Ya estaba bien.
Todo el rato aparecían incendios cerca de la Academia Easton, sin aparente motivo y desprendiendo un montón de magia. El director Wahlbert me mandó a mí a investigar y, después de extinguir por lo menos una docena de incendios, regr...
"No hay ni una sola historia de amor que sea real que tenga un final feliz. Si es amor, no tendrá final. Y si lo tiene, no será feliz."
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Mi segundo beso fue intenso.
Rayne se acercó más a mí, su cuerpo se pegó al mío, su boca atrapó la mía con fuerza y su lengua lamió mis labios. Abrí más los ojos, no entendía lo que estaba pasando. Yo aún abrazaba el libro pese a tener al mago pegado a mí con énfasis. Sus dos manos viajaron por mi cuerpo, acariciándolo efímeramente, para subir a mis mejillas y acariciármelas con ternura, sus labios moviéndose contra los míos de forma deliciosamente hipnótica.
Se alejó de mí. Su respiración estaba agitada, sus mejillas suavemente sonrojadas, su ceño fruncido. Me miraba desde arriba a escasos centímetros de distancia, con su aliento acariciándome la nariz y las mejillas. Sin esperar más, se volvió a inclinar hacia mí para volver a atrapar mi boca en un beso. Esta vez fue un poco más relajadod, una de sus manos bajó a las mías y tomó el libro entre estas para, de alguna forma, hacerlo desaparecer. Con ello, su cuerpo pudo apretarse contra el mío del todo, su diestra acariciando mi mejilla con suavidad. Su lengua separando mis labios para meterse entre ellos, encontrar la mía y arrancarme un sonido extraño que jamás antes había escuchado. Poco después descubriría que eso se trataba de un gemido. Y de que estaba excitada.
Las manos del menor bajaron por mi cintura y pararon a ambos lados de mis caderas. Me apretó contra él tirándome desde ahí, su boca no abandonó en ningún momento la mía, moviendo los labios contra los míos.
― Rayne, espera, ¿qué esta... pasando...?
El chico jadeó cuando dije eso. Sus manos se apartaron de repente de mi cuerpo como si hubiera comenzado a quemarle. Caminó un paso hacia atrás y se llevó una mano al pelo, echándose hacia atrás las hebras bicolores de su cabello.
― Siento haberlo hecho de forma tan repentina. Pero de verdad quería hacerlo― Confesó con un suspiro―. No me gusta que te haya besado ese... amigo tuyo antes que yo. Eso es todo.
Temblé por todo lo que acababa de pasar, y mis piernas castañearon entre sí, acabando por ceder y hacerme deslizarme por la estantería hasta sentarme en el suelo.
Me había gustado.
Ese beso con sabor a caramelo me había hipnotizado.
― No voy a pedir perdón por lo que hice. Me voy a seguir estudiando― Fue lo único que dijo antes de irse.
Y me dejó ahí sentada, temblando de la impresión. Y sin mi libro. No sabía qué había hecho Rayne con él.
También pensé en la vez que Rayne me dijo que los besos no se les da a cualquiera: que únicamente se lo das a la persona que quieres.
¿Eso quería decir que Rayne me quería...?
[...]
Ya habían pasado tres días desde entonces. Ni Rayne, ni mucho menos yo, hablamos de lo sucedido. Simplemente los días pasaron y las noches pesaron. Rayne se había sumergido en apuntes y libros de texto durante todo ese tiempo, y, por el contrario, yo... me había dedicado a leer. Y a practicar la magia, por supuesto. Estaba muy orgullosa de lo que había aprendido a hacer: incluso había comenzado a mover los pequeños objetos que hacía levitar, por donde quería y como quería. Le había agarrado el truquillo a ese pequeño hechizo, y me estaba gustando.