Mas amor, menos reglas. XIX

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Prisión federal PDS Florence, Colorado.

General Lopez:

-Buenos días, hoy será extraditada la señorita Bushwick.

-Como que extraditada, cuando se habló sobre eso o se tomó esa decisión?- pregunta el teniente Smith-.

-Hoy y la tome hoy.

-No es una buena opción General, yo sugiero que la dejen aquí, esta cárcel es la mejor en todo Estados Unidos por su máxima seguridad.

-Yo no le pedí sugerencias teniente Smith, ya la decisión está tomada.

-Señor el teniente tiene razón, además la señorita Bushwick es una de las presidiarias más peligrosas en toda la cárcel, es más, me atrevo a apostar que es la más peligrosa.

-Llevará una camisa de fuerza con varios policías en la minivan, la única extraditada será ella.

-¿Qué, por qué?

-Porque es un problema.

-Todas son un problema.

-Ya la decisión está tomada.

-No participaré en ese operativo, no me haré responsable- suelta el teniente Smith.

-No le estoy preguntando teniente, usted será el cabecilla de este operativo.

-No.

-Ya la decisión está tomada y no cambiaré de opinión les guste o no. Forme usted mismo su grupo, ya sabe los mejores con los mejores. Quiero el grupo conformado mañana y cuando esté listo los espero en mi oficina y por favor, que sea antes de las 5:30, Bushwick será extraditada la próxima semana.

Teniente Smith:

Maldita sea.

—Bien, Wander, Jones, Taylor, Brown, Wilson.

—Sí señor- Responden.

—Ya vuelvo.

Sr. Bushwick:

Las luces del penal se apagaban, una tras otra, marcando el inicio de la noche. Mientras yo estaba recostada en la incómoda litera de metal, miraba el techo mientras los sonidos de la prisión se desvanecían lentamente. La rutina diaria, la monotonía de los días, era rota únicamente por un único y breve momento de emoción que me daba fuerzas para seguir adelante.

Maldita sea, necesito más diversión, me volveré loca aquí.

En el bloque de celdas, las rejas se abrían y cerraban con el eco de un golpe metálico que resonaba por los pasillos. A lo lejos, el sonido de pasos firmes y decididos se acercaba. Me incorporé, mis sentidos alertas. Sabía quién era. Lo había estado esperando.

El teniente Davis, de semblante serio y mirada penetrante, caminaba con la autoridad que le confería su rango. Pero aquella noche, como tantas otras, había algo más en su andar: una ansiedad contenida, una urgencia que lo hacía parecer menos impasible. Sus ojos, que normalmente reflejaban disciplina y dureza, revelaban un brillo especial cuando cruzaban el umbral de mi celda.

Al llegar frente a la celda, se detuvo y miró a su alrededor para asegurarse de que nadie lo estaba observando. La prisión tenía ojos en todas partes, y un paso en falso podría destruirlo todo.

Con un movimiento rápido, introdujo la llave en la cerradura y giró, abriendo la puerta. Me levanté rápido y me acerqué despacio, con la familiaridad de quien ha repetido ese acto muchas veces.

Teniente Smith:

—Bushwick —dije con voz ronca, deteniéndome a pocos pasos de ella—. Tengo noticias.

Ella levantó la vista, y en sus ojos ese brillo que siempre tenían a pesar de estar encerrada día y noche aquí y su sonrisa tierna como si no estuviera pasando nada.

—El general ha dado una orden —continuo, clavando mi mirada en la suya—. Vas a ser extraditada en una semana.

Sentí que el suelo se abría bajo mis pies. La noticia era devastadora, pero lo que más me hería era ver el dolor en los ojos de ella cuando siempre tenían ese brillo inigualable. Se levantó lentamente y dio un paso hacia mí, estirando una mano temblorosa.

—¿Y qué será de nosotros? —preguntó.

No respondí. En cambio, la atraje hacia mí, envolviendola en mis brazos con una necesidad desesperada. Podía sentir su corazón latiendo con fuerza contra su pecho.

—Teniente Smith—susurró, su voz llena de cariño y seducción.

—Sr.Bushwick —respondí, con un tono que sólo utilizaba cuando estaba a solas con ella.

El silencio de la celda se llenó con nuestras respiraciones entrecortadas. La proximidad de nuestros cuerpos encendió una chispa que ambos habíamos intentado suprimir durante demasiado tiempo. Incliné la cabeza y busqué sus labios. Fue un beso cargado de tristeza, pasión y un deseo reprimido.

La semana siguiente dejó de existir para nosotros. El mundo exterior se desvaneció, y solo quedaron nuestros cuerpos entrelazados en una danza frenética de amor y desesperación. Nos quitamos la ropa con una urgencia casi salvaje.

Recorrí cada rincón de su cuerpo con mis manos, mis labios, mi lengua y mi corazón. Cada caricia era una promesa no dicha. En ese momento, no éramos la prisionera y teniente; éramos almas perdidas que nos aferramos a nuestra probablemente última noche.

—Te amo —susurró.

—Y yo a ti —respondí, besándola suavemente una vez más—. No dejaré que esto sea un adiós. Te voy a sacar de aqui.

—¿Qué? ¿Como?

—Deja todo en mis manos, ya me tengo que ir.

Ella asintió, entendiendo la gravedad de mis palabras. Aun así, no pudo evitar llevar una de sus manos a mi rostro, acariciando suavemente mi mejilla.

—Te extraño cada día —confesó, sus ojos brillando con lágrimas contenidas—.

—Te prometo que encontraré una forma de sacarte de aquí. No puedo soportar la idea de que pases un día más en este lugar.

Le hice una promesa sellada en el secreto de la noche. Liasseum quería creerme, necesitaba creerme, aunque la realidad le fuera adversa.

De repente, el sonido de pasos acercándose nos hizo separarnos rápidamente. Tome la mano de Liasseum por una última vez, apretándole con fuerza antes de soltarla.

—Hasta la próxima, mi amor —susurre, antes de desaparecer en la oscuridad del pasillo.

Liasseum se quedó inmóvil, observando la puerta cerrarse detrás de mí, dejando que el silencio de la celda la envolviera nuevamente. Sabía que aquel romance oculto era un hilo frágil que podía romperse en cualquier momento, pero mientras existiera, se aferraría a él con todas sus fuerzas y yo también.

Si Tan Sólo Esos Ojos Pudieran Volverme A Mirar. Where stories live. Discover now