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Cuatro meses después.

Kim Hyejin llegó al mundo cuando y como ella quiso.

Cuando Jennie se despertó la mañana de su nacimiento, pesada como una vaca y con hambre como para comerse una, nunca pensó que daría a luz.

Le faltaban aún dos semanas para llegar a término, su médico le había asegurado que por como iba todo, llegaría al término, pero ya había salido del tiempo de riesgo y todo quedaba en esperar, su bebé estaba sana y contenta en su vientre.

Jennie estaba hecho un desastre.

Su padre había enfermado, los médicos decían que era un problema de corazón de la edad, que debía acostumbrarse a vivir con cosas así, pero Jennie no estaba conforme, aun así el hombre estaba más entusiasmado que Jennie por conocer a su nieta, él y Doyun la visitaban seguido, su hermano una vez a la semana y su padre casi todos los días, siempre solo, su madre seguía desplazándola, lo único que había recibido de ella desde la noticia era una camisa para su cumpleaños que no le cerraban los últimos botones a causa de la panza.

El pronto abuelo, en cambio, no aparecía sin un regalo, ya sea un par de mediecitas o un atuendo completo en miniatura, juguetes, peluches y más. Hyejin era una bebé mimada desde la panza y Jennie no podía estar más feliz por eso, la hacía sentir amada.

Su hermano también le acompañaba, no tanto como quisiera, pero siempre que podía huir de su esposo iba a visitarla. Jennie lo amaba, pero no siempre le gustaban sus visitas, parecía como hablar con su madre si está fuera más dulce y menos directa, se la pasaba repitiendo que no podía ver cómo criaría a la bebé sin un alfa o que tal vez hubiera sido mejor dejar ir a la bebé, esto último lo dijo una vez, pero Jennie lo oía en su cabeza todo el día.

Y claro, estaban sus amigas, quienes la empujaban a elegir una madrina para la bebé, Jennie comenzaba a considerar darles el lugar a ambas, claro que no se los decía porque era divertido verlas pelear.

Así que Jennie no había estado tan sola en su embarazo, pero no había nadie que la ayudara cuando realmente lo necesitaba.

Había estado anidando los últimos días, saliendo solo para comer y ducharse a veces, pero había anidado todo el embarazo, así que no lo tomo como una señal hasta que las contracciones comenzaron, o mejor dicho, empeoraron.

El vientre había estado poniéndose duro y relajándose por horas, cada vez doliendo un poco más y más y más hasta que su fuente se rompió y supo que todo había comenzado, y las horas pasaron y Jennie no podía levantarse, su celular estaba lejos y era de noche, nadie vendría ni la encontraría.

Se sintió tan indefensa y sola.

Había leído muchísimo sobre el parto en casa, desde siempre había detestado los hospitales y no quería que su bebé nazca en uno, su médico y ella habían planificado un parto en casa, pero con el profesional presente y enfermeras y un familiar o quien ella quiera en la habitación, Irene iba a entrar con ella, era omega y la había acompañado, la primera opción había sido Doyun pero no quería las energías de su hermano con ella a la hora de dar a luz.

Todo había sido en vano, ahora estaba sola y para nada preparada para hacer uno de los trabajos más duros de su vida, ¿Y si moría? ¿Cuánto pasaría hasta que la encuentren?

Estaba tan asustada y adolorida, no sabía qué hacer, así que se entregó a sus instintos.

Jennie lloró y gritó como desgraciada, odiando el momento en que se encerró a sí misma en ese nido de ropas tan cómodo del que no pudo salir hasta que fue muy tarde,

Cuando llegó a su teléfono, su bebé ya estaba ahí, Jennie podía malditamente sentirlo y que se le iba a caer.

Volvió a acostarse, piernas abiertas y sin nada que las cubra, su teléfono en mano llamando a su médico, su garganta doliendo por el llanto y su bebé por salir, quería pujar, lo necesitaba con cada contracción y sabía que si no lo hacía su bebé podría morir, no recordaba porqué, pero podía imaginarlo horriblemente.

Su médico dijo que estaba en camino, que no se alarme y que no corte la llamada, pero Jennie ya tenía una bebé en sus brazos para cuando llegó.

Una hermosa y sana bebé de 3,500 kilogramos que llegó al mundo con los ojos abiertos y lista para lo que esté trajera.

Jennie no recuerda haber dejado de llorar de la culpa en toda la noche, lloró con el médico, lloró en la ambulancia, lloró cuando la separaron de su bebé para controlarlas a ambas, lloró al amamantar y lloró aún más cuando se encontró una vez más en la habitación del hospital con un futuro incierto ante sus ojos, pero ya no estaba sola, su bebé sostenía su dedito y la observaba con bellísimos ojos marrones.

Beach Girls | ChaennieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora