CAPÍTULO 4

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A la mañana siguiente de la tragedia, un grupo de agentes de policía inspeccionó cada rincón que Lucerys había visitado el día anterior. Sus padres, Daemon y Rhaenyra, no habían pegado ojo en toda la noche. De hecho, nadie lo había hecho. Las familias de los abuelos Viserys y Corlys se mantuvieron despiertas, rezando sin cesar en un intento por brindar consuelo al afligido matrimonio. Sin embargo, por más que elevaran sus plegarias, Lucerys no regresaría a su lado.

—Encontramos evidencia en el trigal cerca de la escuela. —informó el detective Fenerman a Rhaenyra y Daemon.

La familia entera contempló el colorido gorro de lana sobre la mesa, manchado de sangre y suciedad. Se resistían a aceptar la cruel realidad.

—¿Y Lucerys? —preguntó Rhaenyra, con los ojos llenos de lágrimas.

—No lo encontramos. —fue la desgarradora respuesta.

—Eso es bueno. Es decir, la sangre podría ser de cualquiera. No tiene por qué ser de mi hijo, ¿verdad? —habló Daemon en un intentó por autoconvencerse.

—Encontramos más sangre. Había mucha, desgraciadamente. Estaba mezclada con agua.

Ante esta revelación, toda la familia se acercó preocupada a Rhaenyra, quien, abrumada por la noticia, sufrió un adelanto en su parto.

—Mi bebé, mi bebé. —repetía entre sollozos, soportando el dolor de las contracciones.

—Vamos al hospital, cariño. Tranquilízate. —susurró Daemon mientras la cargaba en brazos.

—¿Dónde está mi bebé? Quiero ver a mi bebé, mi dulce niño. —clamaba Rhaenyra, con palabras que desgarraban los corazones presentes. Aun en medio del parto, seguía llamando a su hijo, sin poder aceptar que ya no regresaría.

...

El sonido del teléfono resonó en la habitación. Jacaerys interrumpió su conversación con sus amigos para contestar.

—Hola, ¿quién habla?

—Jace, ¿eres tú? —preguntó la voz angustiada al otro lado de la línea.

—Sí, ¿Baela? ¿Eres tú? ¿Qué pasa?

—Paso algo.

—¿Qué? —hubo silencio por unos cuantos segundos hasta que volvió a preguntar— Dime que fue lo que pasó, Baela. Me estas preocupando. —
inquirió preocupado Jacaerys, captando la atención de sus amigos.

—Le pasó algo a Lucerys. Yo... no se cómo decirte esto, Jace, pero...

—¡Solo dilo! —exigió alarmado. Su hermano era la persona más importante para él.

—Él desaparecio. No volvio a casa anoche y hoy encontraron el gorro de lana que llevaba puesto lleno de sangre. Estaba en el trigal, todo alrededor estaba repleto de sangre. —contó con la voz quebrada debido al llanto.

—¿Qué? —preguntó consternado, derramando lágrimas.

—Tu mamá no pudo soportarlo y se descompuso. Estamos en el hospital ahora. Ella entró en trabajo de parto, pero la bebé no lo soportó. En serio lo siento. No quería que te enterarás de esta manera.

Todo pareció detenerse. Ni las palabras de Baela ni las miradas expectantes de sus amigos lograron devolverlo al presente. Fue como si su mundo se desmoronara en un instante. Porque eso era Lucerys para él, su mundo. Y en un abrir y cerrar de ojos, lo perdió todo. Así es la vida: incierta y cruel.

...

Daemon aguardó afuera del hospital durante horas, evitando encarar la cruda realidad que le aguardaba en su interior: la pérdida de su hija. Sin embargo, sabía que tarde o temprano debía enfrentarse a ello.

Finalmente, reuniendo fuerzas, decidió adentrarse en el recinto y se topó con Jacaerys, su primogénito. Los ojos del joven reflejaban tristeza y pesar cuando le informó con voz entrecortada:

—Le dieron un sedante, duerme en este momento. —vió a Daemon asentir . Los demás volvieron a sus casas. Prometieron regresar por la mañana.

Daemon intentó infundir calma en medio del caos emocional al decir:

—Tranquilo. Todo estará bien.

—Lamento no haber estado aquí para él. Debería haberlo acompañado. —musitó Jacaerys entre sollozos.

Así transcurrió esa noche en el blanco y frío entorno hospitalario, entre lágrimas y lamentaciones.

Desde mi cielo - Lucerys VelaryonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora