Una sola flor del caos/7

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Viernes
9/11/1979
7:43AM
   El despertador sonó como cada día pero esta vez casi no llegué a apagar. Desperté con un dolor punzante en la cabeza y una sequedad muy desagradable en la boca, como si alguien me estuviera haciendo tres lobotomías a la vez. Parpadeé varias veces, tratando de enfocar la habitación que daba mil vueltas a mí alrededor. El recuerdo borroso de la noche anterior se filtraba en mi mente trayendo consigo una mezcla de preguntas a medio formular.
   Con un suspiro, intenté incorporarme, pero el simple acto de moverme me provocó una oleada de nauseas que me obligó a recostarme de nuevo en el suelo. Mi estomago protestaba débilmente del hambre que tenía.
   Difícilmente me arrastré hasta el borde de la cama y me senté. Apoyé la cabeza en la almohada mientras intentaba olvidar que tenía dolor de cabeza. Fragmentos del aspecto de la casa de Erick y su vecindario llegaban a mi mente, pero nada de las cartas. Todo envuelto en una neblina de confusión, misión cumplida. 
   Finalmente me puse de pie con cuidado y, apoyándome en las paredes, me dirigí al baño. Después de una ducha rápida y un intento desesperado de desayunar algo ligero, me vestí con la ropa más incomoda del mundo, mi uniforme de trabajo, y salí a la calle. El aire fresco de la mañana me golpeó como una bofetada, haciéndome temblar ligeramente mientras intentaba orientarme en medio de mi persistente resaca.
   El camino hacia la frontera parecía interminable, con cada paso se sentía como si fueran un millón de ellos. Mis pies parecían no querer andar, doloridos caminaban por las calles adoquinadas mientras luchaba por mantenerme en pie. Finalmente, llegué. El bullicio de la actividad matutina llenaba el aire, bastante más que otros días. Me adentré en el edificio, tratando de mantener la compostura mientras me dirigía hacia la oficina de Hemlock.
   —Hola Hemlock...-decía casi sin fuerzas mientras entraba en su oficina.
   —Buenas Karin —saludó—.¿Se te ha olvidado cómo se toca a la puerta
   —Déjate de modales y dame un remedio para la resaca.
   —No los tengo aquí, están en casa.
   —Mierda.
   —¿Qué te pasa? —me cuestionaba—, si ayer no te vi en el Conspyra.
   —Tomé de la botella que me regalaste, no era capaz de dormir —mentí.
   —Era para emergencias reales, no para un poco de insomnio, —me regañó.
   —Perdón Hemlock, pero, ¿qué haremos hoy?
   —Simulacros —me entregó una hoja de los posibles simulacros—, échale un ojo.
   —vale —leí lo que el dolor de cabeza me permitió.
   —Tenemos que esperar en nuestros puestos hasta que se produzca el simulacro, por lo que te toca revisar papeles, inspectora.
   Fuimos a la zona de inspección, básicamente a la entrada de la frontera. Me senté en una cómoda silla, frente a un cristal con unos huecos que me separaba de los inmigrantes. A mi derecha, los papeles que debían estar en regla además de algunas leyes pegadas con chinchetas a un panel de corcho, a mi izquierda, una lista con las personas buscadas en el país.
   Cuando alguien trajera todos los papeles en regla, y fuera la misma persona que aparece en su pasaporte, tan solo tenía que pulsar el botón de "aprobado" y pasaría a la ciudad de Dynsk con un "bienvenida/o a Mavintor". Parecía sencillo, ¿no?
   Pasó la primera persona, una mujer proveniente de Zyldavia, nuestro segundo país vecino. Papeles en regla, pasaporte, permisos, identificación... todo en orden. Al igual que las tres siguientes personas. La cuarta era un hombre que relación ninguna tenía con el de la foto que su pasaporte mostraba.

   —¿Este es usted? —le pregunté cortante.
   —Es de hace unos años la foto... —se le notaba nervioso.
   Hemlock estaba detrás de mí y lo estaría durante todo el proceso. Me susurró que no le dejara pasar ni de coña.
   —Acceso denegado —sellé su pasaporte.
   —Bien hecho —me felicitó Hemlock.
   La décima persona hizo que se me saltara el corazón. "Igor Smirnov, asesino en serie y terrorista" era lo que marcaba la lista de buscados.
   —¿Qué narices hago, Hemlock? —susurré.
   —Em... —pensaba apurado— inventa una excusa y pulsa el botón rojo de la derecha.
   —¿Excusa?
   —Cualquiera.
   —Perdone, señor —me dirigí al inmigrante—, ¿puede apartarse hacia un lado, solo un momento hasta que pueda ser atendido? El botón de acceso está fallando un poco.
   —¿Usted es idiota o qué? —se encaró—. Tan solo déjeme pasar y ya haga su trabajo, joder.
   —Perdone, no puedo hacer nada hasta que llegue el técnico a arreglarlo.
   —¿Hacemos un trato? —sacó un fajo de billetes—. Te doy todo este dinero si me dejas pasar. ¿Trato?
   —No puedo aceptar sobornos, apártese inmediatamente.
   —Ahg, ¿tanto cuesta? —rebuscaba en sus bolsillos—. Mira, o me dejas pasar o te vas a tragar un poco de plomo, ¿de acuerdo, bonita?
   —Ya van tres incumplimientos, Hemlock, ¿qué hago? —pregunté nerviosa.
   —Maneja esta situación, tú puedes —me puso una mano en el hombro.
   —Así que esas tienes, ¿eh? Lo lamento tanto, caballero... —me levanté—, pero aquí solo se traga plomo cuando yo lo diga, ¿entendido?
   —Sí que te lo tienes creído, pedazo de zorra malagradecida.
   Apoyé mis manos en la mesa con la intención de parecer más amenazante, aunque cuanto más me encaraba, más lo hacía él también.
   —No me creo nada, señor, tan solo hago mi trabajo. Que usted no tenga uno no es mi problema.
   —¿Que no tengo trabajo dice? —me apuntó con un arma directamente a la cabeza—. ¿Quieres saber lo que hago para ganarme el sueldo? Te puedo dar ejemplos y todo.
   Se me iba a salir el corazón del pecho otra vez. ¿Este cristal soportaría la fuerza y potencia de una bala? Lo dudo bastante. Iba a salir corriendo de los nervios cuando al girarme, Aleksander le daba un aviso a Hemlock bastante apurado. Entonces Hemlock me susurró al oído:
   —Vuélale la puta cabeza a ese tío, no es un simulacro.
   Saqué la pistola del cinturón de Hemlock y, apuntando al señor, apoyé la punta de esta en el cristal.
   —¿Tiene balas? —pregunté a Hemlock.
   —Está al completo, puedes hacerlo —se colocó detrás de mí—. Si te caes por el retroceso, yo te sujeto.
   Lo tenía en la mira, arma cargada y su cabeza en el objetivo. Me dispuse a disparar con determinación. Tenía mi dedo en el gatillo, lista para pulsarlo a la cuenta de tres que hacía mentalmente. "Una, dos y..." un pitido me detuvo en seco. Era una cuenta regresiva, y esta no era mental.
   "¡CORRE, ES UNA BOMBA!", gritó Hemlock mientras abría la puerta. No me pude resistir y disparé el arma antes de salir corriendo. La bala atravesó el cristal con facilidad y llegó a la frente de Igor. La sangre se disparó y manchó mis manos de lo cerca que lo tenía, aunque se sentía como si me hubiera disparado a mí.
   La tensión en el aire era palpable mientras nos acercábamos a la salida. El miedo se aferraba a mi pecho con garras heladas. Sabía que algo no estaba bien, podía sentirlo en el aire cargado de electricidad y en las miradas nerviosas de mis compañeros. Hemlock corría a mi lado, su expresión era sombría pero nerviosa reflejando la gravedad de la situación. Cada paso que dábamos aumentaba mi ansiedad, como si estuviéramos caminando hacia nuestra propia tumba.
   De repente, el sonido ensordecedor de una explosión resonó en el aire, seguido de un estallido de luz cegadora y escombros volando por todas partes. El mundo parecía detenerse por un momento, suspendido en el caos y la confusión. Me lancé hacia el suelo de espaldas, buscando cobertura detrás de cualquier cosa que pudiera protegerme. Hemlock estaba delante de mí. Cuando me vio caer al suelo, me cubrió con sus brazos para protegerme y me tapó con cuidado los oídos para evitar los efectos de la explosión.
   El calor abrasador de la explosión me envolvió, quemando mis pulmones y nublando mi visión. Hemlock estaba detrás de mí, cubriéndome y gritando algo que no podía escuchar por el estruendo ensordecedor. Con un esfuerzo sobrehumano, logramos ponernos de pie y correr hacia la seguridad relativa de la frontera, con el humo y el caos a nuestras espaldas. Cada respiración abrasaba todo dentro de mí. Pero sabía que no podíamos detenernos, no podíamos rendirnos ante el miedo que amenazaba con consumirnos. Con cada paso que dábamos, nos acercábamos un poco más a la seguridad, un poco más lejos del peligro que acechaba dentro.
   Finalmente, llegamos al otro lado de la frontera, al lado de la ciudad de Dynsk, donde Aleksander nos esperaba impaciente con equipos de sanidad abiertos y el alivio palpable en el aire. La adrenalina seguía bombeando por mis venas mientras me tambaleaba del miedo, con el conocimiento de que habíamos escapado por poco de la muerte esa mañana. Pero también sabía que el peligro aún acechaba en las sombras, esperando su próxima oportunidad para atacar.
   —Gracias, Hemlock. No sé qué sería de mí ahora si no fuera por ti, me has salvado la vida.
   —No exageres, Karin, tan solo te he cubierto un poco. ¡No es para tanto!
   —Aun así, gracias —lo abracé.
   Mis brazos se aferraron a él con fuerza, como si temiera que desapareciera en el aire si lo soltaba. Sentí el latido de su corazón contra el mío, un ritmo frenético que coincidía con el mío propio, como si ambos estuviéramos tratando de calmarnos mutuamente en medio de la tormenta. Cerré los ojos y dejé que el abrazo me envolviera, borrando por un momento el miedo y la angustia que me habían consumido segundos antes.
   En ese abrazo, encontré consuelo y fuerza para seguir adelante. A pesar del caos que nos rodeaba, en ese momento éramos solo nosotros dos, unidos por la adversidad y la determinación de sobrevivir juntos. Cuando finalmente nos separamos, una sensación de calma y determinación se apoderó de mí. Sabía que estábamos en esto juntos, que no importaba lo que el destino nos lanzara, siempre nos tendríamos el uno al otro para apoyarnos y protegernos. Él lo dijo en su nota, y me lo diría mil veces más si se lo pidiera. 
   —Si quieres, puedes irte a casa —propuso— el turno de hoy se da por finalizado.
   —Vale, eso haré. Pásate si quieres.
   —Me lo pensaré —se despidió con una dulce sonrisa.
   La vuelta a casa fue especialmente inquietante. Seguía temblando desde la explosión, la muerte me había rozado y erizado la piel. Como un soplo de viento pasó a mi lado y difícilmente fui capaz de esquivarla. Me dolía el dedo índice a más no poder, creo que estaba roto. No quería volver a tener contacto cercano con una bomba en mi vida, eso lo tenía claro.

Entre cartas y secretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora