Inflexión

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Nada estaba bien, todo daba vueltas, todo había pasado tan rápido que aún no podía asimilarlo...

Después de dejar a Asmita frente al edificio, se dispuso a marcharse, pero no hubo llegado ni siquiera a doblar la esquina, cuando algo en su interior le impidió seguir avanzando.

No podía explicarlo, simplemente fue como si un sexto sentido del que él mismo desconocía, se hubiera activado, advirtiéndole del peligro.

Era habitual en él confiar en su instinto. Muchas de las mejores cosas de su vida las había obtenido, y evitado otras tantas malas, haciendo caso a esa pequeña voz en su interior. Así que decidió seguir su rutina y aguardar por unos minutos más, con la vista fija en ese edificio.

Pasaron alrededor de quince minutos, en los que no vió absolutamente nada fuera de lo normal... En fin, hasta al mejor cazador se le va una liebre de vez en cuando. Su instinto no era infalible. Así que continuó su camino hasta la estación.

Por suerte todavía estaba a tiempo de tomar el último tren, el de las 12:00. Aunque ahora debía esperar veinticinco minutos en la banca de la fría estación. Bueno, al menos Asmita estaba seguro... O eso fue lo que creyó en ese momento.

Escuchó unos pasos trastabillantes bajar por las escaleras que conectaban con el subterráneo, y al dirigir su vista, solo pudo ver al Omega tambalearse y caer de rodillas, antes de volver a incorporarse torpemente, sujetándose el ojo izquierdo.

— ¡Mita!

De inmediato corrió tan rápido como pudo, llegando a su lado, justo a tiempo para sostenerlo y evitar una nueva caída.

— Por dios, ¿qué pasó allá?

Al observar al rubio con un espantoso golpe y lo que parecía ser un delgado hilo de sangre emergiendo del ojo que con tanto desespero buscaba cubrir, el labio inferior roto, y varias magulladuras más en su pálido rostro, se aterró por completo... Simplemente no entendía cómo eso pudo pasar en tan poco tiempo.

— No... No entiendo.- Tartamudeó Asmita con dificultad.- Kardia... Yo...

— Cálmate. No quiero asustarte, pero necesitamos llevarte a un hospital cuánto antes.- Le interrumpió, sujetándolo en sus brazos. Seguramente el pobre no tenía ni siquiera idea de dónde estaba.- Tranquilo. Todo estará bien.

La única respuesta que obtuvo, fue un desvanecimiento total del blondo.

Sabía que los golpes podían ser peligrosos, pero lo que más lo asustó e hizo correr a toda velocidad fuera de la estación y tomar un taxi rumbo al hospital más cercano, fue la mancha rojiza que crecía cada vez más entre las piernas de Asmita.

Ni siquiera él terminaba de entender cómo fue capaz de llamar a Manigoldo y ponerlo al tanto de lo ocurrido y a dónde se dirigían. Mucho menos de qué habrá dicho o qué tan mal debieron verlo las enfermeras y demás personal de salud como para recibir a Asmita sin hacer apenas preguntas.

El tiempo entre el ingreso del Omega a la sala de urgencias, y la llegada de Manigoldo y compañía, se hicieron eternos, pero la incertidumbre por el destino de Asmita no mitigaba ni un poco por más que pasaran las horas.

— Ese maldito hijo de puta...

Manigoldo caminaba de lado a otro en el angosto pasillo de la sala de espera, halando de sus cabellos y mordiéndose los nudillos con desespero.

— ¡Maldita sea!- Soltó finalmente, golpeando sus propias sienes, rompiendo en llanto.- ¡No debí dejarlo!

— Manigoldo, cálmate.- Intervino Defteros, sujetándolo rápidamente para evitar que se hiciera daño.- No sabemos lo que pasó. Debemos esperar a hablar con Asmita y-

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