VII

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Bakugo salió del hospital con el corazón hecho un nudo. Su ira y frustración lo habían llevado a reaccionar impulsivamente, y ahora se sentía aún peor. Regresó a su casa, donde pasó la noche en vela, pensando en Kirishima y en lo injusta que era la situación.

Al día siguiente, Bakugo tomó una decisión. No podía cambiar lo que había pasado, pero podía hacer algo para alegrar a Kirishima. Se dirigió a una floristería y compró un hermoso ramo de flores. Luego, fue al hospital y habló con los médicos, quienes, después de cierta insistencia, le dieron permiso a Kirishima para salir del hospital durante todo el día.

En la habitación, Kirishima estaba sorprendido cuando le dijeron que alguien había traído ropa para él.

—¿Quién...? —Preguntó, confundido.

—Tienes un visitante especial que te espera afuera —Respondió la enfermera con una sonrisa.

Kirishima se vistió con ropa casual y salió del hospital, encontrándose con unos ojos de color rojo que brillaban al verlo, que lo esperaba con un ramo de flores en la mano.

—Katsu... ¿qué estás haciendo aquí? —Preguntó Kirishima, claramente sorprendido.

Bakugo, un poco avergonzado, le entregó las flores.

—Ayer... me comporté como un idiota. No debería haber reaccionado así. Yo... —Dijo Bakugo, su voz más suave de lo habitual. Aunque no pudo terminar por la risa del pelirrojo— Diablos, déjame terminar dientes de tiburón. Quería compensarte, así que planeé algo para nosotros hoy. ¿Te gustaría pasar el día conmigo?

Kirishima sonrió, sus ojos brillando con una mezcla de sorpresa y alegría. Esa sonrisa que tanto lo caracterizo volvió a aparecer haciendo que el rubio se sonroje y mire para otro lado.

—Claro, Katsu. Me encantaría —Respondió, aceptando las flores.

Pasaron el día juntos, disfrutando de cada momento. Primero, Bakugo los llevó a un parque tranquilo donde había preparado un pequeño picnic. Kirishima se maravilló de los detalles, sintiéndose increíblemente agradecido por el esfuerzo de su amigo. La comida era simple pero deliciosa, y ambos disfrutaron de sandwiches, frutas frescas y limonada casera.

—Decidi cocinar yo, así que no va a ser comida quemada ni ramen en el suelo —Dijo Bakugo siendo irónico haciéndole recordar al pelirrojo lo que sucedió hace un tiempo cuando fue por primera vez a la casa del rubio.

—¡Solo fue un error! Además, nunca me dijiste cuántos fideos tenía que colocar —Decia mientras se reía y a la vez le hacía pucheros a su amigo.

Mientras comían, la conversación fluía con naturalidad. Hablaban de sus recuerdos de la escuela, de sus sueños y esperanzas para el futuro. Kirishima, con una sonrisa nostálgica, le contó a Bakugo sobre su mayor sueño.

—Siempre quise ver una estrella fugaz —Dijo de repente— Es uno de mis sueños desde que era niño.

Bakugo lo miró, notando la pasión en sus ojos.

Después del picnic, caminaron por el parque, disfrutando del sol y del aire fresco. Bakugo llevaba su mochila, que contenía una manta y algunos bocadillos para más tarde. Encontraron un rincón tranquilo bajo un gran árbol y se sentaron a descansar. Bakugo sacó una guitarra pequeña que había traído y, aunque no era un músico experto, comenzó a tocar algunas melodías suaves. Kirishima lo observaba con una sonrisa, disfrutando del momento.

Kirishima se empezó a reir— Eres horrible tocando.

Bakugo hizo notar una vena de enojo sobre su frente— No te vuelvo a tocar nada. —El pelirrojo solo se rió más fuerte. Causando que el rubio se contagiara de aquella risa y a los segundos estuvieran ambos soltando carcajadas.

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