularse cada vez más. Al menos, al llegar a casa, un sabroso plato de katsudon lo esperaría, aunque cuando su madre se lo sirvió, se sintió paralizado. No podía comer eso.

Pretty - BakudekuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora