Tercer Azora: An-Nás

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<<Me refugio en el Señor de los hombres,

el Rey de los hombres,

El Dios de los hombres, 

del mal de la insinuación, del que se escabulle

que insinúa en el ánimo de los hombres

sea genio, sea hombre».

Cuando Al-Mamún llegó con su caballería y su ejército a la capital, listo para tomarla a la fuerza, se llevó la ingrata sorpresa de descubrir ningún tipo de oposición militar o civil. Esto hizo que el califa, presto en la confusión y la preocupación de ver las calles tan desoladas, como si hubiese un toque de queda, marchara por Bagdad hasta el palacio sin oír ni un solo clamor de batalla.

Y lo primero que supo Al-Mamún, lo primero que llegó a sus oídos y le puso los pelos de punta, fue saber que el traidor, el Gran Visir, y el instigador de toda la revuelta política, Fazl Ibn Sahl, desapareció la noche en que todos los conspiradores se largaron de Bagdad y ahora no se hallaban rastros de su paradero.

Era el año 819. Seis años después del fin de la cuarta fitna, y de haber asesinado a su hermano Al-Amín. Con grimorio empuñado en su mano, Al-Mamún pensó que se toparía aquí con una oposición atrincherada que lo obligase a utilizar los poderes divinos del libro maldito. Pero con cero luchas, ahora el poder demoniaco acumulado en tantos años de no usarlo estaba aplastándolo por dentro, y tenía ganas de explotar de alguna u otra forma. Pero Al-Mamún resisitó, y resistió como pudo a las tentaciones del libro maldito.

No era sabio revelar la posesión del grimorio ahora mismo, mucho menos en frente de todos sus líderes militares del Jorasán. No quería tener otra polémica en sus manos que le hiciera desglosarse mentalmente. Tenía que hacer algo para instaurar orden en su mente, algo que lo distrajera, y rápido.

Una vez sentado en el trono del palacio real de Bagdad, trono adjudicado a su padre y a quién habría sido Califa después de él (Al-Amín), y Al-Mamún proclamó la renovación de su califato ahora con sede en Bagdad, tras diez años de estar rigiendo el imperio desde Merv. Su primer mandato fue perseguir a la familia de Fazl; sus soldados hechizados capturaron a todos los miembros de la familia de Fazl, incluyendo a su hermano mayor Hasan, quien fuera hermano menor de su anterior Gran Visir, Fadl. Al-Mamún hipnotizó a hermanos, madres y sobrinos con sus poderes demoniacos, marcando sus rostros de los característicos tatuajes de arabescos, y los forzó a hablar para que revelaran el paradero de Fazl.

—Oh, Gran Califa —murmuró Hasan, la voz monótona debido al hechizo—, desearíamos de verdad saber el paradero de Fazl, pero... él no se encuentra con nosotros ya.

—Imposible —masculló Al-Mamún mirando el grimorio con sorpresa—. Se supone que quien caiga en mi hechizo siempre me dirá la verdad. ¿Por qué...?

—Decimos la verdad, Gran Califa —admitió el hechizado Hasan, los ojos sin emociones mirando hacia la pared—. Fazl ya no se encuentra con nosotros. Él está lejos de aquí.

—Lejos de aquí, lejos de aquí —cantaron el resto de los familiares en coro, lo que puso aún más confundido y nervioso al Califa.

—¡Maldición! —exclamó Al-Mamún, largándose de la habitación mientras rechistaba los dientes una y otra vez.

Las Sombras de ArabiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora