**Capítulo 8: Ahogando Penas**

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Estaba en el bar de Husk, absorta en mi trabajo, escribiendo sobre un caso de difamación

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Estaba en el bar de Husk, absorta en mi trabajo, escribiendo sobre un caso de difamación. Un cantante de pop había sido traicionado por su esposa, quien además lo había difamado y demandado. Mientras repasaba los detalles del caso y hacía cuentas, tomaba ron para ahogar mis penas, como cualquier abogado que se sumerge en el alcohol para olvidar sus problemas. Sentía que mi vida se desmoronaba y que mis éxitos profesionales solo servían para ocultar las profundas heridas de mi alma.

Con manos temblorosas, saqué un frasco de pastillas de mi bolsillo. Estas pequeñas cápsulas eran mi única vía de escape de la realidad tormentosa que había sido mi familia. Todos en el hotel ya se habían ido a dormir, pero yo no podía conciliar el sueño. Cuando estaba a punto de tomar las pastillas, una mano firme me las arrebató.

Levanté la mirada, sorprendida, y vi a Lucifer Morningstar, vestido con una pijama de patitos que resultaba cómicamente fuera de lugar en alguien como él. Se sentó a mi lado y, sin decir una palabra, rompió el frasco en mil pedazos.

—¿Qué carajos...? —comencé a decir, furiosa, cerrando mi computadora de golpe—. Escuche, majestad, esas pastillas eran lo único que me calmaba. Mi vida ha sido una mierda. No sabes cómo fue mi niñez ni mi adolescencia... Perdí a dos personas muy importantes, mi primo Davis y mi abuela. Estas pastillas son lo único que me ayuda a descansar. No puedo más. Cada vez que gano un juicio, siento que me vuelvo solo una herramienta hecha para arreglar las vidas de otros mientras la mía sigue siendo un infierno. Así que, por favor, déjame... solo déjame caer al vacío.

Saqué mi vapeador y comencé a inhalar el humo, tratando de calmarme mientras volvía a abrir mi computadora. Pero antes de que pudiera dar una segunda calada, Lucifer me agarró las manos.

—Dame el vapeador —ordenó con una voz firme pero suave.

—Majestad, no haga esto... No puedo dárselo —respondí, nerviosa, evitando su mirada.

Lucifer acercó más mis manos hacia él y, con un movimiento decidido, me quitó el vapeador y lo rompió. Intenté protestar, pero su mirada y esa sonrisa desarmante me dejaron sin palabras.

—Voy a quedarme contigo hasta que te vayas a dormir —dijo, su tono era decidido pero lleno de una calidez que no esperaba.

Lo miré con sorpresa mientras miraba a Kenai, quien no parecía estar muy contento con la situación. El perro le lanzó un gruñido a Lucifer, recordándole quién era el verdadero guardián aquí. Ignorando a Kenai, Lucifer se acercó a mí, recargándose ligeramente en mi hombro mientras yo volvía a revisar el documento en la computadora.

—Majestad... —empecé, sin apartar la vista de la pantalla—, si ya rompió mi frasco de drogas y mi vapeador, ¿cómo planea rehabilitarme? Ya se deshizo de ellas. Ahora, ¿cómo va a rehabilitar a una persona a la que ya le quitó sus drogas? —pregunté, tratando de mantener la compostura mientras seguía escribiendo.

Mi vida es un infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora