5. Gianna

31 20 1
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


—Explícame otra vez por qué tengo que tener una segunda fiesta de compromiso. 

Busqué los ojos de Dante en el espejo, pero estaba demasiado ocupado tecleando en su teléfono como para mirarme.

Ciertamente, no tenía ganas de ver a Marco Santoro. Solo la idea de tener que hablar con él me creaba repulsión, así que el hecho de estar en una fiesta donde se celebraba nuestro compromiso no era para nada apetecible.

La peluquera retorció otro mechón de mi pelo para recogerlo en un complicado moño que empezaba a dar migraña. Ya había tirado varias veces con demasiada fuerza y estaba poniéndome de los nervios.

—Porque vuestra primera celebración no fue exactamente ideal. Todo lo contrario, me atrevería a decir.

Levanté la vista a su reflejo en el espejo, sus ojos brillaban con amenazas silenciosas y decidí sonreír. Hacer perder la paciencia a los hombres era uno de mis pasatiempos favoritos, sobre todo si se trataba de hombres Lombardi.

—Si le da miedo un poquito de sangre, no entiendo qué hace en la Cosa Nostra.

El tirón en el pelo me hizo gruñir en mi interior y miré a la peluquera con los ojos entrecerrados. La tensión en el mechón desapareció e inhalé profundamente en un intento de mantenerme serena.

—No le dirigiste la palabra en toda la noche.

—No tenía nada interesante que decir.

—¿Cómo puedes saberlo si no lo escuchaste?

Porque conocía el tipo de hombre que era. Hablaba todo el tiempo sobre sus adquisiciones más caras, las apuestas ganas y las esposas trofeo. Un escalofrío me recorrió la espalda al pensar que pronto encajaría con el último tema.

—Simplemente lo sé.

La mujer que tenía atrás hizo un movimiento brusco que me hizo saltar de mi silla y girarme para mirarla a la cara. Tenía el peine entre los dedos y dio dos pasos asustados hacia atrás.

—Calma, Gianna, todo está bien. Simplemente, intentó atrapar el peine que se iba a caer.

Sentí los hombros temblando con fuerza ante la adrenalina y tomé un respiro ahogado. Realmente estaba de los jodidos nervios.

Sentí la mano de Dante en mi cuello antes de darme cuenta de que se había acercado a mí. Parpadeé varias veces para despejar la vista y conseguir verlo delante de mí.

Me sacaba al menos una cabeza, pero a mí la altura nunca me había intimidado. Sabía que no hacía falta imponer físicamente para poder destrozar una persona.

Empujó mi cuello hacia abajo hasta que estuve sentada de nuevo y apretó su agarre durante un segundo antes de soltarme.

—Estás bien.

No lo estaba. Llevaba dos meses de los nervios, el cuerpo me hormigueaba, pidiéndome una sola cosa, la única que no podía tener. Inhalé una bocada de aire antes de soltarla por la nariz.

—No lo quiero allí.

—Sabes que no puedo hacer eso —la respuesta de Dante me frustró aún más e intenté levantarme.

Me empujó por los hombros para volver a sentarme y esta vez apretó tanto que sabía que iba a dejar marcas. Agradecí el dolor durante un segundo y cerré los ojos.

—Estás bien, Gianna.

Apretó un poco más.

—Dilo.

Dejé de respirar durante unos segundos, hasta que el cuello me empezó a quemar por la necesidad. Quería venganza, quería ver su sangre corriendo entre mis dedos, de la misma forma en la que lo había hecho la sangre de mi padre. Por su culpa.

—Dilo, Gianna —la amenaza tiñó su voz como la sangre iba a hacer con mis manos.

—Estoy bien.

La tensión de mis hombros desapareció al instante y solté un suspiro tembloroso mientras Dante le ordenaba a la peluquera que acabara su trabajo. 

No volví a hablar mientras ella acaba su trabajo. Tampoco cuando otra mujer vino y me maquilló durante otra hora más. Luego fui al baño y cambié mi pijama por un vestido rojo que llegaba hasta la mitad del muslo con una apertura a la derecha.

Salí del baño y esperé que Dante me diera su aprobación por el resultado final, pero en vez de hacerlo sacó del bolsillo una cajita roja que combinaba con mi vestido.

No.

La abrió y dejó ver un anillo plateado con un rubí rojo en el centro. Fue como un puñetazo en el estómago ver aquella joya después de tanto tiempo. Seguía igual de brillante que el primer día.

El hielo se instaló en cada parte de mi cuerpo y un ligero temblor se apoderó de mis rodillas. No quería comprometerme. No quería casarme. Pero sobre todo, no quería usar el anillo que había visto una vez en la misma caja, ofrecido por un hombre arrodillado delante de mí. Una joya que había abandonado un día, junto a lo que quedaba de mi corazón destrozado, y que pensaba que no volvería a ver.

Dante sacó el anillo de su caja y el click que hizo al cerrarse hizo que me estremeciera.

Forzó mis dedos a separarse y empujó el anillo hacia arriba por mi dedo. El metal frio quemó mi piel y el rojo del rubí se volvió tan borroso que casi no lo distinguía.

De repente todo el esfuerzo que puse en no sentir desapareció y recordé. Recordé como solía pasear los dedos sobre mi columna y tocaba todos los puntos de mi pulso porque decía que no estaba seguro de que se cansaría de sentir mi corazón. Me acordé de las noches cocinando en una villa en Pesaro y de los paseos nocturnos por Roma. De aquella vez que reí tanto que me dolió la barriga y me lloraron los ojos. Recordé que le gustaba ir siempre a mi derecha y que siempre que sentía que me desorientaba ponía su mano en mi espalda para guiarme.

Pero sobre todo recordé el sabor a sangre en mi boca, la forma en la que sus labios se curvaron hacia arriba cuando mi mundo se desmoronaba. Del entierro de mi padre.

ATARAXIA (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora