CAPÍTULO 2

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Dos años antes de mi asesinato, fuimos a un almuerzo familiar. Era una costumbre reunirnos en los hogares de nuestras familias para compartir cenas o almuerzos. Rara vez nos juntábamos en la residencia del abuelo Viserys, dado que su esposa Alicent y mi madre no mantenían la mejor relación, pero lo hacían por respeto a su avanzada edad.

Durante aquel día, para mi completa sorpresa, Alicent me llamó a su habitación y me obsequió un enorme set de maquillaje, argumentando que «Ya te has presentado como Omega y debes comportarte como tal.» Aquello me llenó tanto de alegría que me llevó a abrazar a Alicent. Tras un instante de desconcierto, ella correspondió al abrazo y besó mi cabello.

Tras el almuerzo, mis tíos Aegon y Helaena insistieron en que Jace y yo los acompañáramos al centro comercial, ubicado a tan solo 20 minutos de la casa. Jace aceptó, pero yo no pude hacerlo; mi padre no lo permitió. Argumentó que algo malo podría sucederme, a pesar de la presencia de dos Alfas a mi lado. Desde que me había presentado como Omega recientemente, la sobreprotección paterna se había vuelto abrumadora.

Recuerdo claramente mi enfado al respecto y cómo me dirigí al patio trasero para pasear. La residencia de mis abuelos era inmensa, con un jardín aún más extenso. Este estaba repleto de arbustos, árboles y flores por doquier. Aunque era fácil perderse en él, conocía cada rincón de memoria tras pasar tanto tiempo en esa casa.

Mientras caminaba sumido en mi frustración, alguien agarró mi brazo y me empujó contra un árbol: era Aemond. Durante todo el día había notado sus miradas hacia mí, pero preferí creer que eran producto de mi imaginación. Qué equivocado estaba.

—Tío Aemond, ¿qué estás haciendo?

—Eres tan hermoso, Lucerys.

—Yo... Debo irme. —Intenté liberarme, pero fui nuevamente presionado contra el árbol.

—No irás a ninguna parte.

—¿Qué quieres?

—A ti. —afirmó antes de lanzarse hacia mi cuello.

En medio de gritos y súplicas para que me soltara, al ver que Aemond no tenía intenciones de hacerlo, decidí actuar y le propiné un fuerte golpe con mi rodilla en su entrepierna. El dolor lo hizo doblarse, permitiéndome escapar, oportunidad que no desaproveché. Corrí desesperadamente, llamando a gritos a mis padres y temiendo que Aemond me alcanzara. Desafortunadamente, lo logró. Se abalanzó sobre mí, deslizando sus manos bajo mi camiseta rosa para acariciar mi piel. En ese momento, temí lo peor, sinceramente lo creí; sin embargo, el peso de su cuerpo sobre el mío desapareció de repente.

Mi padre lo había detenido y golpeado ferozmente, dejando su rostro ensangrentado. Estuvo a punto de matarlo. Con el tiempo, lamentaría no haberlo hecho, pues si lo hubiera hecho, sería yo quien enterraría a mi padre en lugar de él enterrarme a mí.

Desde entonces no volvi a ver al tio Aemond, hasta ese dia.

...

Caminaron bastante, tanto que a Lucerys comenzaron a dolerle los pies. La caravana estaba estacionado al lado de un gran árbol en medio del campo, demasiado alejado de las casas. Nadie lo escucharía aunque gritara, y nadie lo hizo.

Dentro, Lucerys examinó el lugar con curiosidad y Aemond le ofreció una gaseosa.

Al cabo de un rato, él pregunto:

—¿No tienes calor, Luke? ¿Por qué no te quitas la parka?

Lucerys así lo hizo.

—Eres precioso, Lucerys. —dijo.

—Gracias. —respondió, con la piel de gallina.

Era la segunda vez que le decían eso aquel día, pero claro esta la diferencia. Aemond no era Rhaena. Ella lo hizo sonrojar, él lo intimido y luego lo mató.

—¿Tienes novio o novia?

—No, tío. —dijo. Y bebió de golpe el resto de la Coca-Cola, que era mucha y añadió: —Tengo que irme, tio Aemond. Es una casa muy linda, pero tengo que irme.

—¿Quién te dio permiso para irte? —se puso de pie a la par de Lucerys.

—En serio tengo que irme. 

—Quítate la ropa.

—¿Qué?

—Quítate la ropa —repitió—. Quiero comprobar si sigues siendo virgen.

—Lo soy, tío. —aseguró.

—Quiero asegurarme. Tus padres me lo agradeceran.

—¿Mis padres?

—Ellos solo quieres buenos Omegas, no putas. —dijo.

—Tío Aemond, por favor, dejame ir.

—No te vas a ir de aquí, Luke. Ahora eres mío.

En aquella época no se prestaba mucha atención a estar en forma; la palabra «aeróbic» apenas existía. Se suponía que los Omegas tenian que ser delicados. Luke era precisamente eso: delicado, pequeño y frágil. Carnada fresca para los más fuertes; los de mentes torcidas y sucias que lo miraban con pecaminosidad una vez pegó el estiron. Los que no le daban ni una segunda mirada luego de tener un encuentro para nada amistoso con su papá. Las personas como Aemond.

Recuerda perfectamente como las gélidas manos del Alfa se colaron por debajo de su suéter blanco de lana suave, tal y como habia hecho dos años atrás. Aemond lo arrojó bruscamente sobre la pequeña y helada mesa en el interior del vehículo. Aún no estaba seguro si el frío que lo rodeaba era producto del clima o de la tensa situación. Sobre la mesa reposaba la botella de Coca-Cola que había bebido; la agarró y con ella golpeó el rostro de su tío. Una vez que se rompió, lo apuñaló en su ojo izquierdo. El grito de dolor resonó en el espacio, le soltó y Lucerys aprovechó para escapar; o al menos eso creyó.

...

En todos los universos Lucerys le arranca el ojo a Aemond JAJAJAJA

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Desde mi cielo - Lucerys VelaryonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora