En un mundo donde la traición se paga con sangre y los secretos son la moneda más valiosa, Gianna Lombardi ha aprendido a sobrevivir jugando con las reglas de la mafia... y rompiéndolas cuando es necesario. Pero cuando su pasado regresa para desafia...
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Marco Santoro era un hijo de puta engreído. Uno de los más imbéciles que había conocido en mi vida. Su presencia gritaba opulencia barata, desde el traje azul marino arrugado hasta sus zapatos de cuero gastado. Pero la parte que más odiaba de él era su jodida cara.
Sus expresiones me ponían de los nervios y me picaban las manos con la necesidad de estamparle la cabeza contra la mesa hasta escuchar sus huesos quebrándose.
Cuando el humo de su puro cubano llegó a mis fosas nasales, toqué con intencionalidad la pistola que descansaba en mi bolsillo derecho. No me hubiera costado nada sacarla y meterle una bala entre ceja y ceja. De hecho, le haría un favor al mundo eliminando a un imbécil de los innumerables que poblaban la tierra.
Y justo cuando pensaba que ya había alcanzado su nivel de estupidez, decidió abrir la boca.
—Me estoy empezando a impacientar, Lombardi —la amenaza implícita en su tono me hizo tensarme con expectativa.
Un solo paso en falso y no dudaría en manchar el suelo del casino con su sangre.
Dante resopló con aburrimiento mientras le hacía señas a una camarera que estaba cerca.
—Ya te lo expliqué, Santoro, Gianna no es ama de casa, tiene un trabajo en la Cosa Nostra y esa siempre será su prioridad.
Algo me decía que ni siquiera hacía falta la explotación, Gianna se había vuelto conocida con los años hasta llegar al punto de que estaba en boca de todo el mundo con falsos cotilleos. El último había sido que en realidad formaba parte de la Bratva y estaba en la Cosa Nostra como infiltrada.
—Busco una esposa, Dante, no una matona.
Y, como siempre, Gianna decidió hacer su entrada en el momento menos oportuno.
El grupo de personas que estaba reunido en la sala se dividió en dos, haciendo un pasillo para dejarla pasar, mientras ella arrastraba los pies con aburrimiento.
Los susurros llenaron el aire mientras la gente se percataba quién era la persona que había entrado.
Observé con recelo la sangre que se deslizaba por sus piernas, dejando un rastro carmesí con cada paso que daba, pero algo más llamo mi atención. Llevaba una caja que solía ser blanca, pero la sangre se había filtrado por las esquinas y goteaba sin cesar.
No dudó en pararse justo en medio de la multitud y destapar su regalo, un grito resonó en la sala mientras todos se apartaban un poco más.
La comisura izquierda de su boca se levantó mientras tiraba la caja al suelo y una cabeza rodó dos veces antes de parar con un ruido húmedo.
—Joder, che schifo —Giovanni apartó la mirada de la cabeza del adolescente mientras Gianluca encendía un cigarrillo con interés.
Dante suspiró y empezó a frotarse el puente de la nariz con dos dedos, como hacía siempre que su hermana le desesperaba.