Séptimo Azora: Ach Chóara (5)

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Los magos fueron convocados para una determinada hora del día convenido.

Cuando llegaron los magos dijeron a Faraón: «Si ganamos, recibiremos una recompensa, ¿no?»

Moisés les dijo: «¡Tirad lo que vayáis a tirar!»

Y los magos cayeron prosternados. 

Hasta este momento, Ilkán no pudo hallar ninguna prueba que determinara que Abdullah confabulaba con Al-Farabi para tener planes ulteriores con los Quiyama

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Hasta este momento, Ilkán no pudo hallar ninguna prueba que determinara que Abdullah confabulaba con Al-Farabi para tener planes ulteriores con los Quiyama. Todo lo contrario: con la última conversación seria que tuvieron ambos días atrás, era Al-Farabi quien tenía el descontento general contra ellos. No sabía por qué de eso, pero le serviría para darle apoyo y ánimos a Yabir de que la Hermandad Blanca no se deslizaba hacia el vórtice de ninguna hórrida traición.

No obstante, el detalle que más lo ponía nervioso de toda esta expedición era el intrincado misterio respecto a Yahya y su grimorio que se desveló en el palacio de la acrópolis. Él lo pudo ver todo desde el lomo de su halcón, la cual no paraba de agitarse y mantenerse lo más alejada posible de las estribaciones urbanas que formaban aquella montaña de templos y mansiones. Cuando oyó a Abdullah decir que el hombre al que habían estado buscando resultó ser Al-Mutásim, se le llenó la garganta de angustia, que eclipsó cuando Daifallah dijo que el grimorio... debía de encontrarse en la Torre de Erasdu. El mismo lugar que su halcón detestaba y temía de volar.

¿Qué fue lo que sucedió con Yahya? ¿Por qué su grimorio estaba en manos de ese tal Mutásim? ¿Cómo acabó él en este sitio? ¿Acaso otros Sag-Giga que recibieron enseñanzas del Akham por parte de los Barmakíes también acabarían en la Arabia de las Sombras? En un principio, no tuvo en consideración el peso de las consecuencias que los Barmakíes trajeron al servir y enseñar a los peores hombres del Califato sus artes negras. Pero ahora lo veía. Y eso le hacía nudos en la garganta.

Pasó la noche en el templete que quedaba cerca de la base donde se establecieron el grupo de hechiceros. Se debatió durante horas si debía de regresar a Al-Madain para comunicarle todo lo hallado a Yabir, o si en cambio se quedaba... Pero, ¿para qué quedarse? Técnicamente cumplió lo que su maestro le dijo. Confirmó que Abdullah no estaba conspirando contra ellos. Debía de volver para hacérselo saber.

Sin embargo, a diferencia de su halcón el cual la atmósfera del sitio le traía terror sin igual, a Ilkán... el ambiente tan nítidamente desolador y nostálgico de Shahigan I-Sepid le proporcionaba una sensación de melancolía y simpatía domadores que lo motivaban a quedarse aquí a disfrutar de las vistas, y a seguir aprendiendo más de la desgracia que los Quiyama hizo recaer sobre la etnia djinn Darvish.

Se le vino a la cabeza la idea de ir a darle una visita a aquella única superviviente Darvish con la cual Al-Farabi y Abdullah charlaron. La idea fue detenida por una traba mental que recordó cuando Abdullah dijo que ella, huraña como es, no proporcionaría ni siquiera una charla amena. Pero Ilkán sentía que debía acercársele para dirigirle la palabra. Esa necesidad, nacida de lo más hondo de su pecho, tenía como raíz recuerdos que se juró no sacar de la tumba, jamás.

Las Sombras de ArabiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora