CAPÍTULO VEINTE: «Romeo y Julieta»

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Alexander Shirley

Ella no lo sabe pero he limpiado su vagina con una toalla húmeda, he secado el espejo y suelo, la he movido de lugar para poder cambiar las sábanas, le he puesto mi ropa para que no duerma desnuda con el frío que hace, he recogido su ropa doblándola sobre mi escritorio y me he dado una ducha antes de ponerme unos bóxers limpios y acostarme a su lado.

Ahora me dedico a observarla después de haberme despertado hace media hora. Con una sonrisa boba en mi boca aparto un mechón ondulado de su cabello permitiéndome mirarla de una mejor manera, presiono mis labios en su frente siendo capaz de creerme el tenerla aquí tan dispuesta a absolutamente todo.

- La quiero, Sophie, la quiero mucho. -le susurro.

Siendo incapaz de dejarla continuo con las caricias en su rostro delineando su delicada cara disfrutando de todas y cada una de sus delicadas facciones. Alucino con la suavidad y ternura que puede transmitir después de haber salpicado el espejo anoche al darme el delicioso squirt más anhelado de mi vida.

Ella no sabe que hacerlo frente a un espejo y hacerla tener un squirt de esa magnitud era una de mis fantasías.

Me remuevo en el colchón acomodándome de mejor forma y sin quererlo consigo despertar a Sophie quien gruñe frotando sus ojos con sus manos para ser capaz de abrirlos. Cuando me encuentro con sus ojos azules que parecen más claros por las mañanas se me detiene el corazón antes de dar un vuelco y latir frenéticamente contra mi pecho.

- No quería despertarla, disculpe. -arrugo mi nariz.

- Pero lo conseguiste así que bésame y dame los buenos días como lo merezco. -me hace sonreír con sus palabras.

Me acerco a ella uniendo nuestros labios de forma superficial al saber que detesta los besos húmedos cuando recién nos hemos despertado ya que dice que necesitamos la higiene bucal que nos da una buena cepillada en los dientes para besarnos.

- Buenos días, consentida. -la saludo.

- ¿Cada día soy alguien diferente? Se dice que cuando un hombre llama a su novia de muchas maneras es porque es porque la engaña, Alexander. -entrecierra sus ojos en mi dirección.

- No, señorita, no me venga con esas a mí. Usted es mi hechicera, mi flaca, mi consentida, mi hermosura, mi señorita y mi amor... usted es todo lo que tenga el determinante posesivo "mi" delante. -con cada palabra le beso los labios haciendo que sonría.

- ¿Nunca podré hacerte un drama, Alexander? -pregunta.

- Me gustaba más como me llamó ayer. -me entierro en su cuello.

- ¿Cómo? ¿Amor? -pregunta divirtiéndose cuando me acurruco más contra su cuerpo.

- Sí, tal que así me gusta que me llame. -confirmo.

- Vale, amor.

Sonrío sin poder evitarlo y el sonido de su teléfono móvil sonando, ella se levanta y frunce el ceño al verse vestida recordando que se quedó dormida estando desnuda.

- No me jodas que me vestiste mientras yo aún goteaba tu corrida. -dice girándose para mirarme.

- La limpié, la vestí, cambié las sábanas, limpié el espejo, me duché, me vestí, doblé su ropa y me acosté a dormir. Todo quedó resuelto. -la calmo.

- Te quiero, hombre que resuelve. -me mira a los ojos al hablar.

- Yo también la quiero a usted, mujer que me hace querer resolver.

Niega con su cabeza sonriendo con esa misma sonrisa que me derrite internamente. Yo adoro a esta mujer, lo confieso.

Contesta la llamada entrante de su teléfono llevándolo a su oreja manteniéndome acostado en la cama viendo cada pequeño paso que da.

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