𝑪𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝑪𝒊𝒏𝒄𝒐

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La noche había caído sobre el reino y el palacio estaba en silencio, salvo por el murmullo ocasional de los guardias en patrulla

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La noche había caído sobre el reino y el palacio estaba en silencio, salvo por el murmullo ocasional de los guardias en patrulla. Las conspiradoras se deslizaron sigilosamente hacia los aposentos de Arisa, llevando consigo un pequeño frasco de veneno. Todo parecía ir de acuerdo con su plan, hasta que la luz del amanecer empezó a filtrarse por las ventanas y el momento de la verdad llegó.

Poco después del amanecer, un alboroto resonó en los pasillos del harén. Los guardias, alertados por las mujeres conspiradoras, encontraron el frasco de veneno en los aposentos de Arisa y rápidamente informaron al rey Bakugo.

─¡Llévenla al salón principal! ─ordenó Bakugo con una voz llena de ira contenida, sus ojos brillando con una intensidad peligrosa.

Arisa fue llevada al salón principal, con los guardias firmemente sujetándola. A pesar de la confusión, mantenía la calma, confiando en que Bakugo conocía la verdad. Al llegar, vio a las mujeres conspiradoras reunidas, con expresiones de preocupación fingida en sus rostros.

─Mi rey, encontramos esto en los aposentos de Arisa ─dijo una de las mujeres, sosteniendo el frasco de veneno como si fuera una prueba irrefutable─. Tememos por su seguridad.

Bakugo miró el frío frasco de veneno en las manos de la mujer, luego levantó la vista para observar las caras ansiosas de las conspiradoras. Su mirada se endureció y señaló a las mujeres que habían traído la acusación.

─¿Y cómo es posible que ustedes encontraran este veneno en los aposentos de Arisa? ─preguntó, su voz peligrosa y controlada.

Las mujeres intercambiaron miradas nerviosas, pero una de ellas, más osada, se adelantó.

─Mi rey, estábamos preocupadas por la seguridad de todas. Pensamos que, como Arisa es nueva y ha sido favorecida por usted, deberíamos asegurarnos de que todo estuviera en orden. Fue entonces cuando encontramos el veneno.

Bakugo no mostró ninguna emoción en su rostro, pero sus ojos se tornaron más fríos. Se volvió hacia uno de sus guardias.

─Traigan a Arisa aquí.

Cuando Arisa fue llevada ante Bakugo, la miró profundamente, buscando cualquier señal de culpabilidad. Pero solo encontró su tranquila determinación y confianza.

─¿Arisa, has estado en tus aposentos anoche? ─preguntó Bakugo suavemente.

─No, mi rey ─respondió Arisa, manteniendo la calma─. He pasado todas las noches con usted desde que me trajeron aquí.

Bakugo asintió y luego dirigió su atención a las conspiradoras . Sus ojos parecían atravesarlas, fríos y calculadores.

─Si Arisa no ha estado en sus aposentos, ¿cómo podría haber colocado este veneno allí? ─preguntó Bakugo, su tono gélido.

Las mujeres se miraron entre sí, claramente sin una respuesta convincente. La osada que había hablado antes, se removió nerviosamente bajo la intensa mirada de Bakugo.

─Quizás... quizás lo hizo antes de que empezara a pasar las noches con usted, mi rey ─dijo, su voz temblando.

Bakugo dejó escapar una risa sarcástica.

─¿Y por qué Arisa querría envenenarse a sí misma? ─preguntó, avanzando hacia ellas con paso lento pero decidido─. Esto no tiene ningún sentido.

Se giró hacia sus guardias.

─Lleven a estas mujeres a los calabozos para ser interrogadas. Averigüen quién más está involucrado en este complot. No toleraré traición en mi palacio.

Los guardias asintieron y comenzaron a escoltar a las mujeres fuera del salón, sus protestas cayendo en oídos sordos.

Bakugo se acercó a Arisa y suavizó su expresión.

─Lo siento por esto, Arisa. Está claro que hay quienes están celosos de tu posición aquí.

Arisa asintió, sus ojos brillando con gratitud.

─Gracias por creer en mí, mi rey. Sabía que confiaría en mi inocencia.

Bakugo la tomó de la mano y la llevó fuera del salón.

─Ven, pasemos el día juntos. No dejaré que estas intrigas ensombrezcan nuestro tiempo.

Y con eso, la llevó a sus aposentos, decidido a protegerla de cualquier peligro que pudiera acechar dentro de su propio palacio.

El sol del mediodía iluminaba el jardín del palacio, llenando el aire con el aroma de flores y el canto de los pájaros. Bakugo y Arisa estaban sentados en un banco de mármol, compartiendo un plato de frutas frescas. El ambiente era tranquilo, un contraste con la reciente tensión en el harén.

Arisa tomó una uva y la miró pensativa antes de hablar.

─Mi rey, hay algo que no entiendo ─dijo suavemente, rompiendo el silencio.

Bakugo levantó la vista de la fruta que estaba pelando y la miró con curiosidad.

─¿Qué es, Arisa?

Ella tomó un respiro profundo, tratando de encontrar las palabras adecuadas.

─Me refiero a los aposentos que me has dado. Sé que usualmente son reservados para las favoritas que tienen hijos. Pero yo no tengo ninguno. ¿Por qué me los diste a mí?

Bakugo la miró por un momento, sus ojos evaluándola, antes de sonreír levemente.

─Arisa, desde que llegaste, has sido diferente. No eres como las demás. Hay algo en ti... una luz, una sinceridad que me atrae.

Arisa lo miró sorprendida, sin saber qué decir. Bakugo continuó, su tono más suave de lo habitual.

─Los aposentos no son solo un símbolo de tener hijos. Son un símbolo de mi confianza y aprecio. Quiero que estés cómoda, que te sientas segura. Has traído una alegría a mi vida y quiero que tengas lo mejor

 Has traído una alegría a mi vida y quiero que tengas lo mejor

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𝐇𝐚𝐫𝐞𝐦 𝐝𝐞𝐥 𝐑𝐞𝐲 𝐝𝐫𝐚𝐠𝐨𝐧 ->ᵏᵃᵗˢᵘᵏᶤ ᵇᵃᵏᵘᵍᵒ<-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora