Gianna

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Abrí los ojos lentamente, manteniendo la respiración constante

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Abrí los ojos lentamente, manteniendo la respiración constante. Había un intruso en mi habitación.

No sabía cuánto tiempo llevaba allí, observando desde las sombras. Escuché sus pasos ligeros sobre el suelo de madera, lentos y controlados, como si estuviera estudiando cada movimiento. Aproveché el sonido para mover la mano despacio, hasta que alcanzó el borde de la almohada. No debía notar nada. El aire estaba tan denso que casi podía saborear su presencia, una sombra que parecía susurrarme al oído desde el otro lado de la oscuridad.

La habitación estaba tan cerrada y opaca que mis ojos apenas distinguían la silueta de los objetos a pocos centímetros de distancia. Las persianas antibalas, instaladas meses atrás, blindaban no solo la ventana, sino también la mínima cantidad de luz que podría haberme dado alguna ventaja.

Mis dedos rozaron el metal frío de la pistola, y la sujeté con fuerza. Permanecí tumbada de lado, dándole la espalda al intruso, y sentí un cosquilleo helado en la nuca. Detestaba tener a alguien detrás, especialmente cuando no sabía quién era.

Esperé en silencio, respirando con dificultad, cada latido sincronizado con el eco de sus pasos, que avanzaban lentamente, deteniéndose a intervalos. Como si jugara conmigo. Otro crujido de la madera tensó mis músculos y apreté los dientes, cada segundo alargándose en mi mente. La figura se detuvo, y un instante después pude oír una exhalación pausada, como si él también estuviera atento a cada uno de mis movimientos.

Era ahora o nunca.

En un movimiento rápido, me incorporé, pulsando el interruptor de la lámpara con la mano izquierda mientras apuntaba hacia el frente con la derecha. La luz estalló en la oscuridad, cegándome durante menos de un segundo. Cada vez lograba adaptarme mejor a esos detalles, esas debilidades de las que el viejo Lombardi siempre hablaba.

Parpadeé para reajustar la visión, y entonces lo vi.

Al principio, la imagen frente a mí era borrosa, una figura alta, casi como una persona vestida de sombras, que parecía inamovible en medio de la claridad repentina. Luego sus rasgos tomaron forma: los destellos de unos ojos azules, oscuros y profundos, su mirada tan fría como el filo de un cuchillo. Cabello oscuro, perfectamente peinado hacia atrás, y un traje de cuatro piezas sin una sola arruga. Impecable y mortal.

No podía ser.

—¿Roman? —mi voz sonó como un susurro incrédulo.

Sus manos estaban ligeramente levantadas, como si hubiera anticipado el arma apuntando hacia él, y una sonrisa apenas curvaba el lado izquierdo de su boca.

Dejé caer la pistola en la cama y me froté el lado derecho de la cara, todavía sin entender del todo si estaba soñando o si él realmente estaba allí, desafiando las reglas invisibles de mi refugio. Llevaba seis meses sin verlo, algo que supe solo porque una mañana me desperté con puntos precisos en una de las heridas de mi muslo, y no con los torpes que solía hacerme yo misma.

ATARAXIA (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora