Escuché su respiración tranquila mientras pasaba las yemas de los dedos sobre su columna, sintiendo cada vértebra. Su cabeza estaba apoyada en mi brazo, con el pelo esparcido por todas partes, como un halo oscuro que contrastaba con la palidez de su piel. Estaba más viva que nunca y la sentía en todas las jodidas partes de mi vida. Estaba en mi casa, estaba en la Cosa Nostra, y ahora estaba aquí, conmigo, respirando. La calidez de su cuerpo, su olor, una mezcla de lavanda y algo más, algo que era puramente ella, lo llenaba todo.
Apreté el agarre de mi mano izquierda en su pelo, como si algo fuera a venir y arrebatármela de las manos. Cada vez que su pecho subía y bajaba con la respiración, era como si el mundo se sincronizara con ella. Su diafragma se ensanchó mientras suspiró con pesadez y acaricié otra vez más su espalda. Mi mujer. Mía.
—Vuelve a decirlo —su susurro sonó relajado mientras la oscuridad nos envolvía.
Las puertas del balcón estaban abiertas, haciendo que las cortinas de seda se movieran con cada ligera brisa de aire. Los sonidos lejanos de la ciudad, mezclados con el susurro de las hojas de los árboles, creaban una sinfonía nocturna. Apreté su cuerpo más cerca del mío, en un intento de robar un poco de su vitalidad.
—Dai nemici mi guardo io, dagli amici mi guardi Iddio.
Arrugué ligeramente los labios al acabar de soltar el refrán italiano, que claramente había pronunciado lo suficiente mal como para hacerla reír.
—Tienes el peor acento italiano que escuché en mi vida —se incorporó sobre sus codos mientras seguía riendo y no pude evitar sonreír. La luz tenue de la luna se reflejaba en sus ojos esmeralda, haciéndolos brillar con una intensidad que me dejaba sin aliento.
Acaricié la comisura derecha de sus labios.
—Soy ruso, no me hace falta saber italiano.
—Sigue diciendo eso y ya veremos cuando no te enteres de nada en las reuniones que organiza Dante.
Volví a acariciarle la espalda y pasó su pierna izquierda sobre las mías hasta sentarse a horcajadas sobre mí.
—Qué bueno que tenga a mi esposa italiana para guardarme las espaldas entonces.
Esposa se sentía bien. La realidad nos envolvía a ambos mientras asimilábamos mis palabras. Nos habíamos casado después de casi un año de escondernos por los pasillos más oscuros de mansiones y discotecas caras.
Paseé mis dedos sobre su muslo y me tensé ligeramente al sentir las vendas cubriendo la parte superior. Había vuelto a enterrarse un cuchillo solo por castigarse a sí misma. Su piel, marcada por cicatrices, era un recuerdo constante de que mi princesa de la mafia no era lo que parecía.
—No más cicatrices, Gianna.
Suspiró como lo hacía siempre que sacaba el tema. Se comportaba como si yo no entendiera, y la verdad es que no lo hacía.
—Así es como funciono yo.
—¿Jodiéndote la puta vida? —sentí la rabia subiendo por mi cuello y la empujé para salir de la cama.
Ella no me siguió mientras abría las cortinas y salía al balcón. Su paquete de cigarrillos estaba perfectamente alineado con el mío, y eso me frustró aún más.
—Estoy harto de esa mierda, si no paras te juro por Dios...
—¿Qué? ¿Qué piensas hacer exactamente? ¿Dejarme?
Aspiré aire con fuerzas mientras me encendía un cigarrillo. El humo subió en círculos hasta perderse en la oscuridad y de repente tenía ganas de matar.
—Quizás.
Era una estupidez siquiera pensarlo, porque tenía claro que la única forma de separarme de Gianna Lombardi era si me mataban. O si ella me dejaba, y eso también era una imposibilidad.
—Muy bien —sentí su presencia a mi espalda y me tensé cuando sus uñas me arañaron el cuello. Era una acción que se había vuelto suya, solo suya y solo para mí.
—Hazlo —susurró cerca de mi oreja, haciendo que se me ponga la piel de gallina—. Déjame, Roman, abandóname aquí y ahora, dime que no me amas.
Me giré para mirarla y no pude evitar bajar la mirada hasta su muslo. Gianna tenía muchas cicatrices, no éramos tan diferentes en eso, tenía algunas redondeadas de bala, algún que otro corte, con la diferencia de que ninguna de las mías habían sido provocadas por mi mismo.
—Quiero que dejes de hacer esa mierda.
Sus hombros subieron y bajaron con cada
respiración que tomaba.—No puedo olvidar, Roman. No puedo distraerme.
Mi nombre supo amargo en su boca, asi que tiré de ella para rodearla con los brazos. Los suyos envolvieron mi espalda y nos quedamos allí, en silencio. Esa fue la primera noche en la que me di cuenta de que quizás Gianna podía ser una víbora, pero yo era el veneno que la mataba.
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ATARAXIA (Editando)
RomansaEn un mundo donde la traición se paga con sangre y los secretos son la moneda más valiosa, Gianna Lombardi ha aprendido a sobrevivir jugando con las reglas de la mafia... y rompiéndolas cuando es necesario. Pero cuando su pasado regresa para desafia...