CAPÍTULO 3

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Una gran mesa repleta de distintas comidas y bebidas de las que todos consumían, todos excepto Daemon. Ya había pasado la hora de llegada de Lucerys, se suponía que hace 2 horas debería haber llegado, pero no lo hizo, ni lo haría nunca más.

—Daemon, cálmate. Seguramente se quedó en la escuela o salió con algún amigo —intentó tranquilizarlo Rhaenyra, quien se había esforzado por reunir a la familia.

—Debería haber avisado. Es un adolescente, sabe cómo usar un teléfono —respondió con inquietud Daemon.

—Rhaenyra tiene razón, Daemon. Probablemente esté en la escuela. Déjalo. —apoyó Viserys.

—Salimos juntos de la escuela. No puede estar allí —comentó preocupada Rhaena por Lucerys.

—Independientemente de lo que haya hecho, no me parece correcto. Es tarde para que esté fuera. Deberías ir a buscarlo —opinó Alicent, quien se había encariñado con el chico.

—El ratón podría estar huyendo de su depredador —mencionó enigmáticamente Helaena, confundiendo a los presentes.

—¿A qué te refieres, Helaena? —preguntó Rhaenyra buscando aclaración.

—Déjala. Siempre dice cosas sin sentido —intervino Aegon, quien ya estaba a una poca de embriagarse.

—Sea como sea, iré a buscarlo —decidió Daemon levantándose para buscar las llaves.

—Espera, primero llamaré a los amigos de Lucerys —propuso Rhaenyra.

—Él sabía que debía venir directamente a casa. Sería imposible que estuviera en otro lugar —argumentó a su esposa.

—Quizás le haya sucedido algo malo.

—Baela, no digas eso —reprendió Rhaenys a su nieta.

—Pueden quedarse aquí o ayudarme a encontrar a mi hijo —dijo Daemon acercándose al estante donde reposaban numerosas fotos de Lucerys que adornaban la casa.

Tras esa decisión, todos salieron en busca de Lucerys, excepto Rhaenyra,Viserys y Aegon, este último demasiado ebrio para ponerse en pie.

...

Lo extraño acerca de la Tierra era lo que veíamos cuando mirábamos hacia abajo. Además de la visión inicial que podrán imaginarse —el efecto de verlo todo del tamaño de una hormiga, como desde lo alto de un rascacielos—, por todo el mundo había almas abandonando sus cuerpos.

Yo exploraba la Tierra con la mirada, posándola un par de segundos en una escena u otra, buscando lo inesperado en el momento más trivial. Y de pronto un alma pasaba corriendo junto a un ser vivo, le rozaba el hombro o la mejilla, y seguía su camino hacia el cielo. Los vivos no ven exactamente a los muertos, pero mucha gente parece muy consciente de que ha cambiado algo a su alrededor. Hablan de una corriente de aire frío.

Al abandonar la Tierra, yo rocé a mi tía Helaena.

Cuando escape de Aemond, corrí como si mi vida no estuviera perdida ya, aunque en ese momento no me había dado cuenta de eso, o mejor dicho, no quise aceptarlo. Cuando llegue a la esquina cerca de mi casa, estaba tan concentrado en ir con mis padres, que no me fijé en la persona frente a mí.

La tía Alicent, como me había insistido en que la llamara, hablaba afligida con las personas que pasaban por el lugar. En ese momento no supe qué les decía, ahora lo sé. Sin embargo, fue a la tía Helaena a quién choque, no a Alicent. Helaena pareció notarlo, su cara se puso pálida y sus ojos se abrieron de par en par, pero no pudo verme. Nadie podía hacerlo. Ya no más.

Recuerdo que ese noche un sentimiento de alivio inundó mi pecho cuando ví mi casa a lo lejos. Creí que todo lo malo se había quedado atrás y que al entrar mis padres me recibirían con un abrazo y me consolarian. Fue a mi familia a quién consolaron a la mañana siguiente.

Cuando por fin entre, nadie estaba adentro. Las luces estaban apagadas y un frío abrasador se sentía en el ambiente. Llame a gritos a mi familia, a mamá y a papá, pero no aparecieron. En cambio, una voz resonó. Aunque pareciera provenir de dentro de la casa, se escuchaba amortiguada por algo. Su mamá estaba hablando.

Desesperadamente recorrí cada rincón de la casa tratando de encontrarla, pero no pude hacerlo. Sin embargo, una luz brillante proveniente de debajo de una puerta llamó mi atención. Era la única luz encendida en toda la casa, así que entré. Avancé con cautela, impactado al descubrir el cuerpo en la bañera. Sentado y cubierto con un trapo sobre el rostro, el suelo y el lavabo estaban manchados de sangre. Mi brazalete ensangrentado y sucio reposaba allí, en el lavabo.

En un escalofriante momento, la figura en la bañera retiró el trapo que ocultaba su rostro, revelando a Aemond. Aunque era evidente, no pude contener un grito. Grité por todo lo que me había arrebatado; por cómo se creyó con el derecho de acabar con mi vida y destrozar a mi familia.

Más adelante descubrí que Aemond había alquilado una residencia donde arrojó mi cuerpo a un lago ubicado a pocos kilómetros de allí.

Desde mi cielo - Lucerys VelaryonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora