Primer Azora: Al-Anfal.

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¡La orden de Alá viene! ¡No queráis adelantarla! ¡Gloria a Él! Está por encima de lo que Le asocian. 

Hace descender a los ángeles con el Espíritu que procede de Su orden sobre quien Él quiere de Sus siervos: «¡Advertid que no hay otro dios que Yo! ¡Temedme, pues!

¡Por Alá!, que antes de ti hemos mandado enviados a comunidades. Pero el Demonio engalanó las obras de éstas y hoy es él su amigo. Tendrán un castigo doloroso.

En lugar de servir a Alá, sirven a lo que no puede procurarles sustento de los cielos ni de la tierra, lo que no posee ningún poder. 

 

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Cuéntese (Pero Alá es más sabio y más benevolente), de las conexiones secretas que los príncipes déspotas del Califato Abasí, tenían con un enigmático y mitológico grupo sectario que precedió a los Nizaríes tres siglos atrás. Se decía incluso que Harún Al-Rashid, el más grande Califa Abasí que trajo el punto más álgido de la dinastía suní, tuvo contactos con facciones de esta organización, y que fue gracias a la ayuda de estos que Rashidun hizo florecer la Edad Dorada del Islam en todo su imperio, extendido desde la Península Arábiga, por Asia Menor, La Peninsula Hispánica y Asia Central.

Alá es conocedor de todo, y sólo él, entre todo ser sentipensante y creador del cosmos, conocía la total existencia de este vasto grupo de guardianes. Una milenaria organización de la que se narraron incontables leyendas datadas de las épocas del Rey Salomón y su Llave Menor. Un grupo, concentrado en Oriente Próximo, que ha salvaguardado la existencia de los hombros en su caótico reino mortal, alejándolo de las garras de los más inmundos monstruos de Yahannam.

Una poderosa, numerosa y variada cofradía de guerreros, caballeros, paladines, bardos, poetas, escribas, arquitectos y músicos llamados los Yaum Al-Quiyama.

Rashid (que Alá lo tenga en su gloria) fue el último gran Califa Abasí antes de su prematura muerte. Una muerte tan abrupta que trajo consigo la Cuarta Fitna en todo el imperio; una guerra civil que, aunque relativamente corta, derramó muchísima sangre en las milenarias ciudades persas, con asedios que duraron una década. Veintitrés fueron sus largos años de gobierno, en el que jamás exclamó la Yihad, el llamado militar a la expansión territorial, y en cambio se dedicó a cultivar las artes culturales y las ciencias, compiladas todas en la ya extinta Casa de la Sabiduría, localizada en Bagdad. El imperio alcanzó su apogeo con su reinado gracias a esto.

Pero las fuentes esotéricas de los Coraichitas, la tribu que gobernaba en La Meca y que siempre se mostró opositora al pusilánime reinado de Rashid, apuntan a otro motivo de su ensalce como Califa. Un ensalce que tuvo origen en la tutoría que recibió desde pequeño por parte de Yahya Ibn Barmak, o Yayha el Barmací, un influyente funcionario proveniente de la Familia de los Barmakíes, quienes compartían cama con los Abasíes en el gobierno... Y de quienes, entre teorías oscuras reveladas siglos después tras la caída de los Abásidas, se supuso que eran una facción de hechiceros de los Yaum Al-Quiyama.

Las Sombras de ArabiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora