Un adios, bogota

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En los callejones escondidos de La Candelaria, Ana María y Jorge Enrique encontraron un refugio en medio del caos de sus vidas públicas. Habían compartido risas y complicidades en los estudios de grabación, pero lo que sentían entre ellos era algo más profundo, algo que no podían explorar libremente bajo el escrutinio público.

Cada encuentro era una escapada clandestina, un oasis de intimidad en un mar de flashes y entrevistas. Se encontraban en pequeños cafés, bajo la sombra de los árboles del parque Virrey, o en los rincones tranquilos de las galerías de arte de la Zona G. Allí, entre conversaciones íntimas y miradas cómplices, construyeron un vínculo que florecía en la penumbra de la noche bogotana.

Ana María admiraba la sensibilidad de Jorge Enrique, su manera de entenderla sin necesidad de palabras. Él, a su vez, encontraba en Ana María una complicidad que nunca antes había experimentado. Juntos exploraban los recovecos de sus sueños y temores, compartiendo momentos robados de pasión y ternura.

Pero en el fondo de sus corazones sabían que era un amor destinado a ser clandestino. Las cámaras y los rumores nunca cesaban, y entre sus carreras y responsabilidades personales, sabían que no podían entregarse por completo el uno al otro.

Una noche de lluvia, bajo el eco distante de la música de un bar en la calle 85, decidieron poner fin a su relación secreta. Se miraron con ojos llenos de amor y tristeza, sabiendo que aquellos momentos vividos juntos quedarían grabados en sus recuerdos para siempre.

—Lo siento, Ana María —susurró Jorge Enrique, apretando su mano con ternura—. No podemos seguir así.

Ella asintió con pesar, pero con una sonrisa triste en los labios. —Lo sé, Jorge. Gracias por estos momentos. Siempre los guardaré en mi corazón.

Se abrazaron por última vez, sintiendo el peso de lo que podría haber sido pero no fue. Sus miradas se encontraron una última vez antes de despedirse en la oscuridad de la noche, cada uno llevando consigo un pedazo del otro en lo más profundo de su ser.

Y así, en los callejones escondidos de La Calendaria, Ana María y Jorge Enrique se despidieron de su pequeña historia de amor, dejando atrás un amor que brillaba en la sombra, pero que nunca pudo ser plenamente iluminado.

Fin.

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