En un mundo donde la traición se paga con sangre y los secretos son la moneda más valiosa, Gianna Lombardi ha aprendido a sobrevivir jugando con las reglas de la mafia... y rompiéndolas cuando es necesario. Pero cuando su pasado regresa para desafia...
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Suspiré con hastío al ver cómo la rubia llenaba su vaso por tercera vez en apenas diez minutos. Miré el mío, que seguía a la mitad. No era un gran fan del alcohol; sabía apreciar una buena copa ocasionalmente, pero la idea de emborracharme o ver a alguien completamente ebrio me resultaba repulsiva.
Por eso, cuando la novia de Giovanni se tambaleó en mi dirección, me levanté para salir de la habitación tan rápido como pude. Jennifer tropezó con sus propios pies, y la sujeté del brazo con firmeza para estabilizarla.
Alzó la otra mano hasta mi cuello, y me aparté ligeramente, dejando su mano suspendida en el aire. Sus labios mal pintados formaron un puchero infantil que me irritó aún más.
No es que no fuera atractiva, pero acostarme con ella me traería consecuencias que, aunque no me asustaban, tampoco me apetecía enfrentar.
—Vamos, Roman, puedo hacer que la pases bien —susurró, deslizando su mano hasta mi mandíbula. Entorné los ojos, desinteresado.
—Te lo dije, Jennifer. No, gracias.
La aparté con cuidado para que no perdiera el equilibrio, pero ella no parecía entender, ya que volvió a rodear mi cuello con sus manos. Apreté la mandíbula. ¿Qué demonios les pasaba a las mujeres de esta familia?
Su boca se acercó a mi cuello, y miré más allá de su cabeza, conteniendo mi irritación. Lo último que necesitaba era ocuparme de la novia del inútil de Giovanni. Inspiré profundo, resignado a que la rubia me babeara encima y seguramente manchara mi camisa con su labial.
Lo siguiente ocurrió tan rápido que apenas tuve tiempo de reaccionar.
Vi una sombra bajo la puerta, y escuché cómo se abría con fuerza, aunque sorprendentemente silenciosa. Reconocí a la mujer que me miraba con odio justo antes de oír el disparo que resonó en la habitación. Todo sucedió en menos de un segundo. Estaba impresionado, aunque nunca lo admitiría.
El cuerpo sin vida de Jennifer cayó al suelo con un golpe sordo, y agradecí mentalmente librarme de su peso.
—¿En qué puedo ayudarte, Gianna?
Ignoré su presencia, prefiriendo observar cómo el cabello de la ahora exnovia de Giovanni, antes rubio, se teñía rápidamente de un carmesí oscuro.
Escuché que Gianna se movía y finalmente la miré. Estaba apoyada en el marco de la puerta, aún con su vestido blanco de la fiesta, brazos cruzados y la pistola en la mano derecha, mientras examinaba sus uñas con aburrimiento.
—Nadie engaña a mi primo —dijo. Su justificación me pareció tan ridícula que opté por no responder.
Ella sabía mejor que nadie que Jennifer había engañado a su “querido cachorro” con una variedad de hombres. Nadie iba a tragarse esa mentira. Pareció leerme el pensamiento, porque una sonrisa burlona apareció en su rostro mientras arqueaba una ceja con desafío. Quería que la desmintiera, así que me mantuve en silencio.