Era un día soleado y aparentemente tranquilo, un día bonito para un suceso como ese. A medida que me acercaba al edificio donde vivía, una sensación de opresión se apoderó de mí, como si el ambiente estuviera cargado de electricidad. Al entrar al vestíbulo, la luz del sol se filtraba a través de las pequeñas ventanas, pintando patrones de luz y sombra en el suelo de madera. Pero incluso en pleno día, el lugar parecía sombrío y desolado, como si estuviera vacío de vida. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral mientras avanzaba, mis sentidos estaban alertas ante cualquier indicio de peligro: lo estaban desde esta mañana.
Fue entonces cuando lo vi: una figura oscura, escondida en la penumbra de un rincón, sosteniendo un arma con mano temblorosa y observándome con ojos llenos de odio y malicia. Antes de que pudiera reaccionar, el sonido del disparo resonó en el aire, seguido por un destello cegador y un estallido de dolor en mi hombro.
El impacto me lanzó hacia atrás, el mundo dando vueltas a mi alrededor mientras luchaba por mantenerme en pie. El dolor ardiente se extendió por mi cuerpo, pero el instinto de supervivencia me impulsó a reaccionar. Con un esfuerzo desesperado, me lancé hacia el suelo, buscando refugio detrás de un banco de mármol, mientras el sonido de más disparos llenaba el aire.
Mis manos temblaban mientras alcanzaba el cuchillo que llevaba en mi bolso. Mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho. Con manos temblorosas, lo sostuve firmemente, preparada para defenderme a toda costa. Cada disparo era como un martillazo en mi cabeza, cada uno más cercano que el anterior.
Finalmente, el sonido de los disparos cesó, dejando un ominoso silencio en su lugar. Con el corazón aún latiendo con fuerza, me armé de valor y me asomé cautelosamente desde mi escondite. La figura del atacante yacía en el suelo, inmóvil, mientras el arma descansaba a su lado. El alivio inundó mi cuerpo, pero también una profunda sensación de miedo y vulnerabilidad. Alguien lo había matado, y esa no era yo. Me tambaleé hacia atrás, luchando por contener las lágrimas mientras mi mente intentaba procesar lo que acababa de suceder. De fuera escucharon los disparos y llamaron al servicio de emergencias, mientras yo rezaba para que llegaran antes de que fuera demasiado tarde.
El dolor ardiente se extendió por mi hombro, como un fuego que amenazaba con consumirme por completo. Me tambaleé hacia atrás, con la mente girando en un torbellino de confusión y miedo. Cada latido de mi corazón resonaba en mis oídos, recordándome la fragilidad de mi existencia en ese momento de desesperación.
Busqué frenéticamente un refugio, mi cuerpo temblando con la adrenalina mientras me escondía detrás de una pared. Cada respiración era un desafío, el aire pesado y cargado de tensión, como si estuviera luchando por cada bocanada de oxígeno. El silencio que siguió a los disparos era ensordecedor, interrumpido solo por el zumbido constante de mis propios oídos. Con las manos temblorosas, me aferré al cuchillo como mi única esperanza de defensa y vida.
Cuando finalmente escuché el sonido de las sirenas, un torrente de alivio me inundó. Me asomé cautelosamente desde mi escondite, buscando los destellos de las luces de emergencia que anunciaban la llegada de los equipos de socorro. Cada segundo que pasaba se sentía como una eternidad, hasta que finalmente los vi llegar, corriendo hacia mí con una urgencia palpable. Los paramédicos me revisaron rápidamente, asegurándose de que estuviera estable por si debían llevarme al hospital. El mundo parecía desdibujarse a mí alrededor mientras me llevaban lejos del peligro. Mis sentidos se dibujaban nublados por el dolor y la adrenalina.
Con unas tijeras para traumas, intentaron cortar mi ropa para hacer más rápido el proceso de evaluación de la herida. Todo me daba mil y una vueltas, cuando sentí la tijera grité que no lo cortaran, era mi único uniforme de trabajo y no podía romperlo o me tocaría coserlo como pudiera. El médico alejó las tijeras de mí y me pidió que me quitara toda la ropa, para evitar que la hemorragia fuera a más por la presión de estas.
Con manos temblorosas, me esforcé por desabrochar los botones de mi camisa, cada movimiento enviaba una oleada de dolor a mi cuerpo a través de mi hombro herido. El tejido se deslizó con dificultad sobre mi piel, revelando la camisa manchada de sangre que llevaba debajo. Me sentí expuesta y vulnerable mientras me despojaba de mis ropas, consciente de las miradas de los médicos que me rodeaban. Cada prenda que dejaba caer al suelo parecía un peso menos sobre mis hombros, pero el dolor seguía palpitando en mi mente, recordándome el peligro que había enfrentado. Finalmente, me quedé de pie frente a ellos, temblando ligeramente por el frío y la adrenalina que aún corría por mis venas.
Los médicos me rodearon con sus manos hábiles y seguras mientras evaluaban mi herida. Sentí una sensación de alivio al saber que estaba en buenas manos, pero también una profunda incomodidad al ser examinada de tan cerca. Cada contacto era eléctrico, enviando un escalofrío de anticipación por mi espina dorsal y desencadenando una oleada de sensaciones contradictorias. El dolor se mezclaba con una extraña excitación, creando una sinfonía de emociones que amenazaba con abrumarme.
Mientras los médicos trabajaban, me sentí invadida por una sensación de vulnerabilidad, desnuda no solo físicamente, sino también emocionalmente. Mis pensamientos divagaban hacia el momento del ataque, reviviendo cada instante con una claridad angustiosa. ¿Por qué había sucedido esto? ¿Cómo había llegado tan lejos?
Mis preguntas quedaron sin respuesta mientras los médicos continuaban su trabajo, suturando la herida con manos expertas y aplicando un vendaje limpio. La sensación de alivio fue absoluta cuando finalmente terminaron, pero también estaba plagada de una profunda sensación de desamparo. Había sobrevivido al ataque, pero sabía que las secuelas emocionales durarían mucho más que las físicas.
Con un suspiro tembloroso, me intenté incorporar aunque fuera tan solo sentada. Aunque la herida en mi hombro sanaría con el tiempo, sabía que el trauma de aquel día perduraría mucho más tiempo, eso me estaba mareando más que el propio dolor de la herida de bala.
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Entre cartas y secretos
Mistério / Suspense-Capítulo nuevo todos los lunes y viernes - Karin manchó sus manos de una sangre que nunca pensó tocar, pero que ese suceso le llevara más lejos de lo que nunca creyó, fue aún más inesperado. Hemlock fue su salvación, un ángel caído del cielo, su pr...