CAPÍTULO 10

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—Si no salgo en diez minutos, llama a la policía.

—Está bien. Ten cuidado.

—Ya regreso.

Jacaerys observó una última vez la casa frente a él. Nadie creía ni entendía las cosas que decía Helaena, pero él decidió hacer caso a sus palabras. Sentía que estaba cerca de descubrir la verdad, de averiguar el paradero de su hermanito.

Rompió la pequeña ventana del sótano y entró. Recorrió el salón y el comedor, sin encontrar nada fuera de lo normal. Todo se veía tan impecable, como si nadie habitara allí.

Supuso que la puerta al final del pasillo conducía a la habitación de Aemond. Preparándose mentalmente para lo que podría encontrar dentro, tomó el picaporte y abrió la puerta. El ambiente era tan limpio como el resto de la casa, impregnado de un delicioso aroma a lavanda. Dio unos pasos hasta que sintió cómo el suelo bajo sus pies crujía. Confundido, se agachó y examinó la madera. Delineó una tabla y la levantó, encontrándose con un cuaderno oculto. Al abrirlo, se topó con una gran cantidad de fotos de su hermano. Pero no fue eso lo que lo hizo vomitar; fue un mechón de cabello castaño y rizado de su hermano, ensangrentado y pegado en una de las páginas del cuaderno.

—Te tengo, Aemond.

...

Helaena soltó un suspiro de alivio al ver a Jace salir de la casa.

—¿Encontraste algo? —preguntó, ansiosa.

—Él me quitó a mi hermano. —Jace se lanzó a los brazos de su tía, quien lo abrazó con ternura, acariciando su cabello y su espalda con cariño.

—Debemos llamar a la policía y avisar a tus padres —sugirió ella, preocupada.

—No, esperaremos a que Aemond regrese. No quiero que huya al ver a la policía en su casa.

...

El timbre resonó en la mansión, pero Daemon no le prestó atención; la sirvienta se encargaría de despachar a los vendedores que, últimamente, aparecían por doquier.

—Señor —anunció la sirvienta.

Daemon dejó su diario y alzó la mirada hacia ella. Su garganta se secó al ver a su esposa, Rhaenyra, a pocos pasos de él.

—Daemon —dijo ella.

—Has vuelto.

—Sí. Oye, Daemon, lamento mucho lo que dije. Nada de lo que ocurrió fue tu culpa. Yo... —sus palabras fueron interrumpidas por el fuerte abrazo de su esposo.

—Por fin estás aquí. Te extrañe mucho —declaró, sembrando besos sobre la rubia cabellera de Rhaenyra—. Los niños también lo hicieron.

Rhaenyra sonrió dulcemente al recordar a sus hijos, cuando de repente el sonido del teléfono rompió la atmósfera de ternura en la habitación.

—¿Quién es? —preguntó ella.

—Seguramente alguna promoción. No importa —respondió Daemon con desdén.

—Por favor, contesta —pidió Rhaenyra, un tanto irritada por el insistente sonido. Daemon asintió y tomó el teléfono.

—Hola, ¿quién habla?

Daemon, soy Jace. Te llamo desde un teléfono público cerca de la casa de Aemond.

—¿Aemond? ¿Qué haces por ahí? —preguntó Daemon, notando cómo su esposa se acercaba ante la mención de su hermano, a quien todavía le guardaba un profundo rencor.

Daemon... —comenzó Jace con voz temblorosa—... fue Aemond. Él mató a Luke. Entre a su casa y encontré un cuaderno repleto de fotos de él. Y también estaba pegado un mechon de su cabello. Sé que fue él porque tenía sangre.

—Daemon, ¿qué pasa? ¿Es Jace quien habla? —interrumpió Rhaenyra, alarmada.

—Fue Aemond. Aemond nos quitó a nuestro hijo —confirmó Daemon con un tono grave y lleno de rencor.

...

No olviden dejar su estrellita

Desde mi cielo - Lucerys VelaryonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora