Unidas por hilos de sangre/16

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Lunes
12/11/1979
5:00 AM
   La tensión en la atmósfera era palpable, como si el aire estuviera cargado de electricidad estática. Cada pequeño sonido resonaba en la habitación, amplificado por la quietud de la madrugada. El suave crujido de los muebles al respirar la casa y el zumbido lejano de la nevera se entrelazaban en un coro inquietante que llenaba el espacio. Cada paso que daba parecía resonar con una intensidad inusual, como si el suelo estuviera transmitiendo un mensaje secreto que solo yo podía escuchar.
   El simple acto de levantarse de la cama se volvía una tarea monumental, como si estuviera luchando contra una fuerza invisible que intentaba mantenerme en mi lugar. Cada paso que daba parecía estar cargado de significado, como si estuviera caminando hacia algún destino desconocido y temido.
   A medida que me movía por la habitación, una sensación de inquietud se apoderaba de mí. ¿Qué era lo que estaba a punto de suceder? ¿Por qué sentía que el silencio de la casa escondía algo más que el simple paso de las horas? Cada sombra, cada rincón oscuro, parecía cobrar vida propia, susurrándome secretos que aún no comprendía.
   El tiempo parecía detenerse en ese momento, como si el universo entero estuviera suspendido a la espera de algún acontecimiento trascendental. Cada segundo que pasaba se hacía más pesado, más denso, como si estuviera atrapada en un eterno instante de incertidumbre y anticipación. Y en medio de todo ese silencio abrumador, yo permanecía en vilo, esperando el desenlace de un evento que aún no se había desvelado por completo.
   La mañana transcurría en una especie de letargo tenso, como si el ambiente estuviera cargado con una energía inquietante que se filtraba en cada rincón de la casa. Cada movimiento que hacía resonaba con una extraña solemnidad, como si el universo entero estuviera esperando con ansias el desenlace de algún evento crucial.
   El sonido del agua corriendo en la ducha era ensordecedor en su persistencia, como si estuviera tratando de ahogar el eco de mis propios pensamientos. Mientras el agua caliente caía sobre mi piel, sentía que una especie de calma tensa se apoderaba de mí, pero siempre estaba presente la sensación de que algo acechaba en las sombras, esperando su oportunidad para manifestarse.
   Al salir de la ducha y envolverme en una toalla, la tensión parecía multiplicarse, como si cada movimiento que hacía estuviera cargado con una importancia desmesurada. Cada roce de la toalla contra mi piel, cada prenda que elegía con cuidado, parecía ser una elección crucial en el gran esquema de las cosas.
   Y así, mientras me cepillaba los dientes y me vestía con manos temblorosas, la sensación de tensión apenas disminuía, como si estuviera atrapada en un estado de espera perpetua, esperando el momento en que la calma se rompería y el mundo se desmoronaría a mi alrededor.
   La puerta se abrió con un chirrido apenas audible, y una figura se materializó en la penumbra de la habitación. Mi corazón se detuvo por un instante, mientras observaba con horror cómo una figura encapuchada avanzaba hacia mí con determinación en sus pasos.
   Mis instintos gritaban peligro, pero antes de que pudiera reaccionar, la figura se abalanzó sobre mí con una rapidez felina, un destello metálico brillando en la mano. Mis músculos se tensaron en un instante de puro pánico, y apenas tuve tiempo de esquivar el primer golpe que descendió hacia mí con una fuerza cruel y despiadada.
   El sonido del metal cortando el aire resonaba en mis oídos mientras luchaba por mantenerme un paso adelante de mi atacante, cada movimiento calculado y desesperado. Con cada esquive y contraataque, el miedo me convertía en una furia fría y calculadora, impulsándome a luchar por mi vida una vez más.
   Mis manos buscaban desesperadamente algo, cualquier cosa que pudiera usar como arma contra mi agresor. Mi mente corría a mil por hora, buscando una salida, una forma de detener esta pesadilla que había convertido mi habitación en un campo de batalla improvisado.
   Me encontré en el suelo, aturdida por el repentino ataque. Cada músculo de mi cuerpo parecía arder con el dolor del impacto, mientras luchaba por recuperar el aliento y orientarme en medio de la confusión. La adrenalina bombeaba a través de mis venas, impulsándome a levantarme y enfrentar la amenaza que acechaba en la oscuridad que me rodeaba.
   Con manos temblorosas, luché por encontrar mi equilibrio, cada movimiento una batalla contra la debilidad que amenazaba con abrumarme. El silencio que me rodeaba era ensordecedor, solo roto por el latido acelerado de mi corazón y mi respiración entrecortada.
   A pesar del miedo que amenazaba con paralizarme, me negué a rendirme. Con una determinación feroz, me obligué a ponerme de pie, mis ojos buscando en la oscuridad cualquier indicio de peligro. Cada fibra de mi ser estaba alerta, lista para enfrentar lo que sea que se interpusiera en mi camino.
   Las lágrimas corrían por mis mejillas como un río desbocado, reflejando mi angustia y desesperación en cada gota que caía al suelo. Era como si estuviera inmersa en una batalla no solo contra mi agresora, sino también contra mí misma, luchando por mantenerme cuerda en medio del caos que me rodeaba.
   Cada lágrima era un eco doloroso de la vulnerabilidad que sentía en ese momento, un recordatorio punzante de lo frágil que era mi existencia en medio de la violencia y el peligro. Aunque mi mente clamaba por control y racionalidad, mi cuerpo estaba poseído por la desesperación y el miedo, incapaz de encontrar un refugio seguro en medio del torbellino de emociones que me embargaba.
   Mis manos temblaban incontrolablemente mientras luchaba por contener mis sollozos, aferrándome desesperadamente a cualquier atisbo de cordura que quedara dentro de mí. Pero era como si una fuerza más grande que yo misma estuviera en juego, una fuerza que me empujaba hacia el abismo de la desesperación, amenazando con arrastrarme hacia la oscuridad que se cernía sobre mí.
   En ese instante, me sentí como una hoja a merced del viento, indefensa ante las circunstancias que me rodeaban y el peligro inminente que acechaba en cada rincón de la habitación. La sensación de vulnerabilidad era abrumadora, envolviéndome en su abrazo gélido mientras luchaba por encontrar un rayo de esperanza en medio de la oscuridad que me rodeaba.
   Mis manos se convirtieron en mi única defensa en medio del caos que me rodeaba. Con los puños apretados y los nudillos blancos por la tensión, me aferré desesperadamente a cualquier oportunidad de protegerme a mí misma. Cada golpe era un acto de resistencia contra la violencia que me asediaba, una expresión de mi determinación de sobrevivir a cualquier costo.
   El sonido sordo de los golpes resonaba en la habitación, mezclado con el rugido de mi propia respiración agitada y el zumbido ensordecedor de la adrenalina que inundaba mi mente. Cada movimiento era una danza frenética entre la vida y la muerte, donde cada segundo contaba y cada golpe era una oportunidad para mantenerme con vida.
   A pesar del miedo que me consumía, me aferraba a mi instinto de supervivencia con ferocidad, enfrentando a mi agresora con una determinación feroz. Cada golpe era un grito silencioso de resistencia, una negativa obstinada a rendirme ante el destino que amenazaba con arrebatarme todo lo que amaba.
   A medida que la batalla continuaba, me sumergía aún más en el frenesí de la lucha, dejando que mis instintos tomaran el control y me guiaran en mi búsqueda desesperada de escapar de la situación en la que me encontraba. Con cada golpe, con cada movimiento, me acercaba un paso más a la esperanza de sobrevivir y volver a la seguridad de la luz.
   Con el corazón latiendo desbocado y los músculos tensos por la tensión, mis puños se lanzaban hacia mi agresora con determinación. Golpeaba con fuerza, tratando de desarmarla y librarme de su agarre opresivo. Mis golpes eran rápidos y precisos, dirigidos hacia cualquier punto vulnerable que pudiera encontrar: el rostro, el pecho, los brazos. Cada impacto era un intento desesperado de romper su ataque y recuperar mi libertad. A medida que la lucha continuaba, mis movimientos se volvían más frenéticos, impulsados por una mezcla de miedo y determinación. Mi única meta era sobrevivir, y estaba dispuesta a luchar con todas mis fuerzas para lograrlo.
   Con un último esfuerzo, logré desequilibrar a mi agresora, aprovechando un momento de distracción. En un movimiento rápido, me alejé de ella y alcancé un jarrón de cerámica muy pesado que estaba en la parte trasera de la puerta y podría usar como arma improvisada. Con manos temblorosas, agarré el jarrón y lo lancé con toda la fuerza que pude reunir. El objeto impactó en su cabeza con un sonido sordo y ella cayó al suelo, inerte. Respirando agitadamente, me quedé paralizada por un momento, asimilando lo que acababa de hacer. El silencio que siguió fue ensordecedor, y el miedo y la adrenalina aún pulsaban a través de mi cuerpo mientras intentaba recuperar la compostura.
   Bajé las escaleras hacia la cocina con el peso del evento anterior aún aplastándome el pecho. Cada paso era como una batalla contra la ansiedad que me apretaba el estómago y me nublaba la mente. Al llegar a la cocina, me senté a la mesa, pero la simple vista de la comida delante de mí me provocó náuseas. Mi estómago se retorcía con cada bocado que intentaba tomar, y mi garganta se cerraba ante cualquier intento de tragar. Los latidos de mi corazón resonaban en mis oídos, recordándome constantemente el peligro al que me acababa de enfrentar.
   Intenté beber un sorbo de agua para calmar los nervios, pero el líquido apenas tocó mis labios antes de que mi mano temblorosa lo dejara caer de nuevo en el vaso. Mis manos sudaban y mis piernas temblaban bajo la mesa. No podía apartar de mi mente la imagen de la mujer que había intentado quitarme la vida, ni el sonido del forcejeo desesperado mientras luchaba por salvarme.
   Por más que intentara concentrarme en el desayuno frente a mí, todo parecía borroso y distante. La angustia se apoderaba de mí, convirtiendo cada momento en una tortura silenciosa. Finalmente, con el estómago aún vacío y el corazón todavía pesado, me levanté de la mesa, dejando la comida intocada, y me retiré al salón.
   En un intento por ofrecer algo de consuelo y compañía, Erick descendió al salón donde me encontraba un rato después. Su presencia, aunque reconfortante, no lograba disipar del todo la angustia que me embargaba. Nos sentamos juntos en el sofá, compartiendo un silencio cargado de emociones no dichas. Cada mirada que intercambiábamos parecía transmitir más de lo que podíamos expresar con palabras. Su presencia era un bálsamo para mi alma herida.
   Aunque intenté mantener una actitud serena frente a él, no podía evitar que mis gestos traicionaran mi turbación interna. Mis manos temblaban ligeramente sobre mi regazo, y mi mirada se desviaba con frecuencia hacia la ventana, como buscando una salida de la opresiva atmósfera que nos rodeaba. A pesar de todo, la cercanía de Erick me reconfortaba, recordándome que no estaba sola en esta lucha contra lo desconocido.
   —¿Qué ha pasado arriba? —cuestionó Erick—. Se te escuchaba gritar y no se si debo enterarme de lo ocurrido.
   —Bueno, si quieres saberlo acompáñame arriba y limpiamos juntos el muerto.
   Subimos las escaleras en silencio, con un nudo en el estómago que apenas nos permitía articular palabra. Al entrar en la habitación, el aire se cargó de una tensión palpable. La escena era desgarradora: muebles volcados, objetos destrozados y sangre por todas partes. Mi corazón latía con fuerza, y un escalofrío recorrió mi espalda al darme cuenta de quién yacía en el suelo.
   —¡Es mi madre! -exclamé con un hilo de voz, apenas capaz de asimilar la verdad.
   Erick se acercó con cautela al cuerpo, y yo lo observé con los ojos llenos de lágrimas y el corazón encogido por la conmoción. La realidad me golpeaba como un martillo, dejándome aturdida y confundida. ¿Cómo podía ser posible que mi propia madre intentara matarme?
   A pesar del horror que sentía, la urgencia de la situación nos obligó a actuar. Erick y yo comenzamos a limpiar meticulosamente la habitación, intentando borrar cualquier rastro del violento enfrentamiento que acababa de ocurrir. Cada mancha de sangre era un recordatorio doloroso de la traición de mi madre, pero no podiamos permitirnos quedarnos paralizados por el shock. Juntos, nos sumergimos en la tarea, tratando de mantener la compostura mientras enfrentábamos una verdad demasiado espantosa para procesar.
   Karin y Erick se dieron cuenta de que no tenían tiempo que perder. Aunque la escena estaba limpia, el peligro aún acechaba a su alrededor. Con el corazón en un puño, se miraron el uno al otro, compartiendo un entendimiento silencioso. No podían permitirse quedarse más tiempo en ese lugar.
   —Tenemos que irnos —dijo Erick con voz firme, su mirada reflejando determinación y preocupación.
   Asentí con la cabeza, sintiendo el peso de la urgencia en cada fibra de mi ser. Sin decir una palabra más, nos apresuramos a empacar lo esencial, nuestras manos temblando con el nerviosismo y la anticipación del peligro inminente. Cada segundo que pasaba aumentaba la sensación de amenaza que pendía sobre nosotros como una espada de Damocles.
   Con el corazón latiendo desbocado, nos deslizamos silenciosamente por las escaleras, cada crujido bajo nuestros pies resonando como un eco ominoso en el vacío de la casa. Cada sombra parecía albergar un peligro potencial, y nos movíamos con cautela, nuestros sentidos alerta ante cualquier señal de peligro.
   Al alcanzar la puerta principal, nos detuvimos un momento, nuestras miradas encontrándose en un gesto de solidaridad y determinación compartida. Sin una palabra más, nos sumergimos en la oscuridad de la noche, sabiendo que la única opción era seguir adelante, juntos, en busca de seguridad y libertad.

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